Cada cosa en su sitio.
Como si las cosas tuvieran un sitio.
Como si lo que está fuera de un lugar no pudiera existir.
No fuese válido.
Cada cosa en su sitio.
Pero es que a veces no sabes dónde vas tú mismo.
A veces estamos perdidos y perdidas.
Y no podemos colocar lo que no sabemos que tiene un lugar.
El caos, la no linealidad, forman parte de la vida.
Forman parte de todo eso que cambia y que muta.
Intentar encajar todo en el mismo espacio y tiempo es imposible.
Y además causa sufrimiento.
Porque sí, cada cosa en su sitio.
Pero si no tenemos nada que colocar.
Nos hacen sentir mal.
Inútiles e improductivos.
Porque cuando dices esto va aquí.
Estás dando a entender que si está en otro sitio está mal.
Es incorrecto.
Y cuando lo hacemos con las personas entonces lo que estamos haciendo es trazar una línea entre lo que es normal y lo que no.
Lo que es aceptado y lo que no.
Y todo lo que queda al otro lado de la línea.
Es señalado.
Es castigado.
Todo cuerpo desobediente.
En el margen.
Es censurado para seguir manteniendo esa falsa sensación de seguridad.
Que supone saberse parte de un todo.
Del todo normal.
El mundo no solo pertenece a unas cuantas personas.
El mundo es de todos y de todas.
También de la gente que no está colocada en su sitio.
También de las personas que son incoherentes.
También de aquellas que no saben quiénes son.
Pero están en ello.
Intentándolo.
Ojalá menos cada cosa en su sitio y más las cosas donde quieras.
Cuando quieras y de la manera que quieras.
Ojalá más sitios.
Tantos que sean imposibles de contar.
Tantos que sea ridículo hablar de un sitio mejor.
Porque todos sean sitios propicios para la vida.
Sitios en los que la existencia es.
Florece y crece.
Ojalá dejemos a las personas cada vez más en paz.
Con lo que no nos incumbe de ellas.
Porque en eso y solo en eso.
Consiste eso que algunos llaman.
Amar.