Hay algo extraordinario en el hecho de que Okinawa fuera declarada la principal zona azul del mundo, es decir, el lugar del planeta donde es más probable llegar a los cien años y más allá.
Antes de las entrevistas que darían lugar a Ikigai, el libro en el que junto con Héctor García recogimos los secretos de los centenarios okinawenses para una vida larga y feliz, en las investigaciones preliminares nos sorprendió que esta isla al sur de Japón reuniera circunstancias tan desfavorables para una vida larga y feliz.
Okinawa es la prefectura más pobre de todo el país, la que tiene menos infraestructuras y salarios más bajos. A eso hay que sumar el terrible sufrimiento que supuso allí la Segunda Guerra Mundial, con batallas terrestres que dejaron cientos de miles de muertos. Se libraba una guerra contra los estadounidenses, que hoy son una población importante en la isla, pero reciben el mismo trato cortés que los locales.
¿Cómo es eso posible?
El poder transformador de saber perdonar
La respuesta a cómo es eso posible es la filosofía del perdón que distingue a los okinawenses. Han decidido no mirar atrás para poder disfrutar del ahora.
Sin la mochila de “lo que sucedió”, caminamos ligeros por un presente en el que todo puede suceder. Eso implica dejar de pasar cuentas con el pasado, así como renunciar a “editarlo”, cuando nos preguntamos: ¿qué habría pasado si…?
Perdonar a quienes nos hirieron o decepcionaron, y más importante aún, perdonarnos a nosotros mismos.
Como decía Paul Lewis Boese, “el perdón no cambia el pasado, pero agranda el futuro.”
Ichariba chode: como si fueran tus hermanos
Esta bella expresión okinawense se traduce así: “trata a todos como si fueran tus hermanos, aunque sea la primera vez que los conoces.” Uno de los secretos para la larga vida de este pueblo es el yuimaaru, el arte de ayudarse los unos a los otros.
Cuando hablamos de perdonar, casi siempre pensamos en ofensas que hemos recibido, o bien cuando es uno mismo quien pide perdón por algo que sucedió en el pasado. En ambos casos, se trataría de un arreglo emocional entre dos partes.
Sin embargo, muchas veces olvidamos incluirnos en la ecuación del perdón. Hablo de perdonarnos a nosotros mismos.
El pasado no se puede cambiar
Muchas personas sienten culpabilidad por cosas que hicieron —o que no hicieron— en el pasado, que editan mentalmente con la fórmula: “¿qué hubiera pasado si…?”
Este es el tema de La biblioteca de medianoche, cuyo punto de partida nos recuerda una de las famosas citas de C.G. Jung: “La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”.
La protagonista de la novela es Nora, una joven desquiciada por todas aquellas vidas que no se atrevió a vivir:
- Una carrera de nadadora olímpica, interrumpida para gran disgusto de su padre.
- La boda con su novio, que canceló dos semanas antes, porque no veía claro el sueño de él: regentar un pub en la campiña inglesa
- El abandono de la banda en la que tocaba junto a su hermano, justo cuando les ofrecían un contrato discográfico.
- Seguir a su mejor amiga en su aventura por Australia, pese a la insistencia de la otra.
Nora no se perdona haber renunciado a todos estos sueños, y está convencida de que cualquiera de ellos le habría llevado a un lugar mucho mejor que su miserable situación actual.
Tras un intento de suicidio, llega a una biblioteca que parecer estar entre la vida y la muerte. Todos los libros que contiene son las existencias que podría haber tenido si hubiera tomado otras decisiones, y una bibliotecaria la ayuda a encontrarlos.
Cada libro que abre le lleva a esa otra vida, donde incluso puede quedarse. Sin embargo, cuando empieza a experimentarlas, se da cuenta de que tampoco le proporcionan la felicidad, porque la persona que las está viviendo es ella misma, con lo que llega siempre a resultados parecidos.
Perdonarse para hacerlo mejor
Podemos sentirnos culpables o desgraciados por lo que no hicimos, así como por lo que hicimos en otros momentos de nuestra vida. Puede que, con la visión actual, hubiéramos actuado de forma muy distinta.
Sobre esto, el médico y escritor Gabor Maté hace la siguiente reflexión: en cada momento de nuestra existencia llevamos a cabo lo mejor que podríamos haber hecho; puesto que entonces no veíamos otras opciones, sería como culpar a un ciego por ser invidente.
Por lo tanto, perdonémonos para, en adelante, hacerlo mejor y vivir mejor.