Muchas personas, antes que llevar la contraria u oponerse a alguien, prefieren callar y no dar su opinión. Tras toda una vida callando, se sienten desconectadas de sí mismas, su autoestima es muy baja y su intuición les dice que no pueden seguir así.
Irene acudió a mi consulta en uno de estos momentos de crisis. Tenía claro su problema y sabía lo que quería lograr con la terapia. En nuestra primera sesión, me lo explicó de forma muy sencilla: “No soy capaz de decir que no. Siempre cedo ante los demás”.
Estas personas incapaces de contradecir suelen caer presa de los abusos de amigos, parejas y familiares. Como estos son conscientes de que no van a protestar u oponerse a sus demandas, las avasallan, las explotan y se creen con derecho a disponer de ellas en su beneficio.
Resulta evidente que estamos ante un problema de asertividad y que estas personas necesitan aprender a decir que no de forma equilibrada, sin sentirse mal o culpables por negarse u oponerse a cualquier demanda.
La red está plagada de artículos sobre asertividad y sobre el derecho que tenemos todos a decir que “no”, pero la mayoría de estos consejos no llegan a causar ningún efecto positivo porque el problema no es tan superficial como para solucionarlo con unas simples pautas.
Callar para no discutir (o para que no discutan los demás)
Quien no puede decir que “no” es consciente de que callar no está bien, que debería dar su opinión y negarse a hacer aquello que no desea. Lo sabe, pero le resulta imposible hablar. Siente horror ante la idea de discutir, de caer mal, de no ser aceptada. En situaciones en las que no está a gusto, se muestra incapaz de quejarse, siente un enorme nudo en su garganta que le impide expresar cualquier idea en contra de los demás. Este problema tan profundo no se soluciona con unos tips en Internet, necesita mucho más esfuerzo y trabajo que repetir unas cuantas pautas bienintencionadas.
En mi consulta, para ayudar a estas personas a reconstruir su asertividad, previamente necesitamos comprender qué emociones y qué patrones subyacen a su incapacidad de decir que no, es decir, qué es lo que provoca el nudo en la garganta.
En el caso de Irene, encontramos que el deseo subyacente que le impedía decir que no era una necesidad extrema de que todo el mundo se llevase bien. Cuando presenciaba alguna disputa entre sus amigas o, simplemente, si alguien elevaba un poco el tono de voz, se sentía fatal y, por supuesto, cuando ella misma se veía inmersa en una discusión, se mostraba incapaz de hablar. Para evitar pasar por estas malas experiencias, cuando le pedían algo, siempre cedía.
Sirviéndonos de esta idea de “que todos se lleven bien”, pudimos conectar con su pasado y comprender cómo este concepto había arraigado en su mente. Desde que tenía uso de razón, sus padres discutían constantemente por cualquier motivo y la pequeña Irene había presenciado broncas de distinta gravedad entre ellos. En sus sesiones, Irene comprendió la intensidad con la que vivía de pequeña las peleas de sus padres.
Con el paso del tiempo no había olvidado estas discusiones, pero, lo que no recordaba era el profundo daño que le causaban.
La sombra de la separación siempre estaba presente en su casa. En realidad, sus padres nunca llegaron a separarse, pero, cuando era niña, Irene sentía que cualquier discusión podría ser la que pusiera fin a su familia (a la idea que ella tenía de familia ideal). En su mente se implantó la idea de que, si ella no hacía nada por provocar discusiones entre sus padres, estos no se separarían. Por lo tanto, se convirtió en una niña obediente y cumplidora, que nunca llevaba la contraria y que siempre estaba atenta para adaptarse, en cada momento, a lo que sus padres le pidieran. La pequeña Irene se acostumbró a no quejarse, a no decir que no.
Cambiar patrones para superar este miedo
Aunque Irene pudo establecer claramente la relación entre su presente y su pasado, el lograr cambiar el patrón que le impedía expresarse libremente y decir que "no" fue más complicado. Lo consiguió cuando comprendió e interiorizó la idea de que ella no era la responsable de las discusiones de sus padres. Ellos tenían sus problemas y sus propias dinámicas de pareja. Ninguna acción de Irene podía haber influido en el hecho de que ellos siguieran juntos o se separasen. Curiosamente, Irene se fue de casa bastante joven y sus padres habían seguido discutiendo hasta el presente sin haberse divorciado.
“Fue como si me liberara de una gran losa”, me dijo, “no soy responsable de la relación de mis padres. Da igual lo que yo haga. Puedo hablar o no hablar, no importa”.
Cuando tomó conciencia e integró este nuevo punto de vista, Irene comenzó a liberar la tensión que sentía en la garganta. Empezó a practicar con sus amigas y a decir que “no” en situaciones cotidianas. Ellas la animaban y la hacían ver que no pasaba nada que, incluso, podían tener opiniones diferentes sobre algunos temas y que esto no tenía porqué suponer un problema.
Cada vez se sentía más segura para poder expresarse, sin miedo a provocar una catástrofe. No solo podía decir que “no” cuando lo consideraba necesario, sino que no se sentía culpable después de hacerlo.