La infancia se esfuma de repente, casi sin darnos cuenta, y da paso a una etapa llena de descubrimientos, rebeldías, silencios y emociones desbordadas: la tan temida adolescencia. Para muchos adultos, este cambio supone una fuente constante de preocupación y desconcierto. Nos preguntamos, viviendo nuestro duelo personal, como nos explicaba Diana Al Azem en una entrevista para Cuerpomente, qué ha pasado con ese niño que nos lo contaba todo y por qué parece que ya no nos necesita.
Lo cierto es que las apariencias engañan. Expertas como la educadora social Sara Desirée o la Dra. Abigail Huertas nos los advierten en libros, entrevistas y conferencias: los adolescentes necesitan a sus padres casi más que en cualquier otra etapa. También lo hace Marcela Escalera, psicóloga experta en adolescencia, que recientemente ha compartido una valiosa lección en Aprendemos juntos, un ambicioso proyecto de BBVA.
La pregunta que lo cambia todo
Por más que la adolescencia nos asuste y nos preocupe, en especial cuando nos enfrentamos a series como Adolescencia, de Netflix, no tiene por qué ser una etapa oscura. De hecho, son muchos los expertos y expertas que aseguran que la clave está en el enfoque. Esto mismo dice Escalera en su ponencia, en la que lanza una propuesta tan sencilla como radical. La psicóloga pide a los padres que se hagan esta pregunta: “¿qué necesita mi hijo de mí?”.
Esta pregunta debería sustituir al clásico “¿qué le pasa?”, que viene a la mente del adulto cuando el adolescente pega un portazo, no quiere comer, no habla en la mesa o contesta de malas formas. La reacción adecuada tampoco es “¿cómo lo puedo cambiar?” o “qué miedo”, explica la experta, sino “¿qué necesita ese hijo o esa hija de mí?”.
Parece sencillo, pero es de esas cosas que resultan más fácil decirlas que hacerlas. Sin embargo, este sencillo cambio de perspectiva consigue cambiarlo todo. Dejar de mirar al adolescente desde el miedo, la urgencia de corregir o el deseo de controlar, y comenzar a hacerlo desde el amor y la curiosidad por comprender, permite abrir la puerta a una nueva forma de relacionarse. Una más empática, más consciente. Una en la que lo importante no es acabar con los conflictos, que son inevitables en esta etapa, sino acompañarlos con una presencia adulta, sólida y segura.
El adulto faro
La pregunta que Escalera nos pide que nos hagamos puede parecer compleja, cuando, en realidad, dice la experta, su respuesta es universal. “Todos los adolescentes necesitan un adulto a su lado que se convierta en su faro y que, a lo largo del camino, de ese puente, pueda darle luz y lo pueda dirigir hacia dónde va”.
Asumir que vendrán momentos duros parece también una parte inevitable de esta transformación de adultos castigador a adulto faro, dado que la experta nos recuerda que “en la adolescencia va a haber turbulencias, va a haber nubarrones, va a haber muchos cambios, por supuesto, porque es una etapa de transformación, es una etapa de transición”.
Y esto no tiene nada de malo. Si es así, es porque debe serlo. “La naturaleza no se equivoca”, sentencia Escalera. No es que tu adolescente intente castigarte con su comportamiento, o que hayas tenido “mala suerte” con lo que te tocó. Es que “los cambios, las turbulencias y los conflictos no los vamos a evitar”, asegura la psicóloga, puesto que estos son “parte del plan de la naturaleza”.
Desmitificando la adolescencia
“La naturaleza no hace al adolescente malo ni bueno”, asegura Escalera, “lo hace en un proceso de transición”. Estos procesos son naturales de la vida, y precisamente por eso nos dan miedo.
Es lo que la psicología ha llamado “sesgo de aversión al cambio”. Para que el cerebro se sienta seguro generando un cambio en su vida, debe percibir que los beneficios obtenidos duplicarán a los que se conseguirían si cambiar. En un ejemplo sencillo, significaría que solo te sentirás cómoda cambiando de trabajo, por ejemplo, si con ello duplicas tus beneficios, ya sea en forma de salario, comodidades u otras ventajas.
Teniendo esto en mente, por tanto, debemos atrevernos a cambiar también como adultos. Porque la adolescencia, prometen los expertos, no tiene por qué ser algo que nos preocupe o nos cause sufrimiento. Al contrario, puede ser una etapa de descubrimiento, aprendizaje y crecimiento. “Él está cambiando”, dice Escaleras, que nos invita a preguntarnos “cómo cambio yo, cómo me transformo yo y me actualizo yo para convertirme en un compañero”. Porque el cambio, aunque cueste, merece con creces la pena.
Cómo ganarse el corazón de un adolescente
Recuperar la confianza del adolescente pasa a convertirse, al entender el mensaje de Escaleras, en una prioridad absoluta, porque “cuando yo tengo su corazón, ese adolescente se va a recargar en mí, va a confiar en mí y yo voy a tener el privilegio de darle luz en su camino” Pero ¿cómo lo conseguimos? La psicología nos dice que hay algunas técnicas claves que debemos aplicar en casa:
- Hazle sentir que es valioso por lo que es, no por lo que hace. La validación incondicional es fundamental en esta y otras etapas de la crianza.
- Escucha más de lo que hablas. Diana Al Azem recuerda a los padres que “tenemos dos orejas para escuchar y una boca para hablar”, por lo que debemos escuchar el doble de lo que hablamos. En especial, en esta etapa en la que el adolescente necesita expresar su identidad.
- Comparte momentos, no solo instrucciones. Cocinar juntos, ver una serie, caminar en silencio. Lo cotidiano crea conexión. El vínculo no se construye con grandes discursos, sino en pequeños gestos diarios.
- Pon límites y acéptalos. En su libro En esta casa mando yo, y punto, Sara Desirée nos explica que la forma más eficaz de enseñar a los adolescentes a poner límites es como el ejemplo. Ponlos con asertividad, exige que se cumplan y respeta los de los demás. Esa es la clave.
- Dale una autonomía real. La sobreprotección, aseguran los expertos, es otra forma de maltrato. En la entrevista que concedió a Cuerpomente, Desirée definió el límite de forma sencilla. Si el adolescente puede hacerlo solo, déjalo que lo haga.
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