Todos aspiramos a tener una vida llena de amor, y es natural porque, como evidencian las últimas investigaciones, gracias a él experimentamos el abanico completo de emociones positivas, pues es el único sentimiento que no solo las reúne todas, también las potencia. El amor es fuente de bienestar, el motor de nuestra existencia y la clave para nuestro desarrollo como personas plenas y felices.
Se ha hablado mucho de las emociones positivas y de su importancia para el bienestar y la felicidad. Los beneficios son evidentes: gozar de la vida, sentir y expresar gratitud, tener momentos de serenidad, sentir curiosidad e interés por el mundo, vivir con esperanza, poder sentir orgullo de manera constructiva, tener la capacidad de divertirse, encontrar fuentes de inspiración y mantener nuestra capacidad de asombro.
Todos estos elementos de la positividad son importantes para poder “florecer” como personas, pero hay una emoción positiva que los incluye a todos ellos: el amor.
Una suma de emociones
El amor es la suma de las emociones positivas, las integra y las potencia. La investigadora Barbara Fredrickson, una de las principales expertas en cuanto al estudio de la positividad, y autora de Vida positiva (Ed. Norma), propone que en una relación amorosa –de cualquier tipo, no necesariamente romántica– se pueden dar, en diferentes momentos, todas las emociones positivas.
Por ejemplo, cuando nos sentimos atraídos por alguien sentimos un gran interés y curiosidad por conocer a dicha persona; seguramente lo pasaremos bien juntos, nos reiremos, compartiremos momentos de diversión…
Conforme la relación se consolide, sentiremos más alegría, disfrutaremos la compañía mutua y empezaremos a compartir nuestros sueños y esperanzas para el futuro. Cuando la relación sea más sólida, experimentaremos la sensación de relajación y serenidad que proporciona la seguridad de saber que la otra persona nos quiere.
Nos sentiremos agradecidos por lo que aporta a nuestra vida, sus logros nos enorgullecerán y sus cualidades podrán servirnos de inspiración para ser mejores personas.
En sus investigaciones, Barbara Fredrickson ha comprobado es la emoción positiva que las personas experimentamos con más frecuencia. También, afirma que el amor se siente por momentos y que una relación es una acumulación de momentos en los que sentimos estas emociones positivas con una persona.
Así como en la corriente eléctrica a veces hay descargas que aumentan el voltaje, en las relaciones hay “descargas” u oleadas de emociones positivas que aumentan el voltaje de las sensaciones gratas y positivas entre las personas.
La psicología y la química del amor
El profesor Christopher Peterson, uno de los máximos exponentes en psicología positiva, afirma que esta disciplina se puede describir en una frase: “Los demás son importantes”. Y se basa en la evidencia de que la capacidad de amar y ser amado es muy importante para nuestro bienestar en todas las etapas de la vida, desde la primera infancia hasta la vejez.
El amor también cambia la química de nuestro sistema nervioso. Así, cuando tenemos contacto social, y especialmente cuando se da el contacto físico, segregamos una sustancia, la oxitocina, que promueve la formación de vínculos. Algunos llaman a la oxitocina la “hormona del abrazo”: las mujeres la producen en mayor cantidad durante el parto y la lactancia, y, curiosamente, los niveles de oxitocina de los padres aumentan durante el embarazo de sus parejas y siguen aumentando en la medida en que el hombre pasa más tiempo con su bebé.
Paralelamente, la oxitocina se asocia con la dopamina, un neurotransmisor fundamental en la regulación del placer. Además, y a través de resonancias magnéticas que permiten observar el cerebro, los investigadores Andreas Bartels y Semir Zeki, del University College de Londres, encontraron que las personas que se describen como “muy enamoradas” muestran patrones de actividad cerebral diferentes cuando observan la foto de su ser amado que cuando las fotografías son de otros seres queridos, amigos o familiares.
La necesidad vital de afecto
Los ejemplos de los aspectos químicos del amor no significan que este sea un fenómeno puramente biológico, pero sí indican que tenemos una predisposición biológica para amar. Una de las investigaciones más conocidas en la historia de la psicología es el famoso estudio de los monos de Harlow.
En 1958, el psicólogo Harry F. Harlow trató de indagar si los bebés desarrollan una relación con la madre solo porque necesitan que los alimente, así que diseñó un experimento con monitos a los que separaba de sus madres y les daba acceso a dos maniquís: una “mona” de alambre rígido que tenía un biberón del que salía leche, y otra “mona” de felpa, que no daba leche pero que tenía una textura agradable.
Sorprendentemente, los monitos preferían estar con la maniquí de felpa, es decir, que el contacto “cálido” era tan importante como la alimentación. Estos estudios prepararon el terreno para investigaciones posteriores sobre la importancia de las relaciones.
Actualmente, hay numerosas evidencias de que las amistades desempeñan un papel muy importante en nuestra vida, ya que tener buenos amigos –aquellos que nos apoyan– se relaciona fuertemente con la satisfacción vital y el bienestar, así como una buena relación de pareja también tiene mucho que ver con la salud física y emocional.
George Vaillant, psiquiatra y profesor en la Universidad de Harvard, dirige la investigación más larga de las que se han realizado hasta ahora sobre el desarrollo de los adultos: el seguimiento de una generación de hombres y mujeres a lo largo de 70 años.
Tras investigar cuidadosamente decenas de factores que predicen el bienestar de las personas en la edad adulta y la vejez, Vaillant subraya que, sin lugar a dudas, “las relaciones con los demás importan más que cualquier otra cosa en el mundo”. Por ejemplo, aquellas personas que habían tenido relaciones cálidas y sólidas, tenían probabilidades mayores de tener éxito laboral, buenos ingresos económicos y buena salud.
George Vaillant se atreve a afirmar que “la felicidad es igual al amor. Punto”.