En 1935, fallecía en accidente W. Beran Wolfe, un psiquiatra de Nueva York que fue pionero de los libros de desarrollo personal. Solo vivió 35 años, pero hasta su abrupto final aseguraba haber tenido una existencia dichosa y plena.
Según este médico, se alcanza ese estado a través de la actividad. En sus propias palabras: "Si observas a una persona realmente feliz, la encontrarás construyendo un barco, escribiendo una sinfonía, educando a sus hijos, plantando dalias en su jardín, o buscando huevos de dinosaurio en el desierto de Gobi. No la encontrarás buscando la felicidad como si fuera la cuenta de un collar que se ha deslizado bajo el radiador".
una vida con sentido
Me parece una observación brillante, ya que ciertamente muchas personas persiguen la felicidad como si fuera algo externo a ellas, como una joya que solo algunos tienen la suerte de encontrar. Algo que depende casi del azar.
En cambio, cuando asumimos que ese estado de ánimo se consigue haciendo cosas positivas, dejamos de anhelar y de esperar para pasar a la acción. La pregunta entonces es: ¿qué puedo hacer para sentirme más útil al mundo y más conectado conmigo mismo?
El primer paso es identificar tu talento. El segundo es convertirlo en un propósito. Y el tercero es canalizarlo para que llegue al mundo. Así se construye una vida con sentido.
Quien ayuda, se ayuda.
UNA INVERSIÓN MUY RENTABLE
Decía Charles Willey: "Haz feliz a una persona al día y en cuarenta años tal vez habrás logrado que 14.600 seres humanos sean felices, al menos por un instante".
Y como dar felicidad a los demás nos hace sentir bien, el negocio es redondo.
El hecho de influir positivamente en los demás nos hace sentir útiles y nos procura autoestima, pero además aumenta nuestro carisma. Tal como reza un proverbio chino: "da felicidad a quienes tienes a tu lado y quienes están lejos se acercarán a ti".
En una convención de empresa conocí a la biznieta del Joan Maragall, un gran poeta catalán que no sabía que hubiera escrito sobre desarrollo personal. La joven me dio a conocer este poema, que contiene una valiosa receta para una vida feliz:
Ama tu oficio,
tu vocación,
tu estrella,
aquello para lo que sirves,
aquello en que realmente
eres uno entre los hombres,
esfuérzate en tu quehacer
como si de cada detalle que piensas,
de cada palabra que dices,
de cada pieza que colocas,
de cada martillazo que das,
dependiese la salvación de la humanidad.
Porque depende, créeme.
Si olvidándote de ti mismo
haces todo lo que puedes en tu trabajo,
haces más que el emperador que rige
automáticamente sus estados;
haces más que el que inventa teorías
universales
solo para satisfacer su vanidad,
haces más que el político, que el agitador,
que el que gobierna.
Puedes desdeñar todo esto
y el arreglo del mundo.
El mundo se arreglaría bien él solo,
solo con que cada uno
cumpliera su deber con amor,
en su casa.
Me parece un texto poderoso que me remite de nuevo a la reflexión del psiquiatra neoyorquino. La felicidad, por lo tanto, la nuestra y la de los demás, es algo que se trabaja.
Quien desee una vida más plena y con sentido, entonces, deberá ponerse manos a la obra. Somos y vivimos lo que hacemos de nuestra existencia.
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