La generosidad y el altruismo forman parte de nuestra naturaleza más esencial. A menos que la educación y las circunstancias vitales hayan dañado gravemente la capacidad para sentir empatía y compasión de una persona, la inclinación hacia la ayuda y la preocupación por el bienestar ajeno es consustancial al ser humano.

Esta tendencia, sin embargo, convive con otras, entre las que se cuentan el egoísmo y la agresividad. El que a lo largo de la vida desarrollemos más unas que otras depende, en primera instancia, de la educación recibida y, en segunda, del esfuerzo personal y de todas y cada una de las decisiones que tomamos.

Muchas personas generosas a tu alrededor

Aunque las conductas altruistas tengan una menor repercusión en los medios de comunicación, todos podemos recordar casos de personas que han sacrificado, o sacrifican regularmente, parte de su tiempo o de sus deseos (necesidades, incluso) por echar una mano a alguien en actos, a veces nimios, a veces heroicos; personas entre cuyas motivaciones se cuentan el placer de colaborar para mejorar la sociedad en la que viven.

Algunos se sienten recompensados con el simple reconocimiento de las personas a las que ayudan. Para otros, pensar que su labor tendrá un efecto general positivo, aunque no lo vean directamente, les basta.

Junto a ellos, miles de personas realizan multitud de acciones diarias en beneficio de los demás y sin ninguna (o casi ninguna) repercusión inmediata.  Retirar una superficie deslizante del pavimento para que nadie pueda resbalar o detenerse a ayudar a una persona que precisa atención en la calle, salir un poco más tarde del trabajo porque un compañero necesita a alguien que escuche sus problemas...

La mayoría de estas personas comparten un mismo anhelo: el esfuerzo diario por inclinar siempre y en la medida de lo posible las decisiones hacia el lado de la conducta ética y del bienestar ajeno.

la empatía, una de las claves de la generosidad

La empatía, la capacidad de ser consciente de los sentimientos de los demás y de participar en cierta medida del sufrimiento ajeno, es una cualidad humana y también el motor de la conducta altruista y de la actitud de comprensión y tolerancia hacia los demás, ya que permite entender que si hubiésemos vivido las mismas circunstancias que el otro, quizá nuestros sentimientos y reacciones serían parecidas.

Eso, además, permite desarrollar la necesaria humildad, que evita sentirse "superior" por el simple hecho de ser uno quien es, brindar ayuda en un momento dado, y comprender que, en realidad, si hemos llegado a ser quienes somos, y podemos seguir viviendo, es gracias a la contribución consciente o inconsciente, activa y pasiva de otras muchas personas.

La capacidad natural para la empatía sólo puede malograrse cuando al niño no sólo no se le da el afecto que necesita, sino que se le somete a un trato que podría calificarse de cruel. Sin llegar a estos extremos, esta disposición innata puede desarrollarse en mayor o menor grado.

La clave para que los niños alcancen las más elevadas cotas de desarrollo social y moral radica en el ejemplo diario que con sus actitudes y conductas ofrecen padres y educadores.

Las pequeñas acciones, los valores que se manifiestan a través de la más banal de las conversaciones y la capacidad que mostremos para contener y canalizar las respuestas agresivas a través de vías más positivas contribuirán a que los niños vayan incorporando de forma progresiva esta visión de las cosas y esta forma de ser a su personalidad adulta.

Además, la oportunidad de establecer relaciones con personas de muy variada procedencia, con intereses y personalidades diversas, y de participar de manera activa en varios grupos de su misma edad será un gran estímulo para su desarrollo moral. Asimismo, dialogar sobre los valores en el hogar y ayudarle reflexionar ante las dudas o conflictos entre la experiencia y los juicios morales previos le ayudarán a superar sus contradicciones y a avanzar.

Cómo se desarrolla la generosidad en la infancia

Aunque todos nazcamos con una predisposición natural hacia la generosidad, la educación, desde la infancia, debe acompañar el desarrollo de esta cualidad.

Para que un niño llegue a incorporar una conducta ética y generosa a su vida adulta, es necesario que adquiera un conocimiento social adecuado y logre superar el egocentrismo infantil y avanzar en el desarrollo moral.

1. COMPRENDIENDO LAS RELACIONES Y A LOS DEMÁS. Supone llegar a comprender cómo funciona el mundo social y saber interpretar los sentimientos, pensamientos, intenciones y actitudes de las otras personas. Este conocimiento implica, además, inferir en cada momento qué es lo que los demás esperan de uno y qué se puede, razonablemente, esperar de ellos.

2. SUPERANDO EL EGOCENTRISMO INFANTIL. Entre los dos y los seis años de edad los niños no distinguen entre su punto de vista sobre el mundo y el de los demás. Creen que las otras personas piensan y tienen los mismos deseos que ellos, y ni siquiera imaginan que alguien pueda poseer una perspectiva distinta. A medida que crecen, este egocentrismo inicial evoluciona hacia una habilidad cada vez mayor para adoptar otras perspectivas, proceso que, si todo va bien, culmina en la adolescencia.

3. CONOCIENDO Y ACEPTANDO LAS NORMAS. Es el proceso mediante el cual un niño llega a conocer y a aceptar las normas por las que se rige la sociedad en la que ha nacido e, incluso, a ir más allá de ellas adoptando unos principios éticos universales. Este sentido de lo que se considera o no correcto desde un punto de vista moral va construyéndose desde la infancia, a medida que el niño avanza en el desarrollo cognitivo y va adquiriendo experiencias, pero sobre todo a través del contacto con su familia y con otras personas que formen parte de su medio social.

Aprender a ser más generoso: Una vía para el crecimiento personal

Ya de adultos, la conducta inspirada en el deseo de ayudar a los demás representa la culminación del desarrollo moral y proporciona mucha felicidad a quien la incorpora a su vida diaria.

Preocuparse y hacer cosas por otras personas aporta grandes satisfacciones, permite ahondar en el conocimiento de uno mismo y de los demás y, en cierta medida, ofrece claves para superar las propias dificultades.

Permite adquirir una cierta distancia emocional respecto a estas, lo que abre nuevas perspectivas a la hora de analizar y resolver los problemas personales. Aporta una mayor comprensión acerca de la naturaleza humana.

Facilita la apertura mental, lo que permite sentirse cómodo con un mayor número de personas, aunque sean muy distintas, lo que se traduce en mayor sociabilidad. Enseña a ser menos egoísta y más tolerante.

Al ser generoso con los demás o brindarles apoyo nos ayudamos a nosotros mismos, ya que esta actitud nos beneficia a nivel personal. Refuerza la autoestima, confianza y seguridad en uno mismo. Hace posible ofrecer un buen ejemplo a los hijos.

Para quienes albergan una visión mas espiritual de la vida, las conductas altruistas representan un modo de expresar el agradecimiento por los dones recibidos y una de las vías más rápidas hacia el crecimiento personal. Contribuimos, aunque sea de forma humilde, a mejorar el mundo en el que hemos nacido.

Cómo cultivar una generosidad auténtica

Para desarrollar esta cualidad es Importante adoptar una actitud de apertura mental y desapego hacia las cosas materiales. 

Para ello es esencial cultivar una actitud de agradecimiento y de tolerancia, aceptando que todos pasamos por dificultades y actuamos de la mejor manera que sabemos. Trata de no juzgar, porque eso te acercará más a los demás y te permitirá comprenderles mejor.

Procura también pensar en el efecto positivo que tus acciones pueden tener en los demás y en cómo ello te hace sentir. ¡Tienes más poder del que sueles creer!

Finalmente, practica con el ejemplo. Cultiva la humildad y no dejes de defender tus valores, respetando los valores y las necesidades de los demás.