Cuando alguien no se pone en tu pellejo, no es que no sepa hacerlo, es que simplemente no quiere hacerlo.
Porque la empatía es mucho más complicada que la autonomía.
Requiere de un trasvase del yo al tú.
De aceptar que ningún dolor me es ajeno.
De admitir que soy vulnerable.
Todos somos responsables de alimentar ese vacío.
De admirar a personas que solo piensan en ellas.
De confundir la fortaleza con la independencia.
Pero ellos y ellas siguen solos.
En ese patio.
Incapaces de darse cuenta que todos somos lo mismo.
Es triste pasar por este mundo sin sentirte parte del todo.
Sin entender que cada roca, cada alce, cada hoja del guardián y su centeno,
cada gota de regla, cada uña cortada,
cada rueda que se desgasta poco a poco por el borde exterior.
eres tú.
Y soy yo.
Yo no puedo no saber eso.
Te miro a ti y me veo yo en la otra posibilidad.
En la otra cara de la luna.
Por eso yo intento no herir.
Porque no me quiero herirme más.
Porque es la única promesa que le he hecho al mundo.
La empatía es nuestra forma de sentirnos agradecidos.
Porque un día nos expulsaron de un cuerpo.
A una esfera que flota.
En la que es tan complicado volver a sentirse dentro.
En la que pasan tantas y tantas y tantas cosas inevitables y espantosas.
Lo único que podemos hacer es evitar el daño innecesario.
Que ya la vida se encarga de enfermarnos y matarnos.
Y aunque no salga del todo bien.
Merecerá la pena.
Porque ese instante.
Será amor.
Y será tierno.