Los machos alfa los creamos entre todos y todas. Un macho alfa sin un grupo de admiradores y admiradoras no sería un macho alfa. Los líderes de los grupos se alimentan del deseo, la admiración, la envidia, la sumisión y la adoración del resto. Sin estos admiradores, ellos no son nada.
El macho alfa consigue seguidores varones por su capacidad para conquistar mujeres. Cuantas más tiene a sus pies, más macho parece y más puntos gana a ojos de los demás. Funciona así de simple: follar con mujeres es una demostración de virilidad, despertar el deseo en ellas y enamorarlas es una demostración de fuerza.
Los hombres respetan y envidian al líder y se someten a él. Cada cual acaba encontrando su rol y su lugar dentro de la jerarquía del grupo y, generalmente, su objetivo es sumar puntos para ir subiendo en ella; bien para estar cerca del líder, bien para sustituirle cuando caiga.
Cómo las mujeres alimentamos el mito del macho alfa
Las mujeres jugamos un papel fundamental en la creación y alimentación del líder (que nos trata como trofeos de caza). Las que logran ser elegidas por él ven su status crecer: a la novia del líder los demás las respetan y las mujeres las admiran. Ser la elegida te sitúa inmediatamente en el trono, junto al macho alfa. Así, nosotras somos la prueba de que el macho es un ser poderoso y deseable.
Es un legado histórico: durante mucho tiempo las mujeres hemos estado siempre fuera del espacio público y la única manera de tener una posición social ha sido siempre a través del matrimonio. Sin embargo, el Alfa, aunque liga con muchas, solo elige a una para ocupar el trono del matrimonio, el papel de la esposa.
Los cuentos de princesas nos hacen creer que podemos ser elegidas, aunque seamos plebeyas, y que saldremos de la pobreza a través del amor del príncipe azul. Por eso tenemos algo de esperanza en que el macho alfa no nos desprecie después de conseguir una cita con nosotras. Pensamos que es posible que logre darse cuenta de lo especiales y maravillosas que somos, y que así no nos abandone después de usarnos.
Cuando un hombre nos dice que no somos como las demás, nos hacen creer que las demás son lo peor y nosotras somos las mejores.
En los cuentos de mi infancia las princesas eran guapas, delgadas, perfectas, bondadosas y leales. A todas las demás las representaban con defectos, y alejadas de la belleza patriarcal: gordas, feas, rechonchas, con dimensiones físicas diferentes a la norma y con una personalidad terrible: casi todas eran envidiosas, malas, manipuladoras, egoístas, ambiciosas, caprichosas, y violentas.
Este contraste entre las mujeres y la princesa sirve para que nos sintamos superiores a las demás y luchemos a solas contra las demás para obtener el tesoro más preciado: el amor de un hombre. Así es como nos incitan a tener relaciones de rivalidad con las demás, a portarnos mal con las otras y a rechazar a todas las demás mujeres porque son “malas”.
Todas queremos nuestro trofeo
Al macho alfa le viene bien esta competición porque así suma más puntos: no es solo que guste a las mujeres, sino que las enamora y las domina como quiere mientras ellas se pelean por él. Para el macho alfa enamorar mujeres es un deporte: disfruta más cuanto más sufrimos por él y cuantas más estemos suspirando por su atención.
A muchas mujeres el ego nos puede jugar muy malas pasadas. En realidad solo queremos conquistar al macho poderoso para demostrarle quien manda, para someterlo y para demostrar a los demás nuestro propio poder. Es una guerra en la que todo vale con tal de poner al macho de rodillas en algún momento: para algunas mujeres conquistar al macho alfa supone llegar a la cima social en la que podrá ser admirada por las demás mujeres (y deseada por el resto de los hombres).
Así que no es tanto una cuestión de sexo, como una cuestión de poder: nos gusta cazar donjuanes porque son más difíciles de conseguir, porque hay muchas más mujeres intentando cazarle. Nos gustan los desafíos y nos gusta ganar en todas las batallas. Por eso somos capaces de enamorarnos de un macho alfa que puede usarnos y dejarnos tiradas cuando ya no nos necesite.
Su hombría quedará en entredicho cuando caiga enamorado, por eso el macho alfa se resiste con uñas y dientes a amar. Le gusta ser amado pero tiene miedo de perder su libertad y su poder. Así que evita enamorarse para no sufrir y para no ser manipulado por una mujer.
Es hora de destronar al machísimo
Para el macho alfa hay dos tipos de mujeres: las buenas y las malas. Nosotras queremos ser mujeres deseables y sexys, pero en su justa medida para poder ser luego elegidas como legítimas esposas o compañeras. Es una tarea difícil conquistar al Alfa con nuestros encantos femeninos y tratar de convencerlo para que nos valore como posibles buenas madres de sus hijos.
Es casi imposible tener sexo y luego lograr enamorarlo: los machos alfa creen que las mujeres fáciles no son aptas para convertirse en Señoras. Necesitan chicas que no se relacionen desde el sexo, que sean sumisas, que amen incondicionalmente, que aguanten cuernos, que cuiden a la familia feliz y que soporten todo con resignación. A los machos alfa no les gustan las mujeres que les exigen igualdad: no saben tratarlas como compañeras porque siempre las han tratado como enemigas o como objetos para aumentar su prestigio y demostrar su virilidad.
Así que igual no deberíamos perder el tiempo soñando con llamar la atención del macho alfa: para él todas las mujeres son iguales. Y de todas se defiende con la misma fuerza.
Igual es hora de destronarle, de quitarle su poder, de dejar de darle importancia y de relacionarnos con otros hombres que vivan más libres y no sean tan sumisos a los mandatos de género.
Lo mismo ya es hora de elegir hombres que no necesiten coleccionar mujeres, que no necesiten la admiración de otros hombres, que no necesiten tampoco liderar un grupo y ejercer su poder de un modo absoluto.
Igual deberíamos ampliar nuestro horizonte sexual y sentimental y fijarnos más en los hombres que se trabajan su masculinidad, que no tienen miedo al amor y que no necesitan el aplauso de los demás.