“Ser o no ser, esa es la cuestión”, se preguntaba el melancólico personaje de Shakespeare que creía que la muerte podía ser mejor salida que el sufrimiento que implica vivir. Cabría preguntarse en algunos casos si la duda está relacionada con una falta de arraigo con la vida y con el miedo a vivirla.
¿Dónde nace la inseguridad?
Podemos especular que Hamlet no había desarrollado un vínculo de seguridad con sus cuidadores, ya que según la teoría del apego, el vínculo que establecemos con los progenitores es lo que nos proporciona de adultos seguridad en nosotros mismos y en la vida.
La calidad de este vínculo nos hace tener conciencia de quienes somos, lo que podemos o no podemos hacer, lo que queremos y necesitamos o no, alejándonos de la duda.
1. Mejorar el contacto con nosotros mismos
Si no hemos tenido un buen apego es más difícil distinguir entre lo que somos y la idea que nuestra madre tenía de nosotros.
Cuando tenemos una falta de conciencia de “yo” tendemos a dudar más porque tenemos más dificultades para saber cuáles son nuestras necesidades y la dirección que deseamos que tome nuestra vida.
Los estudios relacionan la ansiedad y la evitación con una falta de conexión de la madre con el bebé y también con un déficit de contacto físico durante la infancia, un factor que no contribuye a desarrollar nuestra identidad.
Si es el caso, para compensarlo, será recomendable crear más a menudo espacios en la vida diaria para reconectar con nosotros mismos, con nuestras sensaciones y nuestro cuerpo, centro de placer, propósito y dirección.
2. Dejar de evitar y confrontar el miedo
Las personas que posponen una decisión lo que están haciendo en el fondo es evitar confrontar una situación y el miedo que esta les genera. Vivir implica tomar un riesgo ya sea de equivocarse, fracasar o de arriesgarse a emprender nuevos caminos y experiencias.
Cuando dudamos, conviene preguntarse, ¿a qué tengo miedo? Y hacer del miedo un compañero de viaje que nos alerta de los posibles peligros y nos invita a ser prudentes, pero sin paralizarnos ni evitar actuar.
Giorgio Nardone asegura que “es una perversión de la inteligencia creer que la razón lo solventa todo”, algo que propicia nuestra cultura que nos invita a creer que mediante razón podemos controlarlo todo.
3. Vencer la duda patológica
Giorgio Nardone asegura también que todos tenemos:
- Un saboteador interno que te acosa diciéndote “que no estarás a la altura de las circunstancias y que te falta capacidad”.
- Un inquisidor interior que nos lleva a decirnos que “somos los culpables de todo lo que nos sucede”.
- Un perseguidor que predice que “todo, tarde o temprano, irá mal”.
Todas estas voces internas son causa de duda patológica y todos somos susceptibles de padecerla. Cabría preguntarse si todos estos personajes son el resultado de nuestra cultura judeo-cristiana que nos asegura que ganaremos el cielo sólo si nos esforzamos y sufrimos, y para ello tenemos que perfeccionarnos a nosotros mismos sin descanso.
4. Salidas a la duda patológica
Toma conciencia de en qué ámbitos de tu vida dudas con más frecuencia y analiza cómo son las preguntas que te haces y las respuestas que das.
- Si respondes a la primera duda que te aparece, ¿te sientes mejor o bien aparece una nueva duda?
- Si aparece una nueva duda, ¿respondes o dejas de pensar?
- Después de haber respondido a una serie de dudas seguidas, ¿dirías que te sientes mejor y que las dudas se han acabado por fin, o bien que aparecen nuevas y por ello te sientes peor?
Lo más habitual es que cuando uno responde a una primera duda, siempre aparecen nuevas dudas y no hay final.
5. Aprendiendo a parar tus dudas
Con la duda patológica, llega un punto en que las preguntas que generan dudas llegan al absurdo. Y a pesar de que no hay respuesta posible, nosotros nos seguimos esforzando por darles una respuesta inteligente. Este continuo es imparable.
La propuesta que nos hace la terapia breve estratégica para salir de este continuo de dudo es bloquear las respuesta ya que las preguntas salen automáticamente.
6. El absurdo como salida
Existen distintas maneras de bloquear la inercia a responder las preguntas tontas que nos planteamos y nos llevan a la duda patológica. Para empezar una de las más sencillas es la de darse una respuesta absurda e incoherente con la pregunta.
Un ejemplo ante la pregunta que se realiza Hamlet: “¿Ser o no ser?” consistiría simplemente en decirse: “Mañana lloverá. O tengo hambre y voy a comer”.
Cuando tengas por la mano este mecanismo de darte respuestas tontas o incoherentes, aprende a sencillamente no responder a las preguntas autogeneradas.
El método se asemeja al que aplicamos como técnica habitual de meditación en la cual cuando aparecen los pensamientos se dejan pasar como si fueran nubes y se lleva a la mente de regreso al presente. Es un aprendizaje que lleva un tiempo de entrenamiento.
7. Detectar la intención de la duda
En las dosis adecuada, dudar es necesario para poder ser flexibles y no ver el mundo en blanco y negro. La duda nos permite un grado de reflexión y análisis para valorar los pros y los contras de una situación.
Dudar, a veces, también es signo de que, entre todas las opciones, no hay una gran diferencia, como pretende hacernos creer nuestra mente.
La duda tiene la intención positiva de protegernos haciéndonos más conscientes de todas las perspectivas y facetas a tener en cuenta a la hora de tomar una decisión. Nuestra sociedad nos hace creer que debemos saber en todo momento lo que queremos y que lo podemos conseguir, no nos deja vivir en la incertidumbre.
Sin embargo, a veces estar en el “no sé” requiere valentía y es el primer paso para encontrar una solución diferente y no repetir más de lo mismo en nuestra vida.
8. Perder el miedo a equivocarse
La duda es muy propia de las personas más perfeccionistas que temen equivocarse y no tienen en cuenta que errar es consustancial al ser humano y que sólo los dioses son perfectos. En su “idea loca” de creerse infalibles dudan cuando no están seguros de tomar la opción correcta.
No obstante, hay cuestiones que sólo se pueden resolver o saber pasando a la acción, y dándonos cuenta de qué nos ocurre al vivirlas. Sólo desde la experiencia podemos saber cómo o qué sentimos y si nos gusta o no lo que estamos viviendo para decidir qué queremos hacer.
En todo aprendizaje hay una base de experimentación, sino, no se da aprendizaje