Son tantos los factores que pueden modificar nuestra felicidad, que parece imposible encontrar la forma de asegurarnos la completa satisfacción personal. La ciencia ha demostrado que incluso la forma en la que caminamos, los gestos que hacemos o cómo hablamos con los demás puede modificar nuestra felicidad.

Aunque saber estos entresijos de la mente puede beneficiarnos en gran medida. Si aprendemos a usar el lenguaje, la postura y los gestos a nuestro favor, podemos conseguir mejorar nuestro bienestar emocional de forma considerable. Así, llevar una sonrisa en el rostro, ser amables con los demás y caminar erguido puede ser increíblemente efectivo para aumentar la felicidad personal, el bienestar emocional y la satisfacción. De esto sabe mucho el gran Neil Pasricha, que junto a su equipo descubrió cuáles son las seis frases que dicen las personas más felices del mundo.

Palabras que modifican el comportamiento

No se trata de lo que nos sucede, sino de cómo lo interpretamos. No son pocos los psicólogos que coinciden en este punto. La felicidad depende de cómo vemos el mundo, de cómo interpretamos lo que nos sucede y de cómo nos contamos a nosotros mismos nuestra historia personal. Por eso el lenguaje, la forma en la que nos hablamos y hablamos con los demás, es tan importante.

Seguro que lo has vivido alguna vez en tus propias carnes. Un pequeño comentario de parte de otra persona puede desmontarte o alegrarte el día. Y lo mismo sucede con lo que tú misma dices a otros. Cuando intentas tener un lenguaje positivo, cuando procuras no fijarte solo en lo malo, la cosa cambia.

Esto ha quedado ampliamente demostrado gracias a estudios como los que Neil Pasricha, director del Instituto para la Felicidad Global, y su colega, la psicóloga Leslie Richardson, han realizado. En el mismo, los científicos descubrieron cuáles son las seis frases que más repiten aquellos que se consideran mayoritariamente felices. Te sorprenderán los mecanismos que activan en el cerebro.

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Una de las primeras muletillas que captó la atención de los investigadores durante este estudio fue esta. No parece tener, a simple vista, ninguna relación con la felicidad, ¿verdad? Y, sin embargo, su efecto es poderosísimo.

Lo que esta frase hace es demostrar interés por los demás. Con esto, el cerebro consigue varias cosas. Para empezar, sales de ti. Sales de tu narrativa interna, de esa que te hace pensar que el mundo entero gira a tu alrededor y las cosas malas solo te suceden a ti. Este ejercicio mental, indirectamente, nos ayuda a relativizar lo que nos pasa, descansando del constante fluir de los pensamientos.

En segundo lugar, con esta frase demostramos genuino interés en la otra persona. Esto refuerza los vínculos que nos unen, algo esencial para la salud mental. Y es que ha quedado demostrado que los vínculos que nos conectan con otros son la clave para ser felices.

Todavía no

Durante el día nos enfrentamos a muchas preguntas a las que, por desgracia, debemos responder no. Son de esas que te hunden. ¿Tienes pareja? ¿Has encontrado trabajo? ¿Estás haciendo lo que deseas? ¿Te has independizado? ¿Has podido comprarte un coche? Muchas preguntas que, al tener como respuesta una negativa, te desmoralizan.

Es aquí donde las personas felices sacan a relucir la palabra mágica: Todavía. Porque con esta palabra se abren las puertas de la esperanza.

Todavía no has conseguido un trabajo, todavía no tienes pareja, aún no te has mudado o aún no has podido comprarte ese coche. Pero llegará. Estás en camino, y este atisbo de positividad y esperanza lo cambia todo.

Voy a…

Una de las cosas que más felicidad parece restarnos es la sensación constante de obligación. Todas esas responsabilidades y deberes que nos echamos a la espalda sin que nadie nos esté obligando realmente a hacerlo. O sí, pero que realmente no debemos asumir.

“Tengo que cuidar de los niños. No puedo, tengo que trabajar. Es mi deber cuidar de mis padres. Este fin de semana tengo que estudiar.”

De solo leer estas frases puede que ya se haya activado en ti una sensación de estrés, angustia y ansiedad.

En lugar de poner el foco en el deber, las personas felices cambian de verbo. “Voy a cuidar a mis niños. Voy a trabajar. Me quiero quedar cuidado de mis padres. Puedo estudiar este fin de semana, y lo voy a hacer.”

Al cambiar de verbo y asumir la responsabilidad de nuestros actos, como decisiones propias y no dadas por el exterior, la química cerebral se modifica, devolviéndonos la sensación de control sobre nuestras vidas. Generándonos la satisfacción de sabernos libres.

No tiene importancia

Shoshana Ungerleider, doctora especialista en medicina interna, ha acompañado a muchos pacientes en su lecho de muerto. La experta afirma que uno de los arrepentimientos más habituales que ha oído es “me preocupé de cosas insignificantes”.

Y según Pasricha y su equipo, esta es también una de las expresiones más habituales de las personas felices. En momentos de dificultad se pregunta. ¿Importará dentro de un año? Casi siempre, la respuesta es no.

La capacidad de relativizar nuestros problemas y preocupaciones es esencial para poder descargar nuestras vidas de estrés y ansiedad, afrontando cada día con esperanza y satisfacción.

A lo importante

Frente a la capacidad de quitar importancia a los problemas,está la habilidad de saber priorizar. Más que priorizar, saber centrarnos en aquello que realmente importa. Y entendemos como importante no solo aquello que marcará una diferencia, te acercará a tus objetivos o solucionará un problema. Lo importante también es aquello que puedes hacer, acciones que son realizables.

Según Pasricha y su equipo, las personas más felices del mundo se despiertan cada mañana con un objetivo en mente. “Hoy voy a hacer…” y tras estas palabras, sigue una pequeña lista de objetivos realizables y concretos. Entienden, por tanto, que la montaña no se escala de una sola vez, que Roma no se construyó en un día. Y avanzan, poco a poco, con esfuerzos suficientes pero razonables, hacia sus objetivos.

Gracias

Para acabar, las personas más felices saben dar las gracias por los pequeños detalles de la vida. Pasricha y su equipo lo expresaban en términos sencillos gracias a una metáfora muy habitual en la psicología. La de la rosa, la espina y el capullo.

La rosa son aquellos pequeños placeres diarios que colman tu vida de felicidad. Las espinas son aquellos instantes que duelen, aquello que no sale bien. Y los capullos, los sueños e ilusiones del pasado.

Las personas felices son capaces de reconocerlos todos, aceptarlos y dar las gracias por ellos. Ahí está la diferencia, la verdadera clave de la felicidad.