Hoy en día, afortunadamente, existe mucho interés en cuidar la salud emocional de niños y adolescentes. En mi consulta, son muchas las familias que acuden a aprender a validar las emociones de sus hijas e hijos.
Validar las emociones es una de las bases de la crianza respetuosa. Ayuda a que los niños y adolescentes desarrollen una personalidad saludable y a que crezcan en equilibrio y en sintonía con su vida emocional.
A estas familias, siempre intento transmitirles la idea de que la clave de la validación emocional no se limita a escuchar y poner nombre a lo que sienten los pequeños, sino que una segunda parte, igual de importante, es la de tener en cuenta a los niños y hacerles sentir, con nuestras actitud y con nuestras acciones, que son escuchados y respetados.
cuando la Validación de las emociones se queda corta
Con frecuencia, muchos adultos, tras “validar” las emociones de los niños, siguen exigiéndoles que se comporten como ellos quieren, sin tener en cuenta los motivos por los que el pequeño se ha sentido triste, frustrado o enfadado.
Estos adultos siguen repitiendo las mismas actitudes anteriores y, por lo tanto, los niños sienten que no ha servido de nada abrirse y hablar de sus emociones.
La validación emocional no debe limitarse a bajarse a la altura de los pequeños, mirarles a los ojos y hablarles de las emociones que están sintiendo, para enseñarles a nombrarlas. Esto sería solo una validación parcial.
Aunque todos estos pasos son muy necesarios en el acompañamiento emocional de los niños, y suponen un gran avance con respecto a la educación de hace unas décadas, no debemos quedarnos en ellos. Si nos centramos únicamente en esta receta superficial y no profundizamos para realmente demostrarle a los niños que sus emociones están siendo escuchadas y respetadas, la validación se quedará a medio camino.
A los padres que quieren mejorar en la crianza con sus hijos, les explico mi experiencia con adultos en terapia. Algunos de ellos no sufrieron grandes traumas y tuvieron padres que, en apariencia, eran dialogantes y empáticos, pero que, a la hora de la verdad, no demostraban respetar las emociones de sus hijos y seguían forzándoles a comer la comida que no les gustaba o a besar al tío/abuelo que no conocían, porque solo le veían dos veces al año.
Más allá de la validación: el respeto emocional
Para demostrar que el mensaje de escuchar y validar las emociones es real, no se debe quedar en meras palabras, hay que pasar a la acción. El niño debe sentir que sus emociones son tenidas en cuenta y que merece la pena comunicarlas.
Si tu hijo o tu alumno expresa un malestar por alguna situación, debes recibir este mensaje y realizar los cambios necesarios para ayudarle en el futuro. El malestar (pena, tristeza, enfado, cansancio, etc.) de los pequeños debe ser tenido en cuenta y ha de implicar un cambio en el comportamiento y las actitudes de los adultos para no seguir causándoles el mismo sufrimiento en el futuro.
Por ejemplo, si un niño sufre porque otro compañero se burla de él o le pega, podemos acompañarle, validar sus emociones y permitir que las exprese. Pero, la validación no acaba aquí. También, habrá que trabajar y buscar soluciones para que la situación no se repita. De esta forma, el niño se sentirá realmente respetado, apoyado y sabrá que sus emociones han sido tenidas en cuenta.
cómo pasar de la validación a la valoración
Como ejemplo práctico de la valoración emocional, vamos a usar una situación que suele ocurrir frecuentemente en casi todas las familias.
Tras un largo día de colegio y de actividades extraescolares, vas a comprar al Centro Comercial por la tarde y llevas a tu hijo contigo. Por efecto del agotamiento, lo más probable es que tu hijo tenga un enfado por algún motivo circunstancial. La verdadera razón será que estaba demasiado cansado, necesitaba ir a casa y se ha encontrado en el centro comercial de forma inesperada y sin energías para soportarlo.
En esta situación, validar sus emociones va mucho más de bajar a su altura, escucharle y decirle: “entiendo que estás cansado”. Teniendo una visión más amplia de toda la situación, respetar sus emociones implicaría tenerle en cuenta para no llevarle de compras si ha tenido un duro día de trabajo en el colegio y en actividades por la tarde.
Otro ejemplo, para niños un poco más mayores o adolescentes, sería lo típico de obligarles a ir a visitar a un familiar, por ejemplo, los abuelos, cuando estos no se han preocupado de cuidar y cultivar una relación de cercanía y conexión con su nieto.
En esta situación, resulta comprensible que al nieto no le apetezca ir a visitarles si nunca ha notado cariño por parte de ellos. Validar sus emociones, en este caso, no se limita a mostrarse comprensivo porque no les apetezca ir, sino a no forzarles a visitar a personas con las que se sienten incómodos.