La adolescencia se inicia en la infancia, cuando tienes un bebé en brazos. Más adelante, se desarrolla cuando atiendes una rabieta con amor, y se disfruta cuando pasan de los veinte. Por eso conviene llegar a la adolescencia pasando por una infancia sana. Así lo explica Leticia Garcés en su último libro Infancia bien tratada, adolescencia bien encaminada (ed. Desclée de Brouwer).
Esta pedagoga, especializada en parentalidad positiva y educación emocional, es también fundadora de la plataforma Padres formados, creada en 2010 en Navarra para dar apoyo a familias y profesionales, y autora del libro Padres formados, hijos educados.
Escuchándola podemos darnos cuenta de hasta qué punto la forma en que fuimos tratados en la infancia nos influye a la hora de educar a nuestros hijos, sobre todo cuando improvisamos y no somos conscientes de ello. Pero también podemos darnos cuenta de que esa influencia no tiene por qué ser determinante, que hay mucho que podemos hacer para mejorar y sentar las bases en la infancia de una adolescencia bien encaminada. Las heridas emocionales que tengamos los padres, aunque no se borran, se pueden sanar o al menos podemos aprender a vivir con ellas para educar sin dañar y de forma emocionalmente competente.
–¿Cuál es el ABC de una crianza feliz?
–Entendiendo la felicidad como la capacidad de elegir lo que nos conviene y nos hace bien por encima de los deseos o placeres no tan necesarios. Una crianza feliz consiste en construir vínculos afectivos basados en apegos seguros en la primera infancia, buenos tratos hasta la adolescencia y más allá, y que no falten dosis altas de buena comunicación.
Por supuesto, que faltarían muchos más ingredientes, tantos como letras hay en el abecedario. Pero estos tres, concretamente, son imprescindibles. La parentalidad positiva consiste precisamente en saber qué necesita el niño y adolescente para desarrollarse favorablemente, y través de los buenos tratos, dárselo para que su cerebro encuentre un medio óptimo a través del cual madurar.
–¿Cuáles son los beneficios de una parentalidad positiva a corto y largo plazo?
–Podemos decir que lo que propone la parentalidad positiva es universal y adaptable a cualquier niño o adolescente, independientemente de su temperamento, edad o circunstancias personales. La neurociencia o la inteligencia emocional nos ofrece suficiente evidencia científica como para saber cuánto daño hace y condiciona la vida de una persona crecer sin ser suficientemente bien querido.
Podemos decir que algunos de los beneficios que obtenemos por elegir este camino son el desarrollo de mejores relaciones entre iguales, refuerzo de la autoestima, aumento de las capacidad de autocontrol y gestión emocional y menor índice de comportamientos desajustados, disruptivos o agresivos.
–¿Cómo podemos enseñar a nuestros hijos a que se autorregulen?
–Supongo que no digo nada nuevo cuando digo que el ejemplo es fundamental, pero no me refiero a que nosotros debamos tener ese autocontrol que queremos que ellos aprendan de nosotros, sino a que siendo conscientes de lo importante que es para la propia vida ese autocontrol, que nuestra actitud sea trabajar en ello cada día de tal manera que, si un día perdemos los papeles y consideramos que nuestra gestión tiene mucho margen de mejora, que no lo dejemos ahí; que no normalicemos que, cuando uno está enfadado, gritar es lo esperado, sino que podamos hablar con nuestros hijos de nuestra gestión, si estamos o no satisfechas de ella y de qué manera nos comprometemos a mejorar. Al fin y al cabo, se trata de no conformarnos creyendo que 'somos así, ¿qué le vamos a hacer?'
La actitud sería, "estoy aprendiendo y esto no me da satisfacción. Por lo tanto, elijo hacer algo por mejorarme…, no porque quiera ser perfecta sino porque hacer las cosas de forma excelente es maravilloso".
–Poner límites es quizá uno de los retos a los que se enfrentan los padres. Muchos de ellos no saben cómo hacerlo y la situación termina en un castigo. ¿Cómo llegar a tiempo?
–Muchos padres confunden estos términos o creen que hay que poner límites, y cuando se los saltan es cuando hay que poner castigos. Sin embargo, realmente son dos conceptos totalmente opuestos que conviene diferenciar porque cada uno se pone desde un estado emocional diferente.
En el libro dedico todo un capítulo a explicarlos, pero sería algo así. El castigo es lo que ponemos desde el enfado, siendo muchas veces injustos y aplicando medidas sin sentido y desproporcionadas (una semana sin móvil por suspender una asignatura). Los límites, sin embargo, se ponen desde la consciencia de lo que sentimos, teniendo en cuenta lo que el menor necesita aprender y siendo respetuosos con su proceso de aprendizaje.
Partiendo de la base de que los conflictos son oportunidades para madurar y que la conducta inadecuada nos muestra lo que nos falta por aprender, habría que vivir los conflictos como una oportunidad para entrenar una competencia emocional (regulación emocional, autocontrol, empatía, asertividad, etc.) Por lo tanto, los castigos los ponemos cuando el hijo se ha saltado una norma creyendo que así aprenderá a no saltársela, algo que sabemos que no funciona, y los límites son todo lo que hacemos antes de la conducta para que entrenen el autocontrol, la toma de decisiones y gestión emocional. ¿Y si se salta la norma? Pues vemos qué tenemos que mejorar, valoramos el daño generado y ponemos el foco en reparar y adquirir un compromiso de mejora.
–Si castigamos, estamos obviando las emociones y el acompañamiento. ¿Por qué no deberíamos utilizar este recurso? ¿Qué alternativas tenemos?
–La alternativa al castigo, sin duda, son los límites. Hay quien cree que no está castigando solo porque le ha cambiado el nombre. Usa frases como, “yo no te castigo, esto es una consecuencia para que aprendas” o “tú solito te has castigado por la decisión que has tomado” o “si no te hubieras portado mal, no te habrías quedado sin salir”.
Asumir una consecuencia, en realidad, es un acto de responsabilidad que no tiene que generar culpa. Si un hijo ha cometido una acción que ha generado un daño, no importa si ha sido queriendo o sin querer, hay un daño que reparar y tiene sentido asumir una consecuencia, pero hay quien puede convertir este hecho en un castigo, “ahora vas a pagar lo que has roto”; o se puede plantear como un aprendizaje positivo, “hijo, el valor de lo que has roto es x, te voy a hacer varias propuestas para que valores de qué manera te quieres implicar y también me puedes hacer alguna sugerencia…”.
A veces lo material se ve claro, pero ¿y las relaciones? En este caso, las consecuencias naturales cobran sentido. Si un niño ha insultado a otro, es posible que el ofendido tarde un tiempo en recuperarse y en decidir si quiere retomar el juego. El tiempo que necesite para decidirlo es la consecuencia que uno tiene que asumir por la falta de autocontrol que ha tenido. “Mi amigo ya no quiere jugar conmigo porque se siente mal por cómo le he tratado”. Es necesario que dejemos que aprendan de la experiencia, no que les hagamos sentir peor por ello, “esto te pasa por lo mal que te has portado, te vas a quedar sin amigos…”.
–¿Qué pasa con el llanto? Dices que llorar tiene muchos beneficios -hablando en niños y adolescentes, no en bebés-. ¿Nos puedes explicar cuáles son esos efectos positivos?
–Todos sabemos que llorar es lo primero que hace el bebé cuando llega a este mundo, y eso nos indica que está vivo. El llanto es el primer recurso que tienen para indicarnos que tiene unas necesidades fisiológicas sin cubrir y también la manera que tenemos de saber que respondiendo podemos establecer un apego seguro. A través de nuestra respuesta le expresamos al niño muchas cosas: te sientes mal, te pasa algo para sentirte así, puedes confiar en mí porque, aunque tú no sabes lo que te pasa, yo lo puedo adivinar, si aprendes a confiar en mí podrás confiar en otras personas y podrás conectar con tus emociones y con las de los demás.
Todo lo que expresan a través del llanto puede ser atendido y, si somos padres sensibles y respetuosos, podremos establecer relaciones bientratantes. Por lo tanto, el mayor beneficio de atender el llanto es la gran oportunidad que tenemos de crear relaciones de apego seguro.
–¿Por qué es útil pedir perdón cuando nos equivocamos como padres? ¿Perdemos autoridad o la ganamos?
–Sin duda la recuperamos porque desde el momento que actuamos de forma autoritaria, la autoridad desaparece, toma el protagonismo la comunicación agresiva y a los hijos no les queda más remedio que bloquearse por miedo. Como digo muchas veces, estamos aprendiendo y no consiste en ser "buenos padres", sino en hacer "mucho bien" a nuestros hijos cada vez que los educamos. Por eso cuando te esclaviza una emoción y no logras respetarte y respetar a tu hijo con tu intervención, debes saber que tienes una gran oportunidad para mostrarle a tu hijo una gran enseñanza, “mira hijo, cuando las personas nos equivocamos lo reconocemos, expresamos lo que sentimos y pedimos que nos disculpen porque de esta manera construiremos mejores relaciones”.
–Hay veces que pensamos que nuestros hijos lloran para conseguir lo que quieren. ¿Qué hacer en estos casos?
–Que un niño llore para conseguir las cosas no debería de ser un problema, llevan llorando para conseguir sus deseos desde que nacieron y saben que así se consigue atención y cuidados. Es posible que, al principio, las necesidades fueran fisiológicas y conforme van creciendo son más emocionales, pero igualmente son necesidades.
El niño tiene que aprender que ya no puede llorar para conseguir las cosas, sino que afortunadamente tiene otras vías mucho más interesantes para pedir ayuda y expresar lo que necesita, la comunicación. Por lo tanto, cada vez que llore para pedir algo no le ignoraremos, sino que nos comunicaremos con él. “Sé que estás enfadado, entiendo tu enfado, te ayudo a rebajar esa ansiedad y veo si lo que necesitas es que te dé lo que me pides o que te lo niegue para darte lo que necesitas”.
–La adolescencia es una etapa que los adultos temen. ¿Cómo podemos perderle el miedo?
–No me cansaré de defender esta etapa, es maravillosa a pesar de la mala fama que tiene. Los padres que la temen suele ser, o bien porque no han sembrado lo suficiente en la etapa anterior, o bien porque recuerdan su propia adolescencia y no quieren pasar por lo mismo que les hicieron pasar a sus padres.
La educación es un proceso creativo, se puede ser espontáneo, pero no basar tus decisiones en la improvisación, actuar según te parece o te sientes. Hay que conocer mínimamente el cerebro del adolescente para dar sentido a muchas de sus reacciones y saber responder con mayor seguridad, firmeza y amor. Aun así, hay adolescencias difíciles, no digo que no, pero cuando algo nos resulta difícil, tendemos a poner el foco en el adolescente como si él fuera el problema. Sin embargo, quizás lo que toca es pedir ayuda para saber cómo acompañarles en esta nueva etapa.
–Una infancia bien trabajada, ¿significa una adolescencia encaminada?
–Sembramos sobre todo en la infancia porque necesitamos llegar a la adolescencia con un cerebro bien conectado, con experiencias de vida que hayan creado sensaciones de “soy valioso y amado”, y habiendo desarrollado competencias emocionales que les permita tener una mejor relación con ellos mismos.
Hasta que el cerebro madure tienen que pasar muchos años, más de veinte; por lo tanto, no tenemos que hacerlo ni todo bien ni acertar siempre a la primera. Tenemos unos cuantos años para invertir tiempo en leer, formarnos y aprender. Para formarse no es necesario tener problemas con los hijos, sino querer aprender lo que necesitan durante la infancia para llegar a la adolescencia sin grandes dificultades. Criar es más fácil cuando sabes que la educación no se improvisa, sino que es el resultado de tu reflexión y desarrollo personal.
–¿Cómo se puede trabajar en pareja en la adolescencia?
–No se trata tanto de ir a una, o educar en una misma línea ni actuar los dos igual porque la realidad es que cada uno educa desde su propia experiencia de niño y su evolución personal como persona. Pero lo que sí es necesario es coordinarse y ponerse de acuerdo y para esto es necesario que los padres hablen, se comuniquen y compartan sus experiencias.
Muchos padres tienen discusiones porque piensan diferente y se quieren cambiar el uno al otro. Lo interesante es que aprendan juntos, que cada uno se cambie así mismo y, si a uno le gusta algo del otro, que elija imitarlo, pero sin imponer cambios a la fuerza. “Tú deberías actuar así porque yo he leído que es bueno…”. La recomendación es hablar mucho sobre cómo están educando a sus hijos, cómo cada uno lo ve y de qué manera pueden llegar a ciertos acuerdos.
–Hay padres que sienten que son un cero a la izquierda en esta etapa, que sus hijos les odian y que no aciertan en nada. ¿Qué les dirías?
–Les diría que a ser padre se aprende cuando se tienen hijos, por lo tanto, puedes haber estudiado una carrera, haber obtenido éxito en tu trabajo y ser un crack en muchas áreas de tu vida, pero todo eso lo has conseguido después de invertir mucho tiempo, trabajar duro y fracasar muchas veces. La crianza es parecida, no se puede pretender obtener resultados positivos sin trazar un camino, educando como fuimos educados, sin tener en cuenta todo lo que la ciencia nos aporta con respecto al cerebro de los niños o qué comportamiento es normal a cierta edad.
El éxito en una familia es que logremos un clima familiar afectivo donde la comunicación no se interrumpa y exista la confianza suficiente para que cuando haya problemas, hablar de ello sea fácil, buscar soluciones sea estimulante y comprometernos con cambios proactivos sea la actitud habitual. A ser padre no se aprende, pero para mejorar las competencias parentales que hace que tus hijos se acerquen a ti cuando necesitan ayuda, sí.