“Pienso, luego existo”, escribía Descartes en su Discurso del método (1637). Con esta simple frase, el filósofo dio nombre a uno de los grandes “demonios de la ciencia”, el del engaño. Su idea de que el mundo podía no ser tal como lo veíamos, de que los sentidos podían engañarnos, es el principio que opera tras inventos que ahora nos parecen tan naturales como la realidad virtual o la inteligencia artificial. Cada vez es más complicado distinguir lo que es real de lo que no.
“La solución de Descartes fue anteponer las verdades más indubitables que pudo encontrar en un mundo que, por lo general, es bastante confuso y engañoso”, explica Jimena Canalles en su libro, La ciencia y sus demonios.
Algo muy similar rescata el filósofo y divulgador del estoicismo William Mulligan en su obra Ser un estoico: “si no cuentas con un fundamento en tu vida, vendrá alguien que te proporciones uno y dicte cómo debes comportarte”. Distinguir esta verdad indubitable es, por tanto, más urgente que nunca. Y es algo que solo podemos hacer por medio de la filosofía.
Las cuatro grandes virtudes
El mundo moderno es, sin duda, confuso. Es fácil navegar por internet, y en medio del scroll infinito, encontrar una imagen, o un vídeo, que salta las alarmas. ¿Es real? ¿Está manipulado? ¿Lo ha creado una inteligencia artificial? Cada vez es más complicado distinguir lo que es real de lo que no. Y por eso, precisamente, debemos armarnos con filosofía para hacer frente a este mundo confuso y convulso.
Es la idea que Mulligan defiende en su libro.Si no somos capaces de establecer una serie de fundamentos que guíen nuestra vida, alguien acabará vendiéndonos algunos. Hay cientos de personas dispuestas a vender su estilo de vida a cambio de un par de likes.
Para el filósofo, la solución se encuentra en los textos que escribieron filósofos como Séneca, Marco Aurelio o Zenón de Citio hace más de 2000 años: en el estoicismo. Esta filosofía, que vuelve a estar en tendencia, nos explica cómo ser felices incluso en los tiempos más convulsos.
Y todo parte por cuatro grandes virtudes. “Los estoicos saben que al dar prioridad no podemos equivocarnos”, explica Mulligan, “si nos comportamos como personas sabias, justas, valientes y moderadas, cuesta imaginar cómo podríamos llevar una existencia destructiva o infeliz, porque estas virtudes engendran contento, el cual a su vez las favorece”.
Su propuesta es sencilla: adoptar estas cuatro virtudes como fundamento de vida para llenar ese vacío que tan fácilmente puede enturbiar nuestras vidas. “Es vital contar con estos fundamentos, porque le pongamos nombre o no, todos tenemos una base subconsciente que moldea cómo pensamos, nos comportamos y tratamos a los demás”, asegura en su libro.
La sabiduría
La primera de las cuatro virtudes estoica es la sabiduría. Según Mulligan, “es la capacidad de reconocer lo que está y lo que no está en nuestro poder, lo que es bueno y malo”. El filósofo asegura que es “la piedra angular para el conjunto de las cuatro virtudes”.
El sabio es aquel que sabe diferencia lo que nos ayuda a crecer, puesto que gracias a ello podremos entender mejor nuestro entorno y lo que nos beneficias. Esta sabiduría estoica, explica el fundador de The Everyday Stoic, no es binaria. Es decir, no nacemos tontos o sabios, no es algo que se mantenga estable durante toda nuestra vida. Es algo que podemos cultivar.
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“El crecimiento solo puede surgir de los desafíos”, asegura el filósofo, que nos invita, como primer ejercicio, a reflexionar sobre nuestro propio comportamiento. “Nos juzgamos a nosotros mismos con nuestro monólogo interno y nuestras intenciones, pero a los demás los juzgamos según sus acciones externas y su comportamiento”.
Esto es un problema, porque todos sabemos que tenemos una excusa cuando nos hemos portado “mal”. Pudo ser el estrés, quizá se nos malinterpretó, o estábamos intentando ayudar a un tercero. “En cambio, cuando el que hace algo ‘malo’ es el otro, solo juzgamos según lo que vemos”.
Para empezar a avanzar en el camino hacia la sabiduría, Mulligan nos plantea algo crucial: “la imagen que percibimos de alguien no es lo mismo que su talla moral”. Comprender esto es esencial para poder convertirnos en personas sabias. Distinguir realmente lo bueno de lo malo, lo importante de lo banal, lo que podemos controlar de lo que no.
La templanza
La segunda virtud, nos explica Mulligan, es la templanza que “también incorpora la modestia, el autocontrol y la buena disciplina”. Esta virtud es esencial para que podamos cumplir con todas las demás. Solo por medio de un juicio razonable podemos limitar nuestros deseos, sacrificarnos al servicio de la sabiduría y el coraje, o evitar la avaricia y la vanidad.
“La templanza no se basa solamente en aplicar autodisciplina a ciertas decisiones”, nos advierte Mulligan. La verdadera templanza consiste en encontrar el término medio en cada momento, equilibrando, por ejemplo, el tiempo de trabajo y el que dedicamos a la familia. O el tiempo de descanso y el que usamos para hacer ejercicio. “Cuanto más practiquemos, más sencillas se volverán nuestras acciones y decisiones”, asegura, “en la vida todo es mejor cuando hay equilibrio”.
El coraje
Otra de las virtudes fundamentales del estoicismo es el coraje, que según Mulligan “abarca los hábitos de la alegría, la resistencia, la seguridad, la diligencia y el mantenimiento de los principios morales”. Precisamente por eso, “requiere que hagamos un hueco en nuestra mente en el que enfrentarnos a nuestros miedos”, para poder gestionar y convivir con sentimientos difíciles como “el hambre, el dolor o el cansancio”.
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Sobre el miedo, nos advierte Mulligan, debemos desarrollar un especial dominio. “El miedo nos hace mucho más daño que casi cualquier cosa que temamos”, asegura, “y el coraje hace que tanto el miedo que nos puede paralizar como el dolor de cargar con él desaparezcan”.
En este sentido, el filósofo se repite a la frase con la que comenzamos este artículo. “Hay fuerzas ajenas a nosotros que pueden manipularnos, y una de las más potentes es el miedo. Cuando vemos las noticias, se nos dice una y otra vez que el mundo es un lugar terrible, que está lleno de posibles enemigos, es fácil que cunda el pánico y que respondamos de formas irracionales. Pero el coraje hace que dejemos de sentirnos perdidos y abrumadnos, nos devuelve la claridad mental y la perspectiva”.
La justicia
Para acabar, tenemos la justicia, que más allá de su significado jurídico, explica Mulligan en su libro, debe “representar las ideas de la honestidad, la ecuanimidad, la equidad, la piedad y la imparcialidad de trato”.
Se trata, sencillamente, de hacer el bien, algo que otros expertos, como Marian Rojas Estapé y Mario Alonso Puig, han destacado como un gran generador de bienestar. Mulligan coincide: “Es fácil esforzarnos por ayudar a los demás, hacer el bien, buscar el beneficio común, tratar de ser amables y justos y evitar la rabia. Al desarrollar el hábito de actuar de una forma que resulte justa y que ayude a los demás, mejoramos infinitamente nuestras propias vidas”.
La verdadera fortaleza de la filosofía
Como fundamentos de vida, las cuatro virtudes nos ofrecen un salvavidas moral en un mundo de incertidumbre y engaños. Puedes adoptarlos como propios, o encontrar los tuyos propios. Pero una cosa es segura. “Si no cuentas con un fundamento en el que basar tus acciones y reacciones, vendrá alguien que te proporcione uno y dicte cómo debes comportarte en el mundo”. E ahí la verdadera fortaleza de la filosofía.
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