Todos conocemos a un niño que claramente está “malcriado”. Consigue todo lo que quiere, hace rabietas cuando parece que no se va a salir con la suya y claramente no tiene en cuenta las emociones de los demás. También conocemos a adultos de los que podemos pensar que, sin atisbo de dudas, tuvo padres demasiado permisivos.

Esta crianza carente de disciplina y control, en la que el niño asume que sus deseos siempre están por delante de los demás, vive en una burbuja de protección parental y carece de responsabilidades, da como resultado adultos incapaces de mantener relaciones saludables. Todos ellos, según la psicología, comparten estos rasgos en común.

Son intransigentes

¿Sabes esa persona que parece incapaz de ceder por el bien de una convivencia armoniosa? Es muy probable que de pequeño sus padres le dieran todo lo que quería. Y, ojo, que no hablamos de cubrir necesidades básicas. Hablamos de no enseñar a gestionar la frustración y hacer creer al menor que todo lo que quiere, debe ser suyo.

Como explica Daniel Goleman en su libro Inteligencia emocional, los niños necesitan aprender a tolerar la frustración para desarrollar habilidades de afrontamiento. Sin estas experiencias, no aprenden a manejar el malestar de un desacuerdo o una situación incómoda, lo que, con el tiempo, conduce a desarrollar una personalidad intransigente.

Estos niños crecen sin límites claros, sin saber frustrarse, por lo que de adultos siguen pensando que sus deseos y necesidades deben ser satisfechos de inmediato. No saben aceptar un “no”, y acaban desarrollando lo que conocemos como una personalidad intransigente. Es decir, que son incapaces de adaptarse a los deseos y opiniones de los demás o de aceptar situaciones que no se ajusten a sus expectativas.

Carecen de habilidades de comunicación

Los niños “malcriados”, a menudo crece en entornos en los que sus necesidades y deseos son satisfechos sin limitaciones. Esto, inevitablemente, reduce las posibilidades del infante de enfrentarse a situaciones que exijan desarrollar sus habilidades de comunicación. Al no ser alentado a escuchar, expresar sus emociones de forma adecuada o negociar, crecen sin desarrollar destrezas claves para la comunicación efectiva.

En particular, si nos basamos en la teoría de la inteligencia emocional del ya citado Daniel Goleman, es esencial que cuando somos niños aprendamos a regularnos emocionalmente si queremos desarrollar buenas habilidades de comunicación.

Cuando un niño siempre consigue lo que quiere, no aprende a manejar desacuerdos o conflictos de forma saludable. Al no aprender a resolver conflictos, no desarrollan habilidades para expresarse con asertividad, claridad y sin agresividad. Esto da origen a adultos a los que les cuesta mucho mantener y desarrollar relaciones personales, que habitualmente tienen problemas en su entorno laboral y ven mermada su capacidad de crecimiento personal.

Se vuelven egoístas

Todo lo que hemos hablado hasta ahora -falta de límites, ausencia de conflictos, tener todo lo que desean sin esperas- lleva también a estos niños malcriados a desarrollar una personalidad egoísta y egocéntrica.

En particular, la psicóloga clínica Diana Baumrind, experta en psicología del desarrollo, afirma en sus textos que la educación permisiva genera niños que no han tenido que aprender a postergar la gratificación o a considerar a los demás. Sin estos límites claros, explica la experta, estos niños se acostumbran a recibir lo que desean, desarrollando la expectativa de que todo debe girar en torno a ellos.

En la edad adulta, esta tendencia se consolida en un perfil egoísta. Y los adultos egoístas se encuentran con no pocos problemas para tener una vida feliz. Las relaciones que mantienen son tensas y poco satisfactorias, suelen tener problemas para colaborar y trabajar en equipo, e incluso hay estudios que apuntan que el egoísmo tiene un impacto negativo sobre la salud mental.

No tienen empatía

Si un niño crece en un entorno en el que sus deseos y necesidades están por encima de todo y de todos, es normal que acaben por convertirse en personas poco empáticas. No hay ningún incentivo en su crianza que los impulse a comprender y considerar los sentimientos de los demás.

Esta falta de práctica en la empatía (la habilidad de ponerse en el lugar del otro) pasa en la edad adulta a convertirse en un obstáculo para el desarrollo emocional, que los lleva a vivir centrados en sí mismos.

Sin límites que les enseñen a ver más allá de sus propias necesidades, estos niños desarrollan también patrones de comportamiento que limitan su capacidad para entender y conectar con los demás, haciendo que sus vínculos emocionales sean insatisfactorios en la edad adulta.

Son impulsivos

La relación de la impulsividad con la crianza permisiva puede parecer más lejana. Sin embargo, expertos como Diana Baumrind defienden que se debe a la falta de práctica en retrasar la gratificación. Es decir, en la tendencia de estos padres permisivos a satisfacer siempre de forma inmediata -o de la manera más rápida posible- los deseos de sus hijos.

Una crianza que no establece límite ni exige que el niño espere para obtener lo que desea, limita su capacidad de aprender a manejar la frustración. Esta falta de experiencia, sumada a la falta de autorregulación emocional que advertía Daniel Goleman, dan como resultado una personalidad impulsiva en la adultez.

Y en la vida adulta, ser impulsivo no es especialmente beneficioso. Es habitual que la impulsividad nos lleve a tener problemas en las relaciones personales, dificultades financieras y laborales e incluso puede tener cierto impacto en la salud mental y el bienestar.

No tienen disciplina

Casi de la mano, con la impulsividad, aparece la falta de disciplina. En gran medida, explica Baumring, este carácter indisciplinado puede deberse a la falta de rutinas y límites en la crianza.

Los niños criados en entornos permisivos, explica la experta, no desarrollan la estructura mental necesaria para establecer y seguir rutinas. Al no estar acostumbrados a cumplir con reglas o expectativas, crecen sin la base necesaria para desarrollar la autodisciplina.

No saben gestionar conflictos ni discusiones

Dado que la crianza permisiva da lugar a una ausencia en las habilidades de comunicación, no es difícil imaginar por qué estos adultos no saben manejar conflictos y discusiones. Los adultos que fueron malcriados suelen gestionar muy mal este tipo de situaciones, actuando con agresividad y una evidente falta de control emocional.

Esto tiene mucha relación con el punto anterior, y es que, tal y como explica Diana Baumrind en su obra sobre la crianza permisiva, los niños criados sin la disciplina adecuada no tienen oportunidades para aprender a negociar o encontrar soluciones cuando hay discrepancias. De adultos, esta falta de práctica se convierte en una incapacidad para buscar acuerdos o llegar a compromisos.