En los últimos años, las mujeres no hemos parado de luchar por transformar la sociedad y a nosotras mismas para sentirnos iguales en derechos con respecto a los hombres, romper tabúes, disfrutar de libertad para ser y desarrollarnos.

Sin embargo, como argumenta la psicoanalista Regina Bayo-Borrás en su libro Bella durmiente despierta. El malestar de no ser consciente (Xoroi Edicions), donde presenta una serie de ensayos sobre la salud mental de la población femenina, la mujer aún paga un precio psíquico por no ser consciente de sí misma y esto le genera un gran malestar. Sin darse cuenta se sobreadapta al deseo masculino y no se proporciona un autocuidado necesario.

La consciencia feminista

Hay unos mandatos de género que confunden a las jóvenes y les causan una profunda insatisfacción. "El malestar consciente es el que conocieron y denunciaron las sufragistas y los movimientos feministas internacionales. Ellas fueron una vanguardia y, en muchas ocasiones, fueron denostadas por mujeres de su propia familia y entorno. La creación de la consciencia feminista ha tardado más de tres siglos en visibilizarse de manera colectiva en el mundo occidental".

Herda Lerner lo explica muy bien en su obra La creación de la conciencia feminista: "Yo no me ocupo de ese malestar visible, consciente y denunciable, sino de los efectos psíquicos y somáticos del malestar interiorizado de manera casi imperceptible y que para la mujer se ha convertido en una especie de segunda piel que le impide estar a gusto consigo misma y con su cuerpo. Es algo que ella expresa con quejas y dolores, porque no se siente ni querida ni deseada. El techo de cristal interno es más difícil de romper que los obstáculos externos de cada día", señala Regina Bayo-Borrás, que cuenta con una amplia experiencia como psicóloga clínica.

¿Por qué el título del libro "bella durmiente"?
Durmiente tiene varios significados: quiere decir inconsciente, ingenua, desconectada, negadora, pasiva, aletargada, en espera de lo que llegue, resignada, ausente de sí misma y también alejada de la realidad. Asimismo, significa una mujer que puede soñar, idealizar y crear versiones a medida de sus deseos y de sus necesidades. Quizá también puede sufrir pesadillas peores que la realidad. Así, cada una puede identificarse con alguno de estos aspectos enumerados.

La sobreadaptación no consciente

¿Este malestar inconsciente  está causado por la  dificultad que tenemos para conectar con nosotras mismas?  
En ocasiones cuesta conectar con una misma, porque hacerlo implica poner en cuestión la vida que llevamos y tomar la decisión de cambiarla. Reconocer, por ejemplo, que se ha hecho una mala elección de pareja o que se ha renunciado a una vida laboral/profesional para ocuparse de los demás (hijos, pareja, padres).

La mujer tiende aún demasiado a la sobreadaptación no consciente y también, a veces, al victimismo para justificar el hecho de no haber realizado unos cambios vitales que eran necesarios. Muchas mujeres asumen incondicionalmente la tarea de cuidar a los demás sin atenderse a sí mismas –sus deseos, proyectos, objetivos vitales, etc.–.

¿Es esta la mayor causa de malestar?
Los pilares para un buen estado emocional se construyen en la infancia con una vinculación que genere estabilidad, confianza y que facilite el conocimiento mutuo. La causa más frecuente de malestar en la mujer es la de no haberse sentido entendida o querida por la propia madre durante la infancia o en la adolescencia.

Los reproches al padre o a la figura paterna también generan un resentimiento profundo, algo que afecta a las relaciones en general. No hay una única manera de manifestar el dolor emocional. Cada persona lo hace según sus características personales: a través del dolor corporal, de la fatiga crónica, de la ingesta compulsiva de comida, de la automedicación con psicofármacos… El disgusto y la frustración de las relaciones interpersonales son otro síntoma de malestar personal, así como los trastornos del sueño.

Actitud de vida

¿También pesa en el inconsciente de la mujer el dolor y sacrificio que soportaron nuestras abuelas?
La transmisión transgeneracional de abuelas a madres y de estas a sus hijas tiene mucho peso en todas las culturas. Esta transmisión no es solo de valores, mandatos, costumbres o tabúes, sino también de una actitud ante la vida como la de estar al servicio de las necesidades de los demás y siempre pendiente del deseo masculino.

Entonces, la vida no se siente como «propia», sino que prevalecen los deseos de la familia y nos ponemos al servicio de las necesidades de los demás. Afortunadamente, cada vez hay más mujeres que se tienen en cuenta, es decir, que no posponen sus proyectos, deseos o ambiciones para dedicarse a los demás, lo que no significa renunciar a la pareja ni a formar una familia o ser solidaria en la comunidad.

Se trata de poder diferenciarse y de gestionar la vida sin estar sobrecargadas por los problemas de los otros. Pero si durante la adolescencia y en la primera juventud no se ha logrado esa «emancipación» de la opinión y de la valoración por parte de los hombres y de la propia madre, cuesta mucho más enderezar el camino.

¿Podría definirme mejor este concepto de «emancipación»?
Podemos entender la emancipación como el ser capaz de sostenerse por sí sola económicamente. Pero esto no siempre implica que la mujer se haya emancipado a nivel emocional, es decir, que no siga pendiente de lo que opina su padre, su madre, su pareja, etc. y que pueda decidir por sí misma.

La emancipación implica ser capaz de realizar elecciones propias y rectificar ante los errores. Sin embargo, hay personas a quien un error solo le sirve para hundirse, porque sufre una fragilidad psíquica que les impide soportar la perdida por lo que no han conseguido o les ha defraudado.

Revertir la falta de energía

La mujer de hoy es fácil que exprese: "Estoy cansada". ¿Qué puede haber detrás de esta fatiga o queja?
A pesar de que pueda resultar pesado atender a una familia y realizar las tareas domésticas, repetitivas y poco estimulantes, lo que más fatiga y desgasta es el sentimiento de culpa o de fracaso y el sentimiento de insatisfacción casi constante. Consumen mucha energía vital y es cuando el cansancio se hace insidioso. La falta de alegría, de ilusión y de objetivos propios produce un hastío que puede desembocar en una depresión larvada.

Se trata de "escucharse", es decir, de darse cuenta de que cuando el cuerpo falla o se enferma o se quiebra es porque la parte emocional no está en condiciones de seguir con el mismo ritmo de vida que estamos llevando. También es muy recomendable estar atenta a los sueños, pesadillas o si hay un insomnio pertinaz: el mundo interno nos está dando un aviso.

¿Demasiadas patologías femeninas se intentan arreglar con pastillas cuando la sanación estaría en la autoescucha?
La autoescucha no es suficiente. Una puede darse cuenta de qué es lo que la enferma y no encontrar la manera de dejar de repetir los mismos conflictos. El psicoanálisis trata de encontrar el significado de esas repeticiones o de esos síntomas, que casi siempre están en la memoria de las vivencias experimentadas durante la infancia, donde se construye nuestra personalidad.

Se trata de recordarlas para no repetirlas y de elaborar para no enfermar, un trabajo que lleva su tiempo porque las cosas importantes y profundas no se liquidan de un día para otro. En el mundo de las emociones y de la salud mental, las simplificaciones no sirven.

Tampoco medicarse es simplificar, sino dar un alivio necesario, aunque insuficiente, para lograr un cambio interno. El cambio interno es un cambio de perspectiva hacia una misma y hacia los demás. Pasar de una posición de objeto, que no conduce su vida en relación con una misma, a ponerse en una posición de sujeto en la que la mujer se da cuenta y asume las consecuencias de sus actos, palabras y decisiones.

¿Cómo debería evolucionar también la sociedad para reducir el malestar de las mujeres?
Creo que las sociedades evolucionan, desarrollan y promueven bienestar cuando los jóvenes y las mujeres participan en la planificación, la gestión y la prevención de sus necesidades, porque las mujeres han desarrollado mejor la capacidad de preocuparse por los demás.

A veces lo han exagerado y lo han convertido en un control o sobrepreocupación ansiosa, lo cual no favorece la autonomía ni la diferenciación. Pero las comunidades que cuentan con una participación más activa de las mujeres atienden mejor las necesidades cotidianas y las relacionadas con la vida familiar, que son básicas para promover bienestar y salud mental.