Hablar de contemplación supone una tremenda paradoja y un desafío, especialmente cuando evitamos deliberadamente los caminos ortodoxos y sobradamente hollados por teólogos, eruditos, ascetas y religiosos: profesionales de la mística que han emprendido la vida contemplativa como una vía de realización y perfeccionamiento espiritual.

Desde otro punto de vista, la contemplación es un estado de conciencia perfectamente natural para niños, paisanos, poetas e individuos de toda índole, y no podemos entenderlo como un camino, una técnica o un medio, sino como un acuerdo o entendimiento profundo en el que el instante, el sujeto y el mundo se encuentran y se funden íntimamente.

Llegué a las puertas de Allah y pregunté: "¿Dónde está la llave?" Y me respondieron: "No hay llave, esa es la llave."
(Proverbio sufí)

Dilatar la conciencia

Nuestra forma de entender esta experiencia tiene mucho que ver con la inspiración poética o la intuición del científico a punto de encontrar una fórmula magistral largamente buscada. Es una vivencia puramente espiritual pero no necesariamente religiosa.

Insistimos por tanto en que nada más lejos de nuestra intención que identificar la contemplación, una experiencia al alcance de todos, con la apartada vida de venerables santones, brahmanes y ancianos anacoretas.

Nuestra propuesta está ahí para ser vivida de un modo sencillo, no requiere fe o preparación e, igual que el agua de la fuente, se brinda a quien tiene sed.

El silencio que precede a la contemplación está siempre ahí, detrás de todo, igual que el firmamento estrellado tras la apariencia del cielo diurno.

El que contempla está ya sumergido en el instante, en la perfección. Es un verdadero iluminado que camina en sintonía con su entorno y al mismo tiempo ensimismado.

La contemplación no se busca ni se programa, quien llega a ella sólo ha tenido que despojarse por un momento de las preocupaciones e ideas preestablecidas (es todo y no es nada) y volver al propio regazo para mirar con una mirada nueva.

Es ahí cuando el mundo nos contempla y nos aunamos y fundimos en un abrazo que reconcilia y cura, que nos devuelve el sosiego llenándonos de serenidad... de eternidad...

Al fin y al cabo todos nos observamos los unos a los otros, incluso los árboles, decía un científico cuyo nombre no recuerdo.

Por ello nos interesa recobrar en este momento la visión del poeta, del niño, del salvaje, pues finalmente el arte de la contemplación no consiste en interpretar o analizar lo que vemos, se trata más bien de ceder la conciencia de sí para internarse en lo otro: rama, árbol, bosque. Para integrarse en el paisaje al que pertenecemos. Para encontrar al mismo tiempo la pregunta y la respuesta.

Cuando nos miramos en lo otro, amante, paisaje, firmamento . .. el mundo nos contempla y devuelve la mirada a través de los ojos de quien a su vez nos mira.

En ese reflejo nos reconocemos y podemos preguntarnos si el amor por el ser querido no es en cierto modo el amor, la admiración por nosotros mismos que vemos reflejada en sus ojos.

Historias y leyendas: la búsqueda de la contemplación

Vi una noche salir la luna entre sus ramas...
era grandona, redonda, colorada...
venía de la mar...
iba subiendo despacín, despacín (...)
Quedé muda, como hechizada
Hubiera querido gritar y no me atrevía a gemir
(Pilar Junco)

La poesía de la aldea, el éxtasis de los humildes, la mirada de los salvajes están impregnados de belleza y espíritu, y un abismo los separa de la búsqueda puramente religiosa tal como hoy se entiende.

Se trata de una muy vieja cuestión que ya en el siglo I relataba Diodoro de Sicilia cuando describía la toma del santuario de Delfos por los celtas.

El jefe galo Brennos no repara en el oro y la plata, coge las estatuillas de los dioses y se echa a reír atónito (imaginamos que ante la mirada aún más atónita de los sacerdotes), pues "los griegos habían concebido y representado a los dioses con formas humanas y materiales perecederos". Otra aberración para estos pueblos bárbaros era encerrar a los dioses en templos.

Pero se impuso un modo de relacionarse con el mundo a través del dominio y la conquista. Y en este afán sucumbieron los paganos (recuérdese que el término viene del latín pagus, aldea) y toda su concepción del mundo estrechamente vinculada a la naturaleza y sus ciclos.

Se trató así de retener y domesticar el espíritu, se nombraron dioses, se escribieron libros sagrados y fundaron iglesias. En cierto modo ha sido inútil: nadie ha podido aún atrapar la inspiración, la poesía, la belleza o la espiritualidad; y la naturaleza, aunque cada día más desgraciada y enferma, continúa siendo un inmejorable espejo para la contemplación del mundo y de nosotros mismos.

El mar y el horizonte, las olas, el sonido del viento entre los árboles, pasear entre la hojarasca, una mirada profunda, el transcurso del crepúsculo en un jardín, el cielo y las nubes, las constelaciones, el río, el crepitar de la hoguera...

A medida que uno se interna en el bosque, mil presencias susurran y te van llamando adentro y a lo profundo, el silencio y los árboles se agigantan y tú te vas haciendo más y más pequeño hasta desaparecer en una conciencia más vasta que te absorbe y comprende. El bosque parece entonces observarnos con una mezcla de curiosidad y desapego.

Según una leyenda azteca el Edén se perdió cuando el Árbol de la Vida se quebró y por aquella herida se colaron el Tiempo, la Enfermedad y la Muerte. Pero el Paraíso es una vasta región de nuestra alma a la que se llega por caminos nunca hollados.

En este lugar no existen la felicidad o la infelicidad, el tiempo, la búsqueda o el encuentro. Simplemente sucede, el mundo se detiene en un instante eterno y nos devuelve la mirada. Por muy lejos que nos encontremos basta un solo paso para regresar al hogar de nuestro origen. Está siempre aquí mismo, al alcance de la mano.

¿Pueden contemplar otras especies?

El 14 de julio de 1930 tuvo lugar una conversación entre Albert Einstein y Rabindranath Tagore.

El primero preguntaba: "Si se extinguiera la especie humana, ¿dejaría de ser bello el Apolo de Belvedere?" Tagore contestaba afirmativamente y ambos, científico y religioso, como no podía ser de otro modo, estaban de acuerdo. Pero la cuestión es más profunda.

Muchos pensamos que con la extinción de la especie humana los propios dioses se esfumarían al segundo siguiente, y en esto no estaría de acuerdo el religioso. Y si la pregunta fuera: "¿Se extinguiría la contemplación con el hombre?", probablemente la contestación de ambas partes sería afirmativa, incluso visceralmente afirmativa.

Sin embargo las concepciones más primitivas del mundo, las más cercanas a la naturaleza responderían de un modo bien distinto, afirmando que hay muchas almas y conciencias, muchas inteligencias al margen de la humana.

Según esta visión del mundo, la propia tierra o el bosque, el árbol o la ballena, contemplan el mundo a su modo, tienen su propia percepción y entendimiento.

J .A. Mills atribuye al oso grizzli un sentido de la estética y asegura haber observado a uno de ellos contemplar largamente un arco iris, a otro una puesta de sol particularmente brillante y aun a otro mirando las estrellas fugaces.

Quizá sea tan solo una fantasía o una intuición poética, pero me gusta pensar que los árboles "adoran" al dios sol, que tienen una conciencia constante del lugar donde se encuentra, incluso mientras permanece oculto al otro lado de la Tierra.

Los ejemplos podrían ser múltiples y aunque no nos interesa ahondar demasiado en este momento en la experiencia de otros, sí parece esencial para nuestra relación con el mundo que nos rodea, incluso para nuestro futuro, reconsiderar esta cuestión y recordar que hasta hace no mucho, incluso el hombre "civilizado" consideró inferiores, faltas de alma o inteligencia a las razas que sojuzgaba.

La leyenda del salmón de la sabiduría

La leyenda irlandesa de Fion parece una alegoría de la búsqueda que emprende todo ser humano por el mero hecho de vivir.

Se cuenta que el pequeño Fion fue entregado por su madre al druida Finneces para que recibiera educación.

El anciano Finneces llevaba siete años acechando al salmón de la sabiduría que vivía en una poza del río Boynne, alimentado por las avellanas de los nueve avellanos del conocimiento.

Cuando por fin el druida consigue pescarlo, encarga a su pequeño pupilo que lo ase con mucho cuidado, advirtiéndole que no debe probar ni una pizca.

Pero, en un descuido, Fion toca el salmón y se quema el dedo. En el preciso instante en que se lo lleva a la boca para aliviar el dolor, se convierte en poeta, vidente y sabio. Y Finneces comprende que el salmón maravilloso nunca le había estado destinado.

Cómo adoptar una mirada contemplativa

A la contemplación se llega desde infinitos lugares.

Durante el giro de los derviches el mundo termina girando a nuestro alrededor vertiginosamente y el movimiento revela la perfecta quietud del eje sobre el que rodamos. La vivencia es tan intensa que, por un momento, se diría en la vorágine del movimiento, el planeta detiene su incesante curso, se estremecen los goznes del firmamento y el universo se detiene a escuchar... por un instante.

Y como afirman los sufís, durante la sesión de giro son tan esenciales los que danzan como los que los contemplan y, por supuesto, como los músicos que proporcionan los raíles que facilitan esta conexión.

Otros modos de contemplación se experimentan interpretando distintas danzas, mediante la música, dando o recibiendo un masaje...

Quizá la clave es simplemente llegar a la conexión profunda; de ahí que, al margen de creencias o doctrinas, el yoga o el sufismo proporcionen técnicas de acercamiento.

Pero si observamos el éxtasis de un niño pequeño, mientras mira absorto las hojas de los árboles y los juegos de luz y de sombra que la brisa mece entre el follaje, entenderemos que la contemplación es así de natural y cotidiana.

Entenderemos incluso que la observación de esa simple experiencia es un modo de contemplación tan fascinante y contagioso como una sonrisa. Y, si practicamos, aprenderemos a encontrarnos de vez en cuando, como cuando, cogidos de la mano, caminábamos volviendo de la escuela, de regreso al hogar.

Esa es la vivencia: un continuo regreso al hogar, que puede ser vivido y expresado de mil modos distintos, pero que resulta más difícil y penoso cuanto mayor sea nuestra carga, porque la contemplación es ante todo un espacio de memoria y un espacio de olvido; en el que no hay dios, ni iglesia, no hay sacerdotes, ni templo, ni oración, es decir, no hay intermediarios entre nuestra visión y la experiencia.

Las puertas de la contemplación

Hemos preparado esta retahíla de palabras que ayudan a encontrar la calma y la inspiración, a fluir y reconciliarse con el momento presente.

Tan solo te invitamos a leerlas, a respirar y detenerte un instante, antes de mirar a tu alrededor, y aceptar lo que veas.

SERENIDAD · AGUDEZA · RECUERDO · ENCUENTRO · CONFIANZA · ENTENDIMIENTO · PAZ · ACUERDO · SOLEDAD · INTUICIÓN · PERCEPCIÓN · ACERCAMIENTO · SILENCIO · RECREACIÓN · LUCIDEZ · DANZA · ATENCIÓN · CONCIENCIA · PLENITUD · FUSIÓN · QUIETUD · INFINITO · COMPRENSIÓN · RECONCILIACIÓN · TEMPLANZA · INSPIRACIÓN · MEMORIA · SINTONÍA · DESAPEGO · DESNUDEZ · OLVIDO · CONEXIÓN · HUMILDAD · PRESENCIA · ABANDONO · RETORNO

¿Acaso no es contemplación todo lo que sugiere el simple hecho de "leer" y evocar todos estos lugares, como si recitáramos un poema minimalista?

Posiblemente hemos abusado de tu paciencia y tu inteligencia, lector, insinuando lo que es y lo que no es, lo que nos acerca y lo que nos aleja... Nada más lejos de nuestra capacidad que sentar cátedra en una ciencia que solo puede ser vivida.

En cualquier caso, nuestra intención ni siquiera ha sido hablar o teorizar, tan solo crear la atmósfera, el preludio, el sosiego y ese sentimiento de reconciliación con uno mismo que precede a la experiencia.

Todo está bien, adentro y afuera... Es el momento de contemplar y dejarse seducir por este mundo perfecto. En este paraíso ni siquiera la felicidad puede ser nombrada, pues implicaría que la infelicidad es posible.