Corazón, raciocinio o química cerebral, ¿qué nos lleva a elegir a una determinada pareja? La llama del amor, las sustancias cerebrales que le inundan a uno de pasión, la elección más o menos definitiva de una persona... Nada de esto puede producirse si uno no está abierto y disponible para que pueda ocurrir.
¿Por qué, en ocasiones, la pasión se desata entre polos opuestos? ¿Qué ocurre cuando, precisamente, lo que resultaba tan atractivo al inicio de la relación es luego lo que más nos exaspera? ¿Qué extraños ingredientes hacen que se elija a una pareja y no a otra?
El romanticismo ha transmitido una idea del amor basada en la presunción de que cada persona tiene otra que le está predestinada de algún modo y que solo encontrando esa alma gemela puede lograrse -de forma automática, además- la felicidad conyugal. Aunque esa vieja aspiración continúa teniendo vigencia, la realidad es bastante más variopinta y compleja.
Quien está transitando por un doloroso duelo o quien, debido quizá a experiencias previas por ejemplo, bloquea activamente todo acercamiento, no se dará esta oportunidad ni probablemente reconocerá la ocasión si se presenta. En el extremo opuesto, alguien demasiado ávido de amor o de relaciones tiene muchas probabilidades de elegir mal o de confundirse con los sentimientos propios o ajenos. ¿Cómo acertar al elegir?
Por qué es fácil elegir mal en el amor
Hoy se dice que no es Cupido el responsable de que vibremos por una persona en particular sino un conjunto de reacciones bioquímicas que se inician en el cerebro y se transmiten al sistema endocrino.
De hecho, al enamorarse se generan toda una serie de reacciones químicas adictivas muy similares a las que entran en juego con las drogas.
Una vez que se ha hallado a la persona que resulta más atractiva, el sistema nervioso se pone en marcha y produce una descarga de feniletilamina, un compuesto de la familia de las anfetaminas, vinculado a los estados de pasión.
Esta inundación anfetamínica hace que el cerebro responda segregando dopamina, el neurotransmisor que induce a repetir los comportamientos que proporcionan placer.
La dopamina y la norepinefrina son las responsables de la sensación de euforia (también de la dilatación de las pupilas y de la aceleración de la tensión).
Otras hormonas implicadas en el enamoramiento son la oxitocina (la hormona de la confianza y del apego), la serotonina (que genera sensación de bienestar) y el cortisol, una hormona productora de estrés que contribuye a la tensión que se experimenta en este estado.
Este cóctel hormonal explica que los enamorados puedan permanecer horas haciendo el amor y noches enteras charlando sin sentir cansancio ni sueño.
Una de las hormonas que parece más activa en la fase inicial de enamoramiento es la testosterona, la hormona del deseo sexual por excelencia. De hecho, es curioso el descubrimiento de que el nivel de esta hormona sexual masculina disminuye en el hombre enamorado mientras que se incrementa en la mujer.
Los investigadores interpretan este hecho como el resultado de una evolución natural que tiende a minimizar las diferencias entre hombres y mujeres para facilitar el encuentro.
Los científicos también advierten de que el sexo genera la secreción de vasopresina y de oxitocina, generadoras de apego y, basándose en ello, recomiendan no acostarse con las personas de las que uno no quiera enamorarse...
Por otra parte, investigaciones recientes han hallado que en los estados de enamoramiento se inhibe la zona cerebral donde reside la racionalidad y el sentido crítico (el córtex frontal), lo que dificulta descubrir defectos en la persona amada.
Este estado de "incapacidad mental transitoria" dura tan solo unos meses, periodo tras el cual otros circuitos neuronales recuperan el control perdido. Un año después, los niveles hormonales han recuperado la completa normalidad.
Cómo elegimos pareja (según la psicología)
La psicología evolutiva afirma que muchos de los rasgos que se valoran al elegir pareja son indicadores de cuestiones cruciales en la reproducción. En este sentido, nos guiamos por...
- La belleza. Sería considerada un indicador de salud y fertilidad.
- Los rasgos psicológicos atractivos. La amabilidad, la cordialidad, el afecto, la creatividad, la inteligencia o la imaginación... serían vistos como señales de que alguien tiene la habilidad suficiente para desenvolverse con éxito en la esfera social. De este modo, la elección aseguraría una relación constructiva encaminada a conseguir descendencia y a transmitir los mejores genes a los hijos.
- El concepto de pareja ideal. Otros criterios que están en la base de las elecciones de pareja tienen que ver con la idea que uno se ha forjado sobre cómo ha de ser la pareja ideal. Buscamos ese ideal desesperadamente y creemos estar ante él cuando la química cerebral se activa y la zona del córtex cerebral está más inhibida, nublando la visión de los defectos de la persona amada.
Por qué se repiten patrones al elegir pareja
La idea que se tiene sobre qué es una pareja, qué se puede esperar de ella y cómo hay que relacionarse con otra persona está tremendamente influida por las experiencias familiares.
- Tendemos a sentirnos atraídos por alguien con cuya relación nos sentimos cómodos. Este efecto se produce más fácilmente cuando con la persona en cuestión se establece una forma de comunicación y de interacción que nos resulta conocida o familiar.
- El modo en que se relacionaban nuestros padres entre sí, en primer lugar, y otros familiares o conocidos cercanos (abuelos, tíos y otros adultos significativos) es, en parte, lo que nos ha enseñado a ser como somos.
- Se tiende a repetir el modo de actuar, de hablar (o gritar, a veces), de interpretar las reacciones del otro que se ha aprendido y practicado en la familia de la que se procede.
Esto último explica, de modo trágico por cierto, que quien ha vivido una situación de violencia parental durante la infancia tienda, muy a su pesar, pueda llegar a repetir este tipo de relación con su propia pareja por una simple razón: no sabe hacerlo de otro modo, desconoce cuáles son las claves de una relación cuidadora y positiva.
Errores al elegir pareja
El encuentro entre dos personas está condicionado por las propias necesidades. Se suele ver en el otro lo que, en realidad, se espera ver.
Si se sueña con ser atrevido o impetuoso, probablemente la química del deseo se encienda al conocer a alguien especialmente extrovertido y un poco descarado. Es inevitable, en parte, proyectar en la otra persona los anhelos y temores más recónditos.
¿Por qué se acaba detestando aquello que inicialmente se admiraba?
Por un lado tendemos a sentirnos atraídos por aquello que satisface las propias necesidades afectivas y emocionales más íntimas; pero, por el otro, esa misma carencia es la responsable de que se hayan vivido pocas situaciones similares y de que no se sienta seguridad en ese terreno.
- Sentirse atraído por personas muy distintas a nosotros. Una persona que no pueda tolerar el desorden o la ambigüedad, por ejemplo, inicialmente puede sentirse atraída por otra muy meticulosa y estricta, para más tarde irritarse ante su rigidez.
- Enamorarse de alguien independiente tras una relación sofocante. Alguien puede estar huyendo de una relación que le ha resultado muy sofocante y, por contraste, enamorarse de alguien muy independiente y con mucha necesidad de espacio personal. Pasado un tiempo quizá se sorprenda de la intensidad de los celos que siente y que le están convirtiendo en un vivo reflejo de su "odiada" pareja anterior.
- Buscar alguien pacífico para contrarrestar relaciones conflictivas pasadas. Hay quien, tras haber vivido relaciones familiares o de pareja muy conflictivas, se prenda de alguien que es completamente diferente: comprensivo, tierno, pacífico... Meses más tarde puede desesperarse ante el aburrimiento y la falta de estímulos.
¿Cómo son las parejas sólidas, iguales o complementarias?
No todo es armonía en una relación de iguales. Dos personalidades fuertes, podrían enzarzarse en luchas de poder dando lugar a distintas versiones del consabido a ver quién puede más o bien yo ataco, tú respondes; yo respondo, tú atacas.
En el otro extremo hallamos las parejas con integrantes radicalmente distintos. Acaso el inicio de la relación haya estado marcado por ese intento de compensación de sus grandes diferencias, o ambos hayan magnificado la capacidad de la pareja para cambiar -y de hacerlo, además, en la dirección que cada uno deseaba-.
Esta es una de las situaciones más complicadas, que deriva a menudo en sutiles luchas de poder a las que cada uno se enfrenta con sus propias armas.
El punto extremo se alcanza cuando se descubre que el conflicto es, sencillamente, un lazo que les une. En ausencia del mismo, por otra parte, este tipo de parejas a menudo acaba careciendo de la satisfacción y bienestar que solo la argamasa hecha de complicidad y objetivos comunes puede dar.
Más fácil es que las parejas compuestas por personalidades muy similares y con pocos contrastes acaben acomodándose demasiado el uno al otro, máxime si el espacio personal de cada uno es también muy reducido.
Vivir en una burbuja construida solo para dos tiene sus indudables alegrías pero también riesgos. El peligro es que, con el tiempo, ambos descubran que tanta simbiosis les ha robado la pasión, empujándoles hacia una dependencia empobrecedora o al estancamiento personal.
También es posible que una relación de estas características entre en crisis cuando alguno de los dos evolucione o cambie mínimamente.
Para una pareja más duradera...
Vivir en pareja es más complicado que vivir solo, pero asumir ese reto y vivirlo creativamente nos abre posibilidades extraordinarias.
Los roces, los desencuentros, los malentendidos descubren nuestros claroscuros, nos obligan a salir de nosotros mismos, a ser tolerantes, a aprender a negociar, a asumir que todo es bastante más relativo de lo que tendemos a creer.
Aceptar y aprender a amar nuestras diferencias ayuda a abandonar estériles luchas de poder y a ahondar en esa relación de ayuda mutua básica que, como individuos, también nos ayuda a llegar más lejos y a ser más felices.
Para que una pareja dure y pueda contribuir a la evolución de sus miembros no deberían descuidarse estos aspectos:
- Responsabilidad personal. No podemos esperar que sea la pareja quien cubra nuestras necesidades ni pretender que nos dé la felicidad que, solos, no tenemos. Tampoco puede resolver por nosotros conflictos que no somos capaces de encarar. Cada cónyuge es el único responsable de su propio bienestar, que, más tarde, podrá compartir o potenciar.
- Interlocutores, no contendientes. El objetivo no es fundirse en un solo cuerpo y mente sino compartir y disfrutar dos realidades distintas que se encuentran.
- Aprovechar los desencuentros y los roces como pistas que orientan en el conocimiento de uno mismo. Es útil preguntarse: "¿Qué puede haber en mí que hace que me irrite tanto en esto situación?" O: "¿Por qué me cuesta tanto aceptar a su madre o a su padre tal como es?"
- No temer al compromiso, es decir, la determinación de trabajar juntos para superar los momentos difíciles y aprender el uno del otro.
- Juntos pero no revueltos. Todos necesitamos un espacio personal para desarrollar aficiones propias, mantener amistades no compartidas o disfrutar de momentos de soledad. Alimentarlo nos enriquece como personas y como pareja porque nos permite intercambiar y tener más vivencias que compartir.
- Cultivar el amor cada día. Exprésalo y no des nada por sobreentendido. Haz que tu pareja se sienta admirada y que te sienta cercano.
- Dedicarle tiempo. Nada en esta vida se produce de manera automática. La complicidad, el sentimiento de unión y el convencimiento de que vale la pena seguir estando juntos no puede desarrollarse sin espacios ni actividades comunes.
Libros para conseguir una pareja más equilibrada y duradera
- Siete reglas de oro para vivir en pareja: un estudio exhaustivo sobre las relaciones y la convivencia; John M. Gottman y Nan Silver. Ed. De Bolsillo
- Juntos pero no atados: la pareja emocionalmente ecológica; Jaume Soler, y M. Mercè. Amat Editorial
- Los límites del amor: cómo amar sin renunciar a ti mismo; Walter Riso. Ed. Planeta / Zenith