Si deseas que tu hijo sea independiente no hay nada más efectivo que darle todo tu amor y atender sus demandas desde el primer momento que lo tienes en tus brazos. De lo contrario, crecerá lleno de miedos, inseguridades y necesitando tu presencia constantemente. Laura Gutman en este vídeo profundiza en esta cuestión:

Mi hijo ya tiene tres años y no quiere separarse de mí. ¿Qué puedo hacer?

DEMANDAS QUE VIENEN DEL PASADO

La pregunta es demasiado cortita, así que tendría que empezar a imaginar un montón de situaciones. Lo que sí les puedo decir es que la mayoría de los adultos creemos que los niños tienen capacidades de estar solos mucho antes de lo que de verdad pueden. Entonces, si un niño de tres años quiere estar con su mamá, es porque necesita a su mamá. Si quiere estar pegado, es porque necesita estar pegado, porque tiene miedo porque todavía no se siente en condiciones de poder hacer algo solo. No creo que ese niño esté pegado las 24 horas del día.

Yo sospecho que este niño desde que ha nacido la mamá lo ha venido dejando, sobre todo dejando por la noche, dejando que llore, dejando que espere… Dejando, dejando, dejando… Y entonces ese niño está como si fuera un recién nacido todavía demandando un nivel de apego con la mamá que no recibió desde que era mucho más pequeñito. Entonces, hasta que no lo reciba, va a cumplir cuatro, va a cumplir cinco, va a cumplir seis y él va a seguir pidiendo que mamá esté presente, porque el miedo que tiene y la vivencia de no poder solito abordar la realidad de su entorno sigue siendo enorme.

REVIVIR LA PROPIA INFANCIA

La dificultad es sentir al niño, sentir lo que le pasa, porque cuando yo siento lo que le pasa me compadezco, pero si no siento lo que le pasa, interpreto si está bien o si está mal, si es correcto o si debería ser otra cosa. Todos los seres humanos somos capaces en algunas circunstancias de compadecernos del otro y es muy fuerte, porque ¿qué nos pasaría a las madres si nos compadeciéramos de nuestro niño? Pues que empezaríamos a llorar nuestra propia infancia. Primero tendríamos que compadecer a la niña que cada una de nosotras ha sido. Y eso es tan duro, tan fuerte… Venimos de tanta aridez y, algunas de nosotras, de tanta violencia, de tanto abuso, de tanto castigo, de tanto miedo, de tanta soledad, y es tan fuerte y es tan doloroso, que estamos totalmente separadas de nuestro propio territorio emocional.

Hemos crecido tratando de dejar fuera cualquier cosa que rozara el mundo emocional, el mundo afectivo, porque era muy doloroso para nosotros. Así crecimos, así trabajamos, así nos hemos emparejado… Ponemos mucha distancia y cuando un día nos volvemos madres y ese niño lo que nos trae es un apego emocional enorme, nuestra niña herida siente que no puede sentir eso, porque sino estará en peligro. “Ahora ya me salvé. Yo soy grande”.

Seguimos un encadenamiento transgeneracional de dolor, de desamparo y de desamor. Ese es el motivo por el cual hoy las mujeres -y los varones también- que somos adultas, en vez de entregarnos y sentir lo que al niño le pasa y por lo que está pidiendo: “Mamá, quédate, no te vayas, tengo miedo”, lo que hacemos es separarnos. Y desde esa distancia decimos: “No, ya tienes tres años, ya puedes estar solo. Y ahí el niño se queda solo con su miedo.

¿Ese niño qué va a hacer? Va a hacer lo mismo que hicimos nosotros. Va a crecer, se va a adaptar, va a tratar de tener menos miedo, pero ese miedo está adentro y va a estar siempre. Después, cuando sea grande, ante cualquier situación emocional o afectiva va a sentir que le queman las entrañas y va a poner distancia, distancia… Y cuando pueda también va a decir eso de “esto está bien o esto está mal”, “tienes que hacer esto, tienes que hacer lo otro”, y va a quedar otra vez separado en detrimento de todos los seres humanos que justamente no nos compadecemos con nadie. Y así va el mundo.

MÁS AMOR, MÁS INDEPENDENCIA

Si un niño le pide a la mamá que se quede es porque necesita que se quede. ¿Cuánto tiempo? Hasta que no necesite más que su mamá se quede. Ahí el niño sí va a poder ser independiente, porque ya habrá atravesado y superado su miedo. Y es que, cuando somos niños, no estamos diseñados para estar solos, estamos diseñados para estar absolutamente protegidos, porque no nos podemos defender de los depredadores.

Cuanto más amparo reciba, llegará un punto que el niño diga: “No, mamá, vete, quiero estar solo”. Ahora, mientras no reciba amparo, va a seguir creciendo y diciendo: “Mamá, quédate. Quédate, no te vayas”, porque sigue teniendo el mismo miedo. Es exactamente al revés.

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