Por Sergio Sinay
Para mí, las cosas son blancas o negras; no grises". "¿A quién quieres más, a tu papá o a tu mamá?" "O estás con ellos o estás con nosotros, decídete". "Si trabajo, no puedo estudiar; si estudio, no puedo trabajar". ¿Has dicho o escuchado alguna vez alguna de estas frases? Quien más quien menos, todos conocemos estos planteamientos.
Sin darnos cuenta, vivimos inmersos en afirmaciones o creencias de este tipo, que revelan cómo vivimos y nos relacionamos, cuál es nuestra actitud en el el mundo. Este tipo de preguntas o afirmaciones nos coloca ante dos opciones posibles que parecen siempre contradictorias, obligándonos a elegir una de ellas. Y tras la elección, nos sentimos incómodos, invadidos por la culpa, la incertidumbre o el descontento. ¿Habremos elegido bien? ¿Estarán conformes con nuestra decisión? ¿Lo estamos nosotros?
Los términos de la polaridad se necesitan, se relacionan y crean significados nuevos que son más que la suma de las partes.
Enredados en estas dudas, se nos escapa una idea: quizá no se trata de elegir sino, acaso, de integrar. Decía Carl Jung, el padre de la psicología profunda, que todo aquello que puede ser nombrado lo es porque conocemos su opuesto. Nada significaría el placer sin el dolor, el día sin la noche, el frío sin el calor, el amor sin el rencor, la esperanza sin la desazón...
¿Estamos condenados a elegir?
Cuando dices que para ti las cosas son blancas o negras, ¿no te estás perdiendo el gris con toda su riqueza? ¿No puedes querer a tu mamá y a tu papá de manera distinta, pero con igual intensidad? Muchas veces, entre “ellos” y “nosotros” puedes encontrar un punto que te permita dialogar con ambos; no serás un tibio ni un indeciso, sino alguien que ha aprendido a pensar por su cuenta y a elegir bajo su propia responsabilidad. Si trabajas mientras estudias, seguramente deberás esforzarte más, pero sin duda enriquecerás tu experiencia de vida.
Como en estos casos, tropezamos a cada momento con falsas opciones que, en lugar de ampliar nuestras posibilidades existenciales, las estrechan. Algunas tienen que ver con nuestro trabajo, otras con nuestros afectos y vínculos, otras con nuestras costumbres, otras con los lugares que habitamos... No podemos estar en dos sitios a la vez. Tampoco es posible amar con igual compromiso y presencia a dos parejas. Ni comprar dos cosas con el mismo dinero. Tanto en estos casos como en los anteriores, nos enfrentamos a un ejercicio que nadie puede realizar por nosotros: el de decidir.
Decidir, esa es la cuestión
Decidir significa ceder para tener. Estamos obligados a establecer prioridades, a explorar nuestras verdaderas necesidades (diferenciándolas de nuestros gustos, deseos o caprichos) con el fin de saber qué hemos de postergar o abandonar cuando todo no es posible. Esta acción dará valor a nuestra elección, pues, para hacer lo que hacemos –o tener lo que tenemos–, a veces hemos tenido que ceder o aplazar otras cosas.
¿Pero qué ocurre si estamos ante una polaridad en la que los términos no se excluyen? En este caso, también hay que decidir. Y lo primero será decidir si aceptamos el falso dilema que se nos manifiesta o si, de lo contrario, nos negamos a ello e intentamos integrar lo que se presenta como opuesto.
Si lo examinamos con calma, descubriremos cuántas veces dos opciones que parecen incompatibles, en realidad, no lo son.
Ya hemos visto lo del amor a papá o a mamá, lo del negro o blanco, lo de “ellos” o “nosotros”. Pero también podemos pensar en otras falsas opciones: trabajar o cuidar a los niños, dedicarnos a nuestra profesión o a una afición, engordar o pasar hambre, faltar a un compromiso que nos exige demasiado tiempo o disgustar a quien lo organiza, pasar la fiestas navideñas en casa de una familia o de la otra, retomar una vocación aplazada o seguir donde estamos...
La trampa de todos estos enunciados está en la palabra “o”. Es posible trabajar y cuidar a los niños, ejercer nuestra profesión y desarrollar una afición, cuidar la salud y a la vez comer gustosamente, acudir a un compromiso solamente por el tiempo que nos sea posible y aclarárselo a quien corresponda, las fiestas se pueden celebrar en un lugar neutral, las vocaciones postergadas pueden ser retomadas, aunque, claro está, deberemos hacerlo adaptándolas al tiempo y a las condiciones actuales...
Si aprendemos a detectar los falsos dilemas, podremos integrar las dos opciones en un punto de armonía y crecimiento
Es preciso remplazar la “o” por la “y”. Evidentemente, esto significa ejercer la responsabilidad sobre la propia vida. La “o”, aun cuando parece más firme y sólida, nos empobrece. Bajo la apariencia de quitarnos un problema y un trabajo de encima, nos somete a la insatisfacción. Cuando, en lugar de en “o”, pensamos en “y”, empezamos a trabajar para integrar cosas que parecen incompatibles.
Esto lleva más tiempo y esfuerzo, pues nos exige aprender a discriminar para saber qué incluir y qué quitar. Pero elimina la falsa disyuntiva y, a cambio, nos propone encontrar el punto de armonía entre los opuestos. Ese es un punto de crecimiento. No siempre es una cosa o la otra. Muchas más veces de las que nos damos cuenta, es una cosa y la otra. Se trata de que nuestras decisiones, elecciones y acciones sumen. Pero nadie puede sumar por nosotros. Y es nuestra tarea aprender a hacerlo.