Las relaciones familiares son, con mucha frecuencia, el principal motivo de consulta de quienes acuden a terapia. Es posible que haya quien objete que no todo tiene su origen en la familia. Sin embargo, la realidad es que, con mucha frecuencia, todo empieza en casa.
Las relaciones son uno de los factores que más influyen en la salud mental, y pueden tanto enfermarnos como sanarnos.
Afectan al bienestar mental y emocional, ya sea para bien o para mal, y por ello hace mucho que los psicólogos respaldan la idea de que las relaciones sanas pueden prolongar la esperanza de vida, mientras que las disfuncionales pueden contribuir a la aparición de problemas de salud, como las enfermedades cardiovasculares, la depresión, la ansiedad y las adicciones.
Por lo tanto, es imperativo que nos tomemos en serio la buena salud de nuestras relaciones y que, siempre que sea posible, reforcemos los vínculos.
cuando la familia es una carga en lugar de una base sólida
Ante una persona que expresa malestar emocional, una de las preguntas que acostumbramos a hacer los terapeutas en la consulta es: «¿Quién fue la primera persona que te hizo sentir así?» Normalmente, la respuesta indica que esa experiencia inicial ocurrió en el entorno familiar. La forma de relacionarnos con el mundo acostumbra a ser un reflejo de la forma de relacionarnos con nuestra familia.
Cada familia tiene una historia. Para algunos de nosotros la familia representa una base sólida que alimenta nuestra autoconfianza y nos ayuda a superar los retos de la vida. Para otros, en cambio, es una carga para toda la vida. En mi nuevo libro Sin dramas. Una guía para entender y gestionar las relaciones familiares difíciles (Ed. Diana) abordo de forma práctica y concreta todo tipo de heridas y patrones familiares.
Las relaciones familiares son el tipo de relación disfuncional más frecuente. Y si te preguntas por qué, me atrevería a decir que es porque la familia es el espacio en el que pasamos nuestros años formativos, además de una cantidad considerable de tiempo (si no físicamente, al menos sí mentalmente).
Estas son algunas de las cosas que puedes hacer para mejorar tu relación con tu pasado familiar y, cuando sea posible, mejorar los diferentes vínculos para disfrutar de unas relaciones más armónicas con tus familiares:
1. Reaprende a ser tú mismo
Las personas con las que convivimos en nuestra infancia son nuestros principales maestros durante muchos años. Sin embargo, ¿qué sucede cuando queremos vivir en este mundo con opiniones, tradiciones o estilos de vida que se alejan de los que imperan en la familia? Esto puede ser causa de tensión y resentimiento.
Lo cierto es que, muy probablemente, en tu infancia no te dejaron ser tú mismo, por lo que de adulto eres cada vez más fiel a tu verdadero yo. Es muy saludable que averigües quién eres y te distancies de lo que te impusieron o de quién te dijeron que debías ser. Así que, si durante el proceso aparecen fricciones, no te preocupes.
2. Acepta que tu infancia te influye
Hay quien afirma que su infancia no ha influido en lo más mínimo en quien es hoy, pero eso no es cierto. Es imposible quedarse con todas las conductas positivas aprendidas y hacer como si no existieran las que preferiríamos no tener. Llevaremos a cuestas estas conductas hasta que decidamos cambiarlas conscientemente.
Las tendencias familiares nos engatusan para que aceptemos ciertas normas sin ser conscientes de ello.
3. No normalices lo que es disfuncional
Una familia disfuncional es una familia en la que el maltrato, el caos y la desatención son la norma aceptada. En las familias disfuncionales, las conductas perjudiciales se pasan por alto, se esconden bajo la alfombra o no se atienden.
Identificar la disfunción puede ser complicado a menos que se tenga acceso a un entorno distinto y saludable. Y aun en este caso puede ser difícil alejarse de los patrones disfuncionales.
Si creciste en una familia disfuncional, es probable que lo siguiente te pareciera normal:
- Perdonar y olvidar, sin cambios de conducta. Seguir como si no hubiera pasado nada.
- Ocultar los problemas ante los demás.
- Negar la existencia de un problema.
- Guardar secretos que habría que compartir.
- Fingir que todo va bien.
- No expresar tus emociones.
- Estar junto a personas que te hacen daño.
- Usar la agresividad para conseguir lo que quieres.
4. Decide si una relación merece la pena
Lo cierto es que, aunque se suele decir que somos producto de nuestro entorno, también podemos ser fruto de la exposición a relaciones sanas fuera de casa.
Creer que la familia biológica lo es todo nos deja atrapados en relaciones poco sanas, porque nos lleva a creer que tenemos que tolerarlo todo.
A veces, cuando alguien dice «tengo poca familia», lo que quiere decir es: «En mi familia hay una pequeña cantidad de personas con las que decido relacionarme. Hay familiares con los que hablo con frecuencia y otros con los que no hablo tanto. Estas diferencias son principalmente fruto de mis decisiones, porque decido de forma intencional en quién quiero invertir mi energía».
Hay relaciones que nos ofrecen casi todo lo que necesitamos, mientras que otras quizá nos ofrecen la mitad. Y también las hay que nos ofrecen muy poco, o nada, de lo que necesitamos a cambio de la energía que invertimos en ellas.
Esto no significa que las relaciones sanas deban estar al 50 por ciento, porque cada uno aporta en distintas áreas. Solo tú puedes decidir si una relación merece la pena o no.
5. Acepta lo que no puedes cambiar
No podemos cambiar a los demás, así que no esperemos que cambien: ni la pareja, los hijos, el jefe o los amigos. No podemos esperar que el cambio se produzca en ellos para que la relación deje de ser disfuncional.
Llegar a la aceptación no es fácil, pero sí que nos permite vivir más en paz. Cuando la solución al problema es que «son ellos los que tienen que cambiar», este no se soluciona nunca. Solo tenemos la autoridad para hacer lo que nos corresponde a nosotros si queremos coexistir con personas que no quieren o no pueden cambiar.
Si no queremos cortar la relación, hemos de adquirir herramientas que nos permitan aceptar la situación tal y como es.
Lo único que podemos cambiar es cómo reaccionamos ante los demás, definir nuestros límites, cambiar nuestras creencias acerca de las capacidades del otro y nuestras expectativas. Se trata de vivir o sobrevivir.
6. pregúntate qué quieres para ti
Podemos romper el ciclo de forma consciente, dejar el papel de víctima para tomar las riendas de la situación y de nuestra vida. La pregunta más importante es: «¿Qué quieres para ti?».
Recuerda que es posible que eso que quieres para ti no exista en estos momentos en tu familia. Comienza por reconocer aquello que quieres cambiar, tus carencias, sin culparte, y empieza a aplicar pequeños cambios en lo que dices, lo que piensas y lo que haces.
Normalmente las personas que acuden a terapia están en la etapa de precontemplación. Notan los efectos de los problemas persistentes en su vida, pero no identifican las causas. Muchas veces las personas sufren ansiedad, depresión u otros problemas sin entender qué subyace bajo los síntomas clínicos.
Elegirnos a nosotros mismos es la única manera de tener la vida que queremos. Llegados a cierto punto, seguir igual equivale a elegir la disfunción.
7. Trabaja para convertirte en tu mejor versión
Si carecemos de apoyo familiar, podemos darnos el sustento que desearíamos recibir de los demás.
- Conocerse mejor: Cuanto más conscientes somos de nuestras necesidades y deseos, de lo que nos gusta y disgusta, podremos comunicar mejor nuestras necesidades y preferencias. Llevar un diario, un cuaderno de trabajo o hacer terapia te ayudan a conocerte.
- Evitar el abandonarse: Cuídate de un modo impecable. Automotívate. Regálate un baño. No te saltes las visitas médicas. No podemos evitar impedir que otros nos abandonen, pero sí podemos dejar de abandonarnos a nosotros mismos.
- Confiar en uno mismo: La clave para confiar en nosotros reside en tratarnos con comprensión cuando las cosas no salgan como estaba previsto. No siempre tomaremos las mejores decisiones, pero cuantas más tomemos, mejor se nos dará y más confiaremos.
- Enfócate en las necesidades: Cuando funcionamos desde el déficit, tenemos mucho menos que dar. Cuando cuidamos de otros y estamos acostumbrados a funcionar en crisis, cuesta desaprender que nuestras necesidades no son importantes.
- Crear una comunidad: La familia no es más que una parte de la comunidad, y podemos estar en comunidad con muchas otras personas que nos ofrezcan lo que necesitamos. Se trata de saber discernir entre las personas que son dignas de confianza y las que no lo son.
- Mantén viva la conexión: Para forjar relaciones sanas se necesita tiempo y constancia. Si mantienes el contacto con regularidad a lo largo del tiempo, podrás construir relaciones sanas. Da el primer paso, con la esperanza de que la otra persona te siga. Si no, sigue sin dramas.