Quienes no tenemos pareja estable anhelamos encontrar una y mantener la ilusión de que la felicidad completa se alcanza con otro con quien compartir la vida cotidiana.
Quienes sí tenemos a nuestro lado una pareja desearíamos tener otra vida, mientras alimentamos la fantasía de que podríamos ser más felices si nuestra pareja cambiara, si fuera más amable o más dispuesto a satisfacernos.
¿Es esperable que nuestra pareja cambie?
En verdad, si hubiera algo que quisiéramos cambiar, tendríamos que revisar cómo hemos constituido nuestra pareja desde el origen, qué recursos personales hemos ofrecido para el armado del vínculo amoroso y sobre todo, qué acuerdos hemos alcanzado juntos respecto al devenir de nuestras vidas. Pero además hay algo fundamental que deberíamos tener en cuenta:
Nuestra pareja refleja muchos aspectos propios que no reconocemos como tales
Nuestra pareja es nuestro espejo. Un espejo en el que a veces no querríamos reconocernos. Nuestra pareja –la persona con quien compartimos nuestra intimidad, nuestras angustias y dolores, nuestro presente y nuestras esperanzas– es un campo de proyección estupendo.
Todo aquello que admiramos, pero también todo aquello que nos molesta o no admitimos de nosotros mismos, encuentra un cauce para manifestarse en el otro.
Y viceversa. Nosotros también manifestamos parte de la sombra que nuestro partenaire no admite como propia
En la vida cotidiana, esto nos resulta un embrollo. Porque al final no sabemos muy bien dónde ubicar aquello que nos enfada.
Cómo vernos en este espejo
¿Nuestra pareja es demasiado sumiso/a y poco arriesgado/a? Tal vez nosotros estamos acostumbrados a liderar, imponiendo nuestros gustos y queriendo imponer nuestras razones. Sería pertinente pensar que solo podríamos habernos emparejado con alguien dispuesto a adecuarse a nuestros gustos, aunque luego no nos simpatice ¡que se adapte tanto!
¿Nuestra pareja vive como si estuviera solo/a sin incluirnos en sus decisiones? Podríamos suponer que al momento de emparejarnos, nuestra libertad y nuestra autonomía eran valores indiscutidos y estábamos preparados para vincularnos solo en la medida en que cada uno conservara ámbitos de independencia y autogestión, aunque ahora nos demos cuenta de que no nos sentimos tan amados como hubiéramos imaginado.
¿Nuestra pareja tiene estallidos recurrentes y termina generando violencia conyugal? Es probable que los conflictos hayan sido moneda corriente en nuestras familias de origen y que hayamos aprendido que a través de las batallas afectivas fluye una corriente amorosa. En cualquier caso, eso que nos molesta de nuestra pareja en alguna medida también nos pertenece, aunque no tengamos conciencia de ello.
Por eso no parece pertinente pretender que el otro cambie. Sin embargo, sí sería oportuno aprovechar ese espejo auténtico y veraz para conocernos más.
Para formularnos preguntas respecto a nuestro ser interior y observar mucho más allá que nuestro pequeño punto de vista personal. Para ello, tendremos que observar los escenarios completos.
Por ejemplo, si las mujeres pretendemos un hombre maduro, responsable, abierto, generoso, disponible y atento a cualquier necesidad ajena, como mínimo va a buscar una mujer con un nivel similar de madurez emocional. Ahora bien, ¿somos esa mujer?
Otro ejemplo: si nos hemos emparejado porque el varón era divertido, teníamos buena química, había atracción sexual y las salidas sociales eran el punto en común, probablememte la vida en pareja sea entretenida. Pero si luego nace un niño y la atracción sexual queda en el olvido y el cansancio nos inunda, no podremos pretender que el señor que vuelve todas las noches a casa se convierta por arte de magia en alguien que no es: serio, preocupado y conectado con nuestra intimidad emocional.
Y si nos hemos emparejado con un hombre-niño sometido a los deseos de su propia madre –que también se somete sin protestar a nuestras decisiones–, es un esquema que nos permite manejarnos con libertad en todas las áreas de nuestra vida. En compensación, tal vez ese individuo se enferme, se deprima o se quiera ir de casa, harto de estar sometido a nuestras denuncias hirientes por haberse convertido en la peor pareja del mundo.
Quiero decir, nuestras parejas se convierten en un campo de proyección espectacular, permitiéndonos observar y registrar todo lo que nosotros mismos generamos sin darnos cuenta.
¿Qué podemos hacer?
En primer lugar aprovechar la vida en pareja como un espejo magnífico donde mirarse y comprenderse, y convertirnos también en el mejor espejo para nuestro partenaire.
- Después, comprender que erigir y sostener una pareja no es –per se– garantía de amor ni de comprensión. Es probable que ambos deseemos construir algo bonito juntos, pero tendremos que conversar honestamente sobre lo que cada uno puede ofrecer a favor del otro, ya que la rutina puede ser muy dura de sobrellevar.
- Además, tendremos que sincerarnos y darnos cuenta de que en nombre del amor pretendemos sostener un sistema de pareja en el que intentamos amarnos, pero a veces estamos agotados de rabia y desencanto.
A veces aumentamos las exigencias suponiendo que una sola persona debería colmar todos los agujeros afectivos que arrastramos desde tiempos remotos
También creemos que merecemos ciertos cuidados y atención que –suponemos– deberían ser cubiertos por nuestra pareja dentro de las modalidades que hemos fantaseado que son las correctas.
En verdad todo esto podría ser un gran malentendido, sobre todo si nuestras ambiciones están basadas en fantasías, en lugar de habernos abocado con conciencia y humildad a cimentar una relación amorosa basada en la realidad de quiénes somos –cada uno de nosotros– y de quién es el otro.
Conocernos más, sin juicios
Para ello, el primer paso es abordar nuestra realidad emocional real. Para acercarnos a nuestra realidad interior, es decir, a todo aquello que sentimos, que nos duele, que nos vitaliza, que anhelamos, que tememos o que nos reconforta, tenemos que conocernos más y sobre todo comprendernos más.
Sin juicios de valor, sin considerar nada bueno o malo, correcto ni incorrecto, sino observando con un manto de compasión cuáles han sido nuestras experiencias amorosas a lo largo de la vida –empezando por nuestra infancia– qué entrenamiento hemos adquirido para vincularnos con los otros y qué estamos listos para aprender de los demás.
Esta disponibilidad y apertura para conocernos y compadecernos será la llave mágica para relacionarnos con ternura y aceptación con nuestra pareja, aunque haya nimiedades de la vida cotidiana que no nos gusten.
Para amar al otro necesitamos tomar la decisión de amarlo
¿Contribuir a vivir en paz dentro de una pareja sirve para algo más que para el confort personal? Entiendo que a todos nos interesa aportar un granito de arena a favor de un mundo más amable, más solidario e igualitario, más interesado en elevarnos espiritual, intelectual y creativamente. Para ello, tenemos que comprender que los enfados personales solo fueron recursos de supervivencia en el pasado, pero que hoy no tienen razón.
Estoy convencida de que las revoluciones históricas se gestan y se amasan dentro de cada relación amorosa. Entre un hombre y una mujer. Entre un adulto y un niño. Entre dos hombres o entre cinco mujeres. En ruedas de amigos. En el seno de familias solidarias. Hoy tenemos la obligación de ofrecer nuestras habilidades, nuestra inteligencia emocional y nuestra generosidad al mundo, que tanta falta le hace.