Queridas Mentes Insanas,
Si recibiese un euro por cada vez que alguien dice de mí “vaya, vaya, tanto hablar de poliamor y al final resulta que tiene celos”, estaría escribiendo este blog desde un paraíso fiscal en el que esconder mi inmensa fortuna.
O, como me cuenta la rapera Bittah por twitter, otro dardo envenenado clásico es el de “tanto poliamor, tanto poliamor, y al final…” que viene a ser como hablar de violencia machista y decir que entre lesbianas también hay violencia, o criticar a una oftalmóloga por llevar gafas. Mucha oftalmología, mucha oftalmología y al final…
Así que os voy a contestar a todas la Mentes Insanas que me debéis ese euro, a ver si conseguimos aclarar algunas cosas. Los celos no se eligen. De hecho, creo que no hay Mente Poliamorosa que no haya ensayado todos los pactos posibles, con el diablo incluido, para librarse de ellos. Pero, para nuestra desgracia, la cosa no funciona así.
A mí me asaltan, especialmente, en los principios, no en los finales. Cuando tengo una relación que ya ha pasado por varios baches, mi confianza en la recuperación crece y me pongo menos celosa, me preocupo menos.
Cuando esta persona inicia otra relación, tengo más tendencia al miedo también al principio de esa relación que cuando ya ha pasado tiempo y está todo más asentado.
Cuando la tercera persona es monógama, también me preocupo más, porque las dinámicas de confrontación son más duras que con alguien acostumbrado a la colaboración y que tenga a otras personas a las que cuidar.
He desarrollado, eso sí, una metodología que yo entiendo como una serie de conejos que saco de chisteras, a lo maga. Una serie de trucos de prestidigitación que hacen que no aparezcan los miedos, o que aparezcan muy poquito.
El Método Ingeniería contra los celos
Acabo de descubrir en El libro de los celos de Kathy Labriola que lo mío tiene hasta un nombre. Se llama Método de Ingeniería. Lo malo del método es que necesita que todo el mundo involucrado en el tema me ayude con él, y eso no siempre funciona, pero también os cuento por qué.
El método consiste en que, después de 20 años de relaciones no-monógamas, una empieza a conocerse los abismos. Los abismos de cada cual son particulares, y tienen que ver con un montón de cosas: los traumas infantiles, la familia, las relaciones pasadas, el carácter, las circunstancias vitales y la experiencia.
Y los abismos varían según el momento también: no hay un mapa fijo. Cuando pasas por un buen momento vital, los abismos se hacen más llevaderos. Si estoy en un momento delicado, todo se me hace un mundo.
Para que yo pueda superar un abismo sin estrellarme contra el suelo necesito algo sencillo: un puente. Y sé qué puentes me funcionan. Si esos puentes se construyen, los paso tambaleantes a veces, agarrándome a la barandilla y medio temblorosa pero, en general, los paso.
Tampoco es infalible: si estoy en plena depre, no hay puente que valga. Pero eso es otra historia.
Cuando le explico mi abismo a la persona que está conmigo y, por extensión, a la nueva persona que está con ella, pueden pasar dos cosas:
- Que entiendan que eso es mi abismo, y que hay que cuidarlo.
- O que lo miren desde su propia perspectiva, su historia, su pasado, sus miedos y sus personalidades, y decidan que eso no es un abismo sino un charquito. Y que, por lo tanto, no es necesario darse el trabajo de hacerme un puente. Y, claro, caigo. Y a lo grande. Se me remueve el pasado familiar, se me remueve mi historial amoroso, se me remueve todo.
Y ahí, la gente me mira. Posiblemente me ven ahogándome en un vaso de agua, y viene la famosa frase: mucho hablar de poliamor, y mira.
Porque lo que no entendemos, o no nos apetece entender, es que en temas de poliamor, no es el qué, sino el cómo.
Y, dicho esto, si alguien quiere darme mi euro, os paso por privado mi número de cuenta.