Es increíble que en una era en la que puedes hablar en cuestión de segundos con alguien que se encuentra en la otra punta del mundo, la soledad se haya convertido en una epidemia. Así lo declara la OMS, que considera a la soledad no deseada como un peligro contra la salud pública. Necesitamos reconectar, necesitamos pelear contra esta soledad impuesta, y para hacerlo, los filósofos tienen clara la estrategia.
Durante estos meses hemos tenido la suerte de hablar con grandes filósofos, como, José Carlos Ruiz o Jorge Freire, que nos han dado su honesta opinión sobre el problema de la soledad, cómo enfrentarlo y cómo sobrevivirlo. Sus respuestas apuntan a una misma dirección: la sociedad tiene una asignatura pendiente con la soledad, algo esencial que todos debemos aprender para ser felices.
¿Por qué nos sentimos más solos que nunca?
Cuando entrevisté a José Carlos Ruiz le hice esta pregunta. ¿Cómo es posible que en la era de la hiperconectividad nos sintamos más solos que nunca? Su respuesta fue clave: “Es paradójico, pero se entiende mejor cuando nos damos cuenta de que en el momento en el que más conectado del mundo estamos, nos encontramos, a la vez, menos relacionados”.
Algo similar rescata en su libro, su primera novela, Una mujer educada, en la que su protagonista, Eva, se enfrenta a los últimos meses de su vida. Deja a sus espaldas a una niña recién nacida, y al puro estilo de Séneca en sus famosas Cartas a Lucilio, escribe sus propias Cartas a Lucía, su hija. Una de ellas la dedica a la soledad, y en ella invita a la joven Lucía a apostar por la presencialidad.
“Somos seres voluminosos”, me explicaba en nuestra entrevista José Carlos, “tenemos corporeidad”. Esta es esencial en el proceso de relación. Por eso, por más horas que pasemos frente al teléfono, chateando o hablando por llamada, no estamos satisfaciendo esa sed de relación que nos ofrece el “acompañamiento en lo real”. Así, pues, la primera apuesta de la filosofía es descartar el contacto digital y, siempre que sea posible, apostar por la presencialidad.
Una soledad entrenada
En esta misma línea sobre la presencialidad, Jorge Freire compartía con nosotros en su entrevista que “nos gusta creernos tigres indomables y lobos esteparios, pero cuando nos sacan del rebaño lo pasamos mal”. La suya es una frase de doble lectura, porque nos recuerda que desarrollar una identidad es esencial para lidiar con esa soledad que sentimos cuando “nos sacan del rebaño”, tema que aborda en uno de sus últimos libros, Los extrañados.
Esta identidad no puede formarse sin el otro, pero tampoco sin la soledad. “Es un juego de equilibrio entre la imagen que vemos y la que nos devuelven los demás”, nos dice Freire. Por eso, debemos entender que “la soledad no es mala, siempre y cuando no se convierta en aislamiento”. La clave nos sugiere, está en “saber estar con los demás sin perderse en el griterío y en saber estar solo sin que nos caigan las paredes encima”.
Es lo que José Carlos Ruiz llama en su novela “una soledad gozosa”, una que buscamos y que nos construye. Una que es esencial para la felicidad.
Una soledad gozosa
Decía Shoppenhauer que “la soledad es el patrimonio de todos los espíritus superiores”. Y aunque conviene recordar que el filósofo del pesimismo despreciaba profundamente a la especie humana, en sus palabras encontramos un mensaje importante.
“La soledad es uno de los elementos de conquista más complicados de gestionar”, escribe Ruiz en su libro, “especialmente porque damos por hecho que no es necesario aprender a estar únicamente con nosotros mismos”. Pero el filósofo asegura que esta es una asignatura pendiente de la sociedad, dado que “es necesario tener una soledad saludable”.
Esta, además de permitirnos forjar esa identidad de la que nos habla Freire, también nos ayuda a enfrentarnos al peor de los males: el desamparo. “No podemos dejar que la gente empiece a percibir la soledad sin haberla preparado para esa conquista”, me explica Ruiz mientras charlamos en un precioso hotel de Sevilla. “Es algo que desde pequeños tenemos que educar, para que tengan esos territorios de soledad, que los gestiones bien, que no sientas incomodidad, que no puedes que es una soledad impuesta, sino que eres capaz de rellenarla”.
La alternativa es desoladora, me explicaba el filósofo, porque si no nos educamos para estar solos, cada vez que percibamos la soledad “será porque viene por imposición social” y no sabremos gestionarla. “La falta de gestión de esa soledad es muy dolorosa”.
Para rellenarla, no nos queda otra que enfrentarnos a ella y recordar que, como dijo Shoppenhauer, lo que nos acompaña cuando estamos solos es la esencia de lo que somos. Nutrir nuestra identidad, más allá de lo colectivo, es esencial para conquistar una soledad que no apriete, sino que aporte. O lo que es lo mismo, y así lo escribe José Carlos Ruiz en su novela: “Convierte tu soledad en un espacio placentero, no dejes que las horas pasen sin más, trata de ir más allá del entretenimiento, dota de sentido ese tiempo”.
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