En algún momento de nuestras vidas, ya sea durante una crisis existencial o en momentos de claridad, nos preguntamos si estamos viviendo nuestra propia vida o la que otros quieren para nosotros. A menudo notamos discrepancias entre lo que sentimos, pensamos y hacemos, percibiendo incoherencias en nuestra existencia. Esta insatisfacción puede impulsarnos a una búsqueda interna.

En un sistema social que nos desconecta de nuestra propia naturaleza, desarrollamos una coraza de protección funcional para la adaptación, pero esta coraza nos aleja de nuestros deseos y necesidades más profundos, produciendo una división interna entre el cuerpo y la mente, así como entre las distintas capas de nuestro ser: la máscara o personaje, la coraza o sombra, y el núcleo.

¿Llevas una máscara? 

El personaje actúa como una máscara, una imagen superficial que creamos para cumplir con expectativas sociales. La sombra oculta emociones y deseos reprimidos, mientras que el núcleo representa nuestra parte más auténtica. Adaptarse al entorno nos empuja a modificar nuestra conducta, alejándonos de nuestra espontaneidad y conexión natural.

La mente, en su afán de pertenecer, subyuga nuestros deseos y emociones más profundos bajo una tiranía de racionalidad fría. Redescubrir y reconectar con este núcleo es crucial para vivir de manera integrada y coherente.

Darnos cuenta de esta fragmentación y explorar la integración de nuestras partes dispersas en un todo cohesionado es uno de los desafíos más importantes de nuestra existencia. Reconocer esta complejidad interna es el primer paso hacia una mayor coherencia, donde pensamientos, emociones y acciones resuenen con nuestra auténtica naturaleza.

Ser coherente con uno mismo (y flexible)

El primer paso para resolver nuestras incoherencias internas es la autoobservación consciente sin juicio, con presencia, escucha y comprensión.

No se trata tanto de analizar, sino más bien de sentir, reconocer y constatar. De este modo, podemos detectar las incoherencias internas. Muchas veces, la propia toma de conciencia es suficiente para que algo se transforme. En otros casos, podemos alternar entre los diferentes aspectos que observamos en contradicción entre sí.

Por ejemplo, si una parte de nosotros cree que debemos trabajar mucho y otra desea trabajar poco, podemos alternar días de mayor y menor carga de trabajo. Esto evita que nuestro cuerpo se rebele contra la imposición de un ritmo excesivo.

Cuando seguimos una dieta o rutina beneficiosa de forma demasiado estricta, podemos volvernos rígidos y desconectados, lo que provoca un "efecto rebote" y comportamientos tóxicos al relajarnos. Demasiado control lleva al descontrol.

Es importante que nuestras reglas y hábitos sean flexibles y amables; como por ejemplo, romper nuestras reglas conscientemente una o dos veces por semana y disfrutar en un entorno adecuado de diversión con amigos, sin exagerar.

A veces, la propuesta es jugar y experimentar algo diferente para sentir que disponemos de otras posibilidades. A menudo, solo la experiencia nos da una conciencia directa de nuestra verdad interna.

Finalmente, es la acción y el aprendizaje que surge de esa acción lo que nos lleva a la transformación real. Volviendo al primer ejemplo, podría ser que observemos cómo nos sentimos al trabajar mucho, poco, o un término medio, y cuáles son las consecuencias de cada opción.

Seguir patrones mentales

El conflicto surge de la contradicción entre lo que creemos que debemos hacer y lo que realmente deseamos. Es como imponer un modelo de vida basado en expectativas externas, que la mente adopta como propio y fuerza sobre un cuerpo que se resiste, siente y desea otra cosa.

Desde la perspectiva de la bioenergética integrativa, solo podemos caminar hacia más coherencia si incorporamos los aspectos corporales, energéticos, emocionales y mentales en un organismo. La idea es integrar el cuerpo, no someterlo, y hacer entrar en razón a la mente para que impulse al cuerpo sin forzarlo.

Muchas veces, los patrones mentales que nos dicen qué está bien o qué debemos hacer para ser buenos, exitosos, amados o aceptados, ignoran nuestras necesidades y deseos profundos. Estos patrones suelen estar más relacionados con los condicionamientos sociales y culturales que con nuestra verdadera esencia.

Reconocer que estas incoherencias provienen de modelos culturales nos ayuda a distinguir entre lo que hemos aprendido y lo que realmente forma parte de nuestra auténtica naturaleza. Así, podemos empezar a conectar más genuinamente con nosotros mismos.

Percibir las emociones

Para que esta exploración no se limite solo a la mente, tenemos que sentir el cuerpo. De lo contrario, nos quedamos en una capa superficial de nosotros mismos.

Históricamente, y a nivel individual, nos hemos desconectado del sentir, centrándonos en modelos mentales funcionales para la adaptación social. Para volver a sentir, es necesario recuperar nuestra conexión con el cuerpo y sus sensaciones. Esto, por sí solo, ya es una auténtica aventura. Con el adecuado entrenamiento, podemos empezar a percibir las emociones en el cuerpo en lugar de hacerlo en la mente.

Para sentir profundamente es necesario relajarse. Según nuestra experiencia, intentar relajarse o practicar meditación no suele ser suficiente debido a la tensión acumulada. En la práctica, antes conviene activarnos al máximo mediante ejercicio físico, juego o danza. Según Wilhelm Reich, el ciclo completo de la energía incluye primero el movimiento, que produce una carga energética y puede conducirnos a un momento de éxtasis, seguido de una descarga y una relajación.

Estas dinámicas son muy efectivas para alcanzar estados de relajación profunda y, por tanto, para sentir verdaderamente. Además, reactivan nuestra capacidad vital, permitiéndonos cargarnos y descargarnos energéticamente con mayor facilidad y disfrute.

Vivir en coherencia implica un viaje de autodescubrimiento y transformación, cuestionando quiénes somos realmente más allá de los modelos externos. Al explorar nuestros sentimientos y conectar con nuestro cuerpo, desentrañamos nuestra esencia más profunda, reconociendo y diferenciándonos de patrones aprendidos. Aquello que descubrimos en nuestro interior se convierte en el faro de nuestra coherencia.

Las 4 claves de la percepción sensorial

  • SENSACIONES CORPORALES: Son una guía para descubrirnos. Por ejemplo, sentimos angustia y opresión en el pecho ante la falta de libertad, o un apretón en el corazón ante la injusticia. Nos revelan nuestra esencia, bien por contraste con lo que nos rodea, bien por reconocimiento, como cuando nos estremecemos ante la belleza de un atardecer.
  • SENTIR LA EMOCIÓN: Se trata de recuperar la percepción directa en el cuerpo y sus sensaciones,  no de identificarlas mentalmente. La emoción nos invita a un movimiento, a una acción. Cuando es una emoción primaria, es un diseño perfecto de la naturaleza que tiene una función de escucha de la situación y de respuesta adecuada para el individuo.
  • PRESENCIA: Podemos aumentar nuestra percepción sensorial con breves prácticas de atención a lo largo del día, de entre veinte segundos y un minuto. La propuesta es incrementar la frecuencia de estas prácticas diarias desde el disfrute, no desde la exigencia. De este modo, la presencia se integra naturalmente en nuestra rutina cotidiana sin dificultad.
  • PAZ INTERIOR: La coherencia interna se manifiesta en una tranquilidad interior  del ritmo cardíaco, una respiración larga y pausada y una sensación general de satisfacción y paz. Si no sentimos esta satisfacción, no hay nada de malo, simplemente el cuerpo nos está invitando a seguir caminando para construir esta coherencia.