Los seres humanos somos “animales sociales” por naturaleza – tal como nos recordó el filósofo Aristóteles– y nos gusta la cercanía de las personas, tocarnos, abrazarnos, besarnos. Y no solo lo necesitamos para sentirnos bien, sino también para desarrollarnos como personas porque desde el instante de felicidad en que percibimos la luz y nos rodean amorosamente unos brazos, nos hacemos plenamente humanos.
Pero, ¿por qué recibir un abrazo nos hace sentir tan bien y reconfortados? Este tema se ha estudiado ampliamente desde la psicología.
El abrazo y su efecto balsámico
En el calor del abrazo primigenio –el de la madre al bebé– se despliega la vida. Al coger a su bebé la madre segrega oxitocina, la llamada “hormona del amor”, tan importante porque provoca “la reacción de subida” de la leche durante la lactancia.
En este vídeo puedes ver las situaciones comunes, entre ellas el abrazo, que pueden ayudarnos a liberar la oxcitocina.
El tierno tacto ayuda no sólo en la alimentación del bebé, si no que, al liberar oxitocina, que además aumenta considerablemente durante el parto, contribuye a la creación de un “vínculo temprano” entre ambos lo que posibilita su supervivencia.
Todos sabemos que las matronas colocan tiernamente al bebé recién nacido sobre el pecho de la madre y el calor emanado al contacto con su cuerpo produce en él un profundo efecto balsámico. De esta manera consiguen mitigar el estrés de la experiencia del parto y que los niveles de cortisol en sangre se reequilibren, que es la hormona que el cuerpo segrega en abundancia como respuesta fisiológica frente al estrés. El bebé siente así una agradable sensación de bienestar que le ayuda poco a poco a adaptarse a su llegada a un nuevo mundo.
El abrazo es un autorregulador emocional
Los psicólogos hemos descubierto que esta liberación de oxitocina a través del tacto agradable cuando se produce en los adultos nos ayuda poderosamente a la autorregulación emocional. Así cuando estamos atravesando un momento de angustia y de estrés, abrazar a alguien es una manera fácil de reconfortar a la persona y de conseguir que se tranquilice, pero eso sí, para que se libere oxitocina el abrazo tiene que tener una duración superior a 8 segundos.
La Psiquiatra Marián Rojas Estapé relata la anécdota de cómo ella experimentó ese efecto sedante mágico cuando después de sufrir un aparatoso y frustrado intento de robo llegó a casa con la adrenalina por las nubes y se encontró con el hecho de que la tocaba amamantar a su bebé, arrojó el bolso a un lado y al ponerse a la tarea descubrió cómo sostenerlo tiernamente en sus brazos la calmó de golpe.
Fue a principios del pasado siglo XX cuando se comenzó a poner sobre la mesa el estudio minucioso de la importancia del contacto afectivo y de una estimulación adecuada en el desarrollo humano.
Se sabe que el sentido del tacto es una realidad compleja y se desarrolla en el útero materno desde la octava semana de gestación. Nuestra experiencia sensorial del tacto es fruto de la integración de la actividad de los sistemas responsables del procesamiento de la presión, la temperatura, la posición de las articulaciones, el sentido muscular y el movimiento.
El abrazo y el síndrome del hospitalismo
Las sensaciones táctiles placenteras actúan desde el momento del nacimiento como un primitivo organizador del aparato psíquico y ayudan en nuestro desarrollo evolutivo posterior a diferenciar entre la frontera del mundo interior y del exterior, entre el yo y el tú.
Uno de los pioneros más importante en torno al estudio de la crianza y el desarrollo psíquico en niños de corta edad fue el Psicoanalista y Psiquiatra austriaco René Spitz, discípulo directo del gran Sigmund Freud.
Spitz estudió la importancia de una estimulación adecuada en la infancia temprana, del contacto físico, del afecto y del amor como catalizador para un adecuado desarrollo psicológico infantil que permite su maduración evolutiva. Para ello centró sus observaciones en cómo se desarrollaba el cuidado y la actividad asistencial en orfanatos y hospitales donde había niños/as que o bien habían sido abandonados por sus madres o eran huérfanos.
Y, describió las dramáticas consecuencias que tenía ofrecer a los bebés un cuidado formal impersonal, rutinario y rígido, con deficiente estimulación. Se empezó a hablar entonces del “Síndrome del hospitalismo”. Y, se registraron minuciosamente sus consecuencias psicológicas en niños institucionalizados quienes se convertían en:
“Seres deshumanizados, algunos enfermaban, otros morían o enloquecían a no ser que encontraran a alguien antes de que, trascurrido un periodo crítico, el niño/a dejara de ser receptivo al amor”.
Los abrazos y la depresión anaclítica
Los abrazos nutren, trasportan emociones y es el primer lenguaje no verbal que procesamos a través del cuerpo y del sistema nervioso.
Por eso el contacto afectivo resulta vital para nuestro equilibrio personal. Sin él no sólo no nos desarrollamos de manera adecuada, sino que nos desconectamos de la vida y morimos. Los niños desarrollaban lo que se Spitz llamó “Depresión anaclítica”, los adultos simplemente nos sentimos bajos de ánimo y nos deprimimos, esto debilita nuestro sistema inmunológico con lo cual el riesgo de enfermar aumenta.
Durante la pandemia todos hemos comprendido mejor que nunca que justo cuando atravesamos momentos de gran vulnerabilidad, cuando las palabras resultan demasiado enanas e inútiles para expresar la magnitud inabarcable de lo que sentimos, los abrazos, el contacto humano nos conforta y no lo sentimos para nada igual que a través de una pantalla.
Quizás por esto mismo, el no poder reunirnos, tocarnos y abrazarnos durante esta pandemia la ha hecho áspera y dura, más difícil de encarar y de soportar para muchos. Las férreas restricciones trajeron sufrimiento en las despedidas tristes y acotadas de los funerales, en el aislamiento frío de los hospitales, en la soledad desvalida de nuestros ancianos en residencias y en las casas convertidas en celdas de aislamiento.
Abrazos y hambre de contacto
Hemos descubierto que no podemos vivir de imágenes como esta sociedad nos propugna y que la distancia afectiva nos desconecta y nos desvitaliza.
Ya, Tiffany Field directora del Touch Research Institute en Florida, mencionó un efecto que observaba en una sociedad cada vez más tecnologizada y era el “hambre de contacto”. Esta expresión la acuñó para reflejar el deseo insatisfecho de las personas de mayor contacto social y concluyó que las relaciones sociales en las que nos tocamos son importantes para el bienestar emocional.
Pero también sabemos que podemos revertir las carencias así que ha llegado la hora mágica de llenar el depósito de los afectos y sentir la alegría de abrazarnos, besarnos, tocarnos de nuevo. Juntémonos pues sin demora a sentir y celebrar de nuevo la vida con un “abrazo fuerte”.