Mucha gente conoce a Xuan Lan por ser una de las referencias del yoga en España y a nivel internacional, pero hasta ahora poco se conocía acerca de su historia personal. ¿Cómo llegó hasta el yoga? ¿Siempre estuvo relacionada con la práctica? ¿Cómo fue su vida antes de convertirse en lo que es hoy?
En su nuevo libro, La buena hija vietnamita (editorial Grijalbo) ella misma explica cómo fue su despertar en el yoga, cómo sus padres y abuelos emigraron tras la Guerra de Vietnam para instalarse en París, donde ella nació y creció, y cómo acabó en Nueva York dedicándose a la banca. Este libro tan personal es un reflejo de que en la vida es más importante el camino que la meta, y que en el autoconocimiento (que requiere paciencia) están las claves del éxito personal.
-En los primeros capítulos del libro hablas de todas las enseñanzas que te transmite tu abuela: ella fue un pilar fundamental en tu infancia. ¿Qué crees que pensaría si te pudiera ver en este momento de tu vida?
-Supongo que se sentiría muy orgullosa de verme feliz y de ver que estoy haciendo lo que realmente me gusta. Supongo que todas esas cuidadoras, las madres y las abuelas, quieren que sus hijos y nietos sean felices. Es verdad que cuando somos pequeños seguimos un poco las instrucciones de nuestros padres, pero cada uno tiene que hacer su recorrido, aunque no todo el mundo lo hace. Yo he hecho el mío y me ha permitido encontrarme.
A mi abuela no la vi los últimos años de su vida, porque yo estuve viviendo en Estados Unidos, la distancia hizo que hubiera menos comunicación. Además, ella era de una generación que no utilizaba internet, por lo que no teníamos demasiado contacto. De todas formas, siento que su espíritu está cerca y me encantaría contarle muchas cosas, y cómo ella, sin saberlo, me ha ayudado en este camino espiritual.
-¿Cuál de todos los aprendizajes que ella te enseñó lo tienes más presente en tu día a día?
-Hay una cosa que cuento en el libro y que no supe que era una enseñanza espiritual hasta más adelante. Ella me llevaba a caminar por el parque cuando yo estaba enfadada o alterada, y es un tipo de meditación que yo ahora hago mucho en mis retiros. Esta meditación caminando es una manera muy amena y amable de introducirse en la meditación cuando la gente no sabe estar sentada en un cojín.
Para mí, estos paseos en silencio con mi abuela fueron el inicio de ese tiempo para estar conmigo misma, con mis emociones, con mis sentimientos, con mis problemas personales de niña. Treinta años más tarde, descubrí que esta técnica viene de Thich Nhat Hanh, que para mí es un referente de la meditación y vida espiritual, y es una de las que más utilizo en mi día a día.
-¿Cómo funciona esta técnica?
-Es caminar por caminar, no hay destino, no hay expectativas. No es para mirar el paisaje, sino que es una manera de estar en el momento presente a través de un paso lento, más lento de lo habitual, al ritmo de nuestra respiración natural y sintiendo todas las sensaciones; por ejemplo, si estás descalzo, notar la sensaciones en la planta del pie, o los olores, los ruidos... pero sin buscarlos. Simplemente estando en el momento presente.
El problema de la meditación normal es que muchas personas al cabo de unos minutos no aguantan la postura sentada; la meditación caminando ofrece un movimiento más amable para el cuerpo occidental, pero el trabajo es el mismo. No buscar pensamientos ni aferrarse a ellos, no hacer la lista de la compra, y estar sin música. A veces la gente mezcla hacer deporte con música, y dice “esto me relaja, estoy meditando”, pero no es eso.
"Lo que hace el entrenamiento de la meditación es calmar los saltos que da la mente y crear más espacio entre pensamiento y pensamiento."
-¿Cómo es la meditación que tú promueves?
-La meditación es un entrenamiento de la mente y del cerebro. El cerebro tiene tendencia a saltar de un pensamiento a otro, por eso se habla de la monkey mind o mente mono, y lo que buscamos es calmar a ese mono. Lo que hace el entrenamiento de la meditación es calmar estos saltos y crear más espacio entre pensamiento y pensamiento. Es casi imposible mantener la mente en blanco, solo algunos monjes meditando 10 horas al día lo podrían conseguir, pero para la gente normal es muy difícil.
El cerebro tiene esta naturaleza, lo que intentamos es no agarrarnos a ese pensamiento y volver a un punto de atención: puede ser la mirada, puede ser la respiración…hay muchas técnicas distintas.
-¿Para obtener los beneficios, más o menos, cuánto debe durar una meditación?
-Según los neurocientíficos, para empezar a ver los cambios a nivel cerebral, se necesitarían de unas seis a ocho semanas, unos 20 minutos diarios. Esto es lo que han demostrado a nivel de la plasticidad cerebral, pero muchas personas, en dos semanas, haciendo 10 a 15 minutos, solo por el cambio de ritmo de dedicarse tiempo a sí mismos, ya les calma y les da una nueva perspectiva.
Una meditación formal para mejorar un estrés crónico suelen ser programas muy disciplinados y muy serios. Si una persona quiere integrar la práctica de la meditación en su día a día y cultivar su parte espiritual, le recomiendo hacerlo durante 15 minutos todos los días. Pero sin culparse si un día no lo puede hacer.
-¿Cuándo crees que es más sencillo meditar, por la mañana o por la noche?
-Por la mañana la mente está más tranquila, porque venimos de una noche de sueño y, además, no hay tantos recuerdos; por la tarde, es más difícil porque tenemos todos esos estímulos que nos vienen de la jornada. Pero se puede hacer en cualquier momento, mientras que lo integres en tu día a día. Lo más importante, como en el yoga, es que necesitas constancia y regularidad. Cada uno debe buscar su momento para mantener un compromiso consigo mismo.
-Volviendo a tus raíces y al yoga, ¿qué te ha aportado la cultura vietnamita en tu práctica?
-Los vietnamitas son conocidos por ser buenos trabajadores, discretos… Pienso que la disciplina en mi educación me ha ayudado mucho a la hora de empezar, sobre todo con un estilo de yoga -el ashtanga yoga- que es bastante exigente. Este estilo de yoga, que viene de la India, requiere de cinco a seis días a la semana, y en principio, al amanecer. Yo no soy una persona matutina, pero sí muy disciplinada y sentía los beneficios de esta práctica. Durante siete años, me levantaba temprano, no importaba si estaba lloviendo, si hacía frío o si tenía sueño, siempre hacía mi práctica. La disciplina que me aportaron mis padres y ser fiel a mis intenciones, me ha permitido aguantar.
Es verdad que la cultura yóguica no tiene nada que ver con la cultura vietnamita. Sin rechazar mi educación vietnamita, siento que el yoga ha ido transformándome en lo que soy ahora.
"La disciplina que me aportaron mis padres y ser fiel a mis intenciones, me ha permitido aguantar"
-En el libro hablas de cómo en la cultura vietnamita no se fomenta la expresión de las emociones, ¿cómo te ayudó a ti el yoga en este sentido?
-Exactamente, en mi educación vietnamita pienso que me ha faltado la expresión de las emociones, poder compartirlas y entenderlas. Si tú no las expresas es muy difícil que puedas entenderlas, porque no encuentras las palabras. De pequeña era tímida, introspectiva, y el yoga me ha ayudado a escuchar mis emociones; la enseñanza también me ha permitido escucharme y expresarme y estar más atenta a los demás. Con la exposición que tengo ahora, con la comunidad, me ha ayudado aún más. Este libro no lo hubiera podido escribir hace diez años. Pienso que me faltó algo en la educación de niña vietnamita, pero no lo rechazo.
-¿En qué momento sentiste que realmente querías dedicarte a ello? ¿Y qué te atrajo?
-El yoga entró en mi vida cuando estaba en Nueva York y lo hizo como un hobby. Iba una vez a la semana, no fue una revelación. Además no era un yoga muy espiritual, era un yoga más físico, más americano. Luego, como quería profundizar mi práctica, hice un curso de formación, pero para aprender. Como parte del curso me pedían que diera clases de manera gratuita. Como no tenía mucho tiempo fuera de la oficina, decidí proponerlo a mis compañeros del banco donde trabajaba. Ellos aceptaron mi invitación y durante unos meses me dediqué a ello. Ellos fueron los que me animaron, me dijeron que les iba mucho mejor gracias a mis clases. Así que fue sin buscarlo, hasta que me estanqué en el trabajo.
Contraté un coach que puso la semilla, porque vio que siempre hablaba del yoga. Mi educación vietnamita de buena trabajadora me mantenía en el “no, tú tienes que trabajar en el mundo corporativo, es lo que te han dicho tus padres”. Pero un día me lancé. En mi caso fue progresivo; envidio a aquellas personas que tras tres semanas de curso lo tienen muy claro, pero en mi caso no fue así.
"Las nuevas generaciones están acostumbradas a la inmediatez, que pierden la paciencia y tienen una atención muy corta."
-Los que seguimos tu trabajo, vemos en ti una persona con mucha trayectoria, muy segura de lo que hace, con mucha sabiduría, pero en el libro vemos que para llegar hasta aquí te has caído muchas veces en todo este proceso…
-Así es la vida, el problema es que las nuevas generaciones están acostumbradas a la inmediatez, que pierden la paciencia y tienen una atención muy corta. Cuando vienes de otra época, la manera de ver las cosas y el compromiso, son distintos. Es un tema generacional. Es verdad que ha sido un camino progresivo, nadie puede hacer este camino más que uno mismo, o te dedicas tiempo y lo trabajas, y buscas tus referentes, o es muy difícil.
-¿Sigues sintiendo esa timidez cuando te expones ante un grupo de personas?
-La experiencia me ha ayudado a perder esa timidez, ya lo tengo integrado. He mejorado el gran problema que tenía de pequeña gracias a todo el trabajo que he hecho y, además, disfruto tanto dando clases, que el disfrute de la enseñanza supera el miedo.
Ahora, después de 12 años dando clases multitudinarias, ya no tengo miedo escénico. Me preparo e intento ser lo más profesional posible. También tengo una plataforma donde tengo que prepararlo todo con antelación, así que la experiencia me ayuda a relajarme.
" Es bueno que se democratice el yoga."
-Cuando tú llegaste a Barcelona prácticamente no había escuelas de yoga. Ahora te debe sorprender la cantidad de lugares donde se puede practicar. ¿Cómo podemos reconocer cuando estamos frente a una buena clase de yoga?
-A mí me parece genial que haya tanto yoga, mi propósito de vida es divulgar el yoga para que muchas personas lo prueben y se enganchen para cuidarse. Es bueno que se democratice el yoga. Antes era una disciplina que se veía como esotérica, ahora hay yoga en todos los gimnasios y para todas las edades y todas las situaciones. Para encontrar una buena escuela hay que asegurarse de que los profesores estén certificados y tengan experiencia. Es verdad que veo ahora a muchas personas que dan clases en las redes sociales pero que nunca han tocado un cuerpo, y, ojo, porque la experiencia también pasa por haber conocido a gente, ver dificultades distintas, etc.
-¿Cuál es tu estilo de yoga favorito?
-El vinyasa yoga inspirado en jivamukti y ashtanga. Pero yo practico un poco de todo gracias a mi plataforma de yoga, porque tenemos distintos profesores especializados en todo tipo de prácticas. Intento ir a las clases que desconozco, porque yo sigo aprendiendo. Me encanta.
-¿Has hecho algún descubrimiento recientemente?
-Sí, el chi kung. Fuimos hace poco a un retiro de neurociencia y meditación donde lo practicamos, y ahora lo he integrado también en mi plataforma de yoga, donde habrá cuatro clases especializadas con el profesor Oliver Indri. Ha tenido mucho éxito. También he probado el Pilates Barre, que me ha parecido mucho más difícil de lo que pensaba.
-¿Qué estilo de yoga recomendarías a alguien que se está descubriendo a sí misma o necesita mejorar su autoestima?
-Para mí el hatha yoga es un tipo de yoga más pausado que te permite conectar con tu cuerpo sin sentir la frustración del asana. Lo que ocurre es que el ego del ser humano hace que siempre tendamos a buscar más, a hacer la postura más difícil; el hatha yoga es más lento y permite entrar en profundizar sin compararse, porque son posturas más relajadas. Cuando sales de una clase así, cuando has respirado bien durante una hora, ayudas al sistema parasimpático a estimular tu tranquilidad. Con el tiempo vas notando que tu cuerpo está mejor, que entiendes mejor las instrucciones, tu cuerpo se estiliza, tienes mejor postura corporal, y todo esto contribuye a la autoestima.