La muerte es un hecho consustancial a la vida, pero no por conocido resulta menos doloroso, y mucho menos si se trata de la muerte de un ser querido, ya sea un familiar, un amigo o una persona de nuestro círculo cotidiano.
Sin embargo, la muerte de los padres tiene unas repercusiones muy particulares en nuestra biografía, puesto que se trata de los seres que nos han dado la vida, nos han cuidado y a los que posiblemente nosotros también hayamos tenido que cuidar. Su desaparición puede generar sentimientos de desamparo mayores que los de cualquier otra pérdida.
La muerte de los padres suele implicar asimismo un reajuste interno y global de la vida familiar. Si fallece uno de ellos, lo habitual es que haya que hacerse cargo o dedicarle más atención al que continúa con vida.
Mientras que, al morir los dos, sentimos que desaparece la generación que nos precede, se produce una especie de relevo, y eso puede desencadenar la aparición de miedos y angustias ante la propia muerte.
El duelo por los padres: una experiencia muy personal
El fallecimiento de los padres está en consonancia con el orden natural de la vida –resulta mucho más trágico y sorprendente que muera un hijo–, pero tiene unas connotaciones que vienen determinadas por el momento y las circunstancias.
Es decir, no es lo mismo que los progenitores fallezcan de enfermedad o de muerte natural a una edad longeva y de manera más o menos esperada, a que lo hagan de modo traumático o accidental o cuando los hijos todavía son pequeños. Ese segundo caso implica una ruptura drástica del equilibrio familiar, en especial para los menores.
La forma en que se responde a la pérdida de los padres varía de una persona a otra en función de una serie de condiciones, como pueden ser:
- El grado de vinculación. La calidad afectiva existente entre padres e hijos puede aumentar o mitigar el dolor por la pérdida. Pero, al contrario de lo que se puede pensar, no siempre una mala relación tiende a provocar menos dolor, ya que puede reabrir antiguas heridas y sentimientos de culpa. Mientras que una buena relación puede facilitar un duelo más tranquilo, al no sentir que había cuestiones pendientes.
Una buena relación con los padres, sin rupturas o resentimientos, suele facilitar una despedida más serena y sosegada que otra de tipo conflictivo.
- El tipo de personalidad. Los distintos caracteres determinarán el modo de encajar esta pérdida. En general, alguien más depresivo, pesimista o introvertido tiene mayores posibilidades de vivirla de un modo más triste y penoso que una persona más abierta y extrovertida.
- La red de apoyos. Una persona que cuente con un buen soporte de familiares o de amigos, que le acompañe y le ayude a contener y canalizar sus ansiedades, superará con más facilidad esta situación que quien lo tenga que vivir en una mayor soledad.
- La dedicación en los últimos tiempos. Los hijos que hayan brindado sus cuidados a los padres y les hayan acompañado al final de sus días se sentirán más confortados; aunque el haberse hecho cargo durante un tiempo prolongado también habrá producido un desgaste del cual conviene recuperarse.
Alzheimer, una despedida por anticipado
Cada vez se tiene más conciencia de la problemática asociada a esta enfermedad y hay más redes de ayuda: especialistas, centros de día, grupos de familia... Porque alguien con Alzheimer deja de ser quien era para sí mismo y para los demás.
Los hijos se encuentran con un padre o una madre desconocidos, lo que lleva a hacer cierto tipo de duelo en vida para poder mantener la relación con ellos de la forma menos traumática posible. Si no se realiza ese proceso y se pretende seguir hablándoles y tratándoles como antes se corre el riesgo de la frustración.
Es preferible asumir su extrañeza para seguirles brindando el amor y el cariño que precisan en este momento, y también para protegerse a uno mismo de la desesperación.
¿Cómo es el duelo cuando muere un progenitor?
El duelo constituye una reacción dolorosa a la pérdida y suele precisar de un tiempo más o menos largo para ser llevado a cabo. Toda muerte e incluso cualquier pérdida lleva consigo un proceso de duelo que, si se cumple, ayuda a superarla positivamente y a seguir adelante.
En ese proceso suelen darse o coexistir tres etapas:
- La primera fase es de incredulidad. La persona se enfrenta a la pérdida resistiéndose a considerarla como una situación definitiva e irreparable. Se trata de un momento de gran ambivalencia, en el que se alternan la aceptación y la no aceptación de esa realidad, lo que se refleja en momentos de calma y en otros de enfado, desesperación o gran irritabilidad. Para poder continuar el proceso de duelo, la persona debe asumir que su padre o su madre ya no existen en la realidad exterior. Esa aceptación puede resultar más difícil si la muerte fue inesperada o violenta, si no se pudo estar presente en los momentos postreros o en la última etapa de su vida.
- Una vez aceptada la pérdida se pasa por una segunda fase en la que, a pesar del dolor y la tristeza, se reconoce lo bueno que nos ha dado la persona fallecida, haciendo un balance de la relación con ella y siendo capaces de ver con cierta objetividad sus cualidades, a la vez que se siente agradecimiento por todo lo que se ha recibido. Pero atención: también se corre el riesgo de identificarse patológicamente con el destino de esa persona, es decir, con su muerte, y de vivir bajo una especie de dictado inconsciente, como diciéndose: "te voy a seguir". Si no se supera, multiplica el riesgo de enfermar o accidentarse y, en casos extremos, puede llevar al suicidio.
- En la tercera y última fase se aprende a vivir sin la figura del padre o de la madre; el hijo decide seguir adelante sin su presencia real, pero manteniendo vivo su recuerdo y lo que recibió de ellos. Según la edad y el tipo de vínculo con los padres, esta etapa puede ser más o menos difícil. No es lo mismo una persona adulta y capaz de tomar decisiones que una persona joven que tenga mucha dependencia y necesidad de apoyo familiar.
Tolerar los sentimientos: el dolor debe expresarse
Ante la pérdida de alguno de los padres es fácil caer en un estado de gran negatividad, con sentimientos que algunas personas quizá no habían experimentado antes con tanta magnitud.
La tristeza, la soledad, la culpa, la confusión o el miedo pueden ser considerables, de acuerdo con la dureza de la situación. Se trata de sentimientos absolutamente normales con los que se deberá convivir durante un tiempo.
Para poder tolerarlos mejor, es preferible reconocerlos en vez de negarlos o reprimirlos. En otras palabras: hay que permitirse estar mal y no "hacerse el fuerte" como si nada hubiera ocurrido. Conviene sentir ese dolor dentro y ser capaces de expresarlo llorando, hablando con las personas cercanas, estando más triste de lo que es habitual, etc.
Hay que tener presente que, según el grado de afectación, no es factible estar al "cien por cien" ni en las ocupaciones habituales ni en la relación con amigos y familiares. Será preciso rebajar el nivel de exigencia con uno mismo.
En ocasiones esta tristeza roza el estado depresivo y todo se ve negro y sin sentido, lo cual puede impulsar a tomar decisiones precipitadas de las que luego una persona podría arrepentirse. Por lo tanto es preferible aplazar cualquier decisión importante hasta estar recuperado anímicamente y ver las cosas con mayor claridad.
Aunque todas estas sensaciones pueden alcanzar notable intensidad, hay que considerar que acabarán pasando. Conviene mantener cierta serenidad dentro del dolor e ir avanzando poco a poco, teniendo en cuenta que en ese proceso pueden darse recaídas; es decir, después de unos días o incluso semanas de encontrarse bien, la tristeza puede volver a aparecer súbitamente.
Ese ir hacia delante y hacia atrás es normal; de hecho constituye una señal de que el duelo sigue su curso adecuado. Si el malestar resulta muy intenso, duradero y entorpece la vida, habrá que buscar ayuda profesional y evitar la automedicación.
El paso del tiempo ayuda a familiarizarse con la nueva situación. Oportunidades habrá para agradecer lo que se recibió, manteniendo vivo su recuerdo y su legado de humanidad.
¿Cómo ayudar a los niños en el duelo por sus padres?
La muerte de uno de los padres es una de las experiencias más dolorosas y traumáticas que puede sufrir un niño.
El camino que tome el duelo y, por ello, la superación de la pérdida, estará totalmente influenciado por lo que se le diga, por el estado en que quede el otro padre y por las reacciones de su familia y amigos.
Acompañar a un niño en su duelo requiere, de entrada, no apartarle de la realidad que está viviendo con la pretensión de ahorrarle un sufrimiento innecesario.
Por muy pequeño que sea, el niño es sensible a lo que sucede en su entorno más inmediato. Percibir la tristeza, el llanto y el desconsuelo de ese entorno le hace sentir que algo malo ha ocurrido.
Aunque contarles lo sucedido resulte doloroso o difícil, es preferible hacerlo lo antes posible. Solo si el fallecimiento se ha producido de modo accidental o inesperado es aconsejable apartar al niño durante algunas horas para que los adultos puedan asimilar el impacto de la noticia.
En cualquier caso, conviene hacerlo con palabras sencillas y comprensibles para él.
- Si, por ejemplo, ya sabía que papá o mamá estaban muy enfermos, se le puede decir que, como le habían explicado, era posible que muriesen y eso es lo que ha ocurrido. Es una noticia muy triste, pero esa persona ha dejado de vivir y ya no estará más con nosotros.
- Si ha habido un accidente, se le puede explicar qué pasó y que aunque los médicos hicieron todo lo posible no pudieron salvarle la vida.
No todos los niños reaccionan igual ante esta noticia.
Como hasta los siete u ocho años la muerte suele percibirse como algo provisional y reversible, es probable que algunos no lloren y que pregunten reiteradamente cuándo volverán papá o mamá, por lo que habrá que ser muy pacientes y explicarles una y otra vez que ya no volverán. Los niños mayores de diez años son los que más desconsuelo y llanto mostrarán, a menos que nieguen mentalmente lo sucedido y actúen como si no pasara nada.
Conviene que los niños participen en los funerales y tengan la opción de ver al difunto, explicándoles cómo será el proceso y alentándoles a que expresen cuanto sienten. Pero habrá que estar atentos a sus cambios de humor, rendimiento escolar, posibles retrocesos, pérdida del apetito, insomnio, etc.
Las particularidades del duelo en un adolescente
- Exceso de cambios. El adolescente se enfrenta a la muerte de los padres en una etapa sumamente compleja para él, llena de cambios, dificultades y conflictos propios de la edad. Aunque su cuerpo parezca más adulto, su afectividad puede ser muy inmadura y verse afectada por todos esos cambios.
- Camuflaje emocional. El adolescente tiende a esconder sus sentimientos. Ante esta pérdida puede intentar hacerse el duro y el fuerte, porque piensa que si muestra su faceta vulnerable los otros pensarán que es débil. Pero interiormente está sintiendo emociones muy intensas y dolorosas que aumentan las preguntas acerca del sentido de la vida ya normales a esa edad, ante las que es fácil responder con sensaciones de rabia e impotencia.
- Falsa fortaleza. Esta aparente capacidad puede confundir a los adultos, que quizá lleguen a descuidarlos, a no interesarse por su dolor e, incluso, a indicarles que se hagan cargo del dolor de los hermanos más pequeños o del propio cónyuge superviviente.
- Incomprensión en el grupo. Otro error es suponer que como el joven ya tiene su grupo de amigos estos se harán cargo de su dolor y le acompañarán mejor incluso que la familia. Pero lo cierto es que si ninguno de ellos ha pasado por esta experiencia difícilmente sabrán cómo ayudarle y consolarle. A la soledad familiar puede sumarse en este caso la soledad de los amigos.
- Labor de adultos. Como en el caso de los niños, debemos ocuparnos del dolor de los adolescentes, tanto desde la familia como desde la escuela, hablando con ellos acerca de lo que sienten. Si ellos no saben expresarlo los adultos deben intentar poner nombre a lo que puedan experimentar: pena, tristeza, soledad, si encuentra a faltar al padre o a la madre fallecidos, etc.
¿Cómo afrontar el duelo por suicidio?
Ante un fallecimiento por suicidio, y más si se trata en el caso de uno de los padres, surgen un sinfín de preguntas: ¿por qué lo hizo?, ¿cómo no nos dimos cuenta?, ¿podríamos haberlo evitado?...
Al no encontrar respuesta, son frecuentes los sentimientos de culpabilidad y de vergüenza, querer evitar hablar de lo sucedido, sentir enojo hacia el fallecido, etc.
En el duelo que sigue a una muerte por suicidio los sentimientos de culpa, vergüenza y posible desatención suelen agregarse a los habituales, lo cual puede hacer el proceso más largo y doloroso, pero es inevitable hacerlo.
No es conveniente atormentarse con estas cuestiones. Se trata más bien de superar lo que puede ser una tragedia familiar y esperar encontrar la luz y los porqués a medida que vaya pasando el tiempo.
Es preferible pensar que la voluntad de vivir pertenece en última instancia a la propia persona y que hay decisiones en las que difícilmente se puede influir; probablemente sean la respuesta emocional a un estado teñido de sufrimiento.
Lecturas para afrontar la muerte
- Vivir sin él. Joyce Brothers (Ed. Grijalbo)
- Cómo afrontar la muerte de un ser querido. Ursula Markham (Ed. Martínez Roca)
- Cómo ayudar a los niños a afrontar la pérdida de un ser querido. William C. Kroen (Ed. Oniro)