La vida es un sistema de formas en movimiento cuyo destino queda esculpido en la anatomía y en la coraza.
Va usted caminando por su centro comercial favorito. Al girar por el pasillo ve al fondo a una sola persona, completamente desconocida, que llama su atención. Es un hombre de unos cuarenta años, moreno, de estatura media, ligeramente desaliñado. Sus ropas sin planchar, el pelo graso, despeinado.
Está delante del estante de las galletas, con las piernas ligeramente flexionadas, la espalda curvada, el cuello y todo el cuerpo un poco flexionado hacia delante, la cabeza entre los hombros y, cuando se mueve, lo hace de forma lenta, como si no hubiera dormido bien. Al cruzarse con él, puede ver sus ojeras, la parte externa de los ojos caídos hacia abajo, como la comisura de los labios, y unas profundas arrugas en la frente.
No conoce a ese hombre, no ha intercambiado ni una palabra con él, pero puede ver en él la viva imagen de la tristeza. Viendo a ese hombre sabe lo que es sentirse triste.
La tristeza: una emoción que se refleja en nuestro cuerpo
El cuerpo actúa como un pergamino donde quedan inscritas imágenes y metáforas. Ese modelado comienza desde la misma concepción, durante la gestación y especialmente durante el momento crítico del parto, y en todo aquello que se experimenta a partir del nacimiento.
La existencia humana se graba en el cuerpo y el sentirse triste no es una excepción. El mapa corporal recoge la configuración de nuestra genética, experiencias, miedos y aspiraciones. Nuestros mundos externos e internos, y por tanto emociones como la tristeza, se recrean sobre nuestro sistema nervioso central para ir desde allí a modelar las vísceras y las estructuras externas de sostén, músculos, huesos, cartílagos y tendones.
La pared corporal refleja el estado de las cavidades internas, los órganos de digestión, el corazón y la respiración, todos ellos anclajes de la experiencia vital de la persona.
Anatomía de la tristeza: así revelamos que estamos tristes
Este trabajo de modelado, esa forma en que las emociones se expresan a través del cuerpo, muestra sus reglas y sus leyes. El miedo y la ira hacen más rígido el organismo, mientras que el amor y la alegría lo abren y ablandan. Y eso ocurre como un fractal que refleja desde la forma de los huesos a la estructura hepática o el agua que riega los espacios del cuerpo, capaz de ionizarse y modular su estructura a través de la geometría ácida del estrés o de la alcalina del estado de calma.
Neurotransmisores y hormonas son anatomía líquida que, regando ese mar líquido, nos hace estructuras sintientes.
Lo mismo sucede con la tristeza, que también se refleja en el cuerpo. Nos enfrentamos al mundo en posición vertical, pero la sumisión y la tristeza inducen a un cerramiento; y la desorganización de la estructura, al declive y la derrota. La fatiga y la incapacidad de luchar y enfrentarse a la vida que acompañan a la tristeza se dibuja en cavidades y vísceras.
Aún hay otras señales cuando nos invade la tristeza. La cabeza cae, se desinfla la presión torácica, el diafragma desciende, el pecho se colapsa y todas las cavidades se derrumban. Desaparece la esperanza, se produce el hundimiento interior y exterior, y hasta la moral se pierde (y llega la desmoralización).
Las piernas se deforman, la cabeza y la columna vertebral se desmoronan, la lengua cae, se produce el colapso de los órganos abdominales.
No hay motivo para seguir esforzándose y aparecen la desesperación, la apatía, la derrota y el miedo.
Cuando nos sentimos tristes el tono muscular queda sin resistencia, débil y esponjoso, anunciando la atrofia y la fuga energética.
Tras el derrumbe, el contenido abdominal desciende por falta de tonicidad muscular, el estómago y los intestinos caídos arrastran el diafragma, y los músculos intercostales se colapsan. La columna pierde su tono, y órganos como el útero o la vejiga se prolapsan. Aparece una curvatura en el cuello, el tórax se hunde; el cerebro, la faringe y el corazón descienden.
Cuando se pasa del abandono al llanto, los sollozos y la impotencia inducen la protrusión abdominal, la cúpula diafragmática se aplana y los músculos intercostales presionan y arrastran la estructura traccionando hacia abajo. Se produce una flexión hacia delante, desaparece la elasticidad y aparece una mayor sensación de impotencia.
Como todas las demás emociones, la de la tristeza está influenciada por la amplitud de la respiración. La oxigenación disminuye, se inhiben las sensaciones sobre la garganta y la boca, desciende la motilidad del esófago, los bronquios y los pulmones, domina la sensación de derrota, debilidad, insignificancia y falta de autoestima.
Sentirse triste no significa estar enfermo
¿Podemos regular las emociones? ¿Cuándo es la tristeza normal y cuándo patológica? Esa tristeza vaga y profunda, que puede nacer de causas físicas o morales, arrastra la desgana de vivir, que aborta la capacidad de adaptación del cuerpo.
El aura de nostalgia y aislamiento es aprovechada por esta sociedad supermedicalizada para anular la capacidad de la persona para superar su propia desgana.
¿Acaso estar triste quiere decir encontrarse enfermo? Hay cosas que explican que la persona esté desalentada, como cuando se produce la pérdida de un ser querido, la pérdida del trabajo, la dificultad en las relaciones personales o el diagnóstico de una enfermedad grave propia o de un ser querido.
En nuestro tiempo asistimos a la patologización masiva de la tristeza normal. La infelicidad es considerada como desorden mental y la voracidad de la industria farmacéutica encuentra un filón medicalizando una sociedad que no soporta el peso de su propia libertad.
Qué puedo hacer si me siento triste
Quizás por aquí haya que empezar. Haciendo un ejercicio de aceptación de la vida, sus alegrías y tristezas. El aumento de la libertad que el ser humano y la sociedad occidental han ganado implica vivir muchas elecciones en soledad.
Hay que tener coraje para ser capaz de elegir. Y el mundo del placer y la complacencia mira para otro lado ante el hecho irrebatible de que la vida incluya también ocasiones de tristeza, la emoción que más dificulta la plenitud y el florecimiento de la vida humana.
La tristeza encierra al yo en sí mismo y le exime de actuar. Renunciar a superarla y ponerse en manos de la medicación y del psiquiatra es hacer dejación de la autonomía, la libertad y la capacidad de superación.
Claro que hay depresiones patológicas, auténticos agujeros negros fuera del alcance de la persona, pero eso no se aplica a la mayoría de las tristezas.
Poner en marcha el proceso de superación de la tristeza supone mirar la vida desde la conciencia y al cuerpo como herramienta, presto a responder a los cambios ya revisados de la respiración, la postura y las emociones, manejables a través de pautas prácticas y de la aceptación de la complejidad de la vida y nuestro universo.
A fin de cuentas, eso es la vida: formas en movimiento cuyo destino queda esculpido en nuestro cuerpo.
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