La Odisea nos muestra un camino espiritual para hallar nuestra alma, nuestra capacidad de amar y reencontrarnos con nosotros mismos.
Si aprendemos a trascender nuestro ego, podremos salvar los escollos y llegar en paz a nuestro destino.
¿Qué podemos aprender de La Odisea?
Homero cuenta en la Odisea una de las epopeyas más bellas de la cultura occidental: el largo viaje de regreso de Ulises, el héroe de Troya, a su tierra natal, donde espera pacientemente su regreso la fiel Penélope.
Ulises tardará diez años en conseguirlo y, para ello, sorteará peligros que le harán perder a cada uno de sus compañeros. Esa es la historia literal. Pero hay otra.
Como Ulises, todos deseamos retornar al hogar, al centro de nosotros mismos. Pero, ¿qué ocurrió realmente con él?, ¿cuál fue la lección que aprendió y por la cual lo consideramos una inspiración?
La guerra de Troya había finalizado y Ulises deseaba retornar a casa. Homero lo lleva de aventura en aventura en el trayecto hacia Ítaca.
Sin embargo, en el fondo, el regreso al hogar no es solo un viaje físico sino que se configura como el símbolo de la vuelta de Ulises a sí mismo, a su hogar interior.
El héroe necesita demostrar que es capaz de superar su hybris (palabra griega que significa “ira, estado alterado de las emociones y del espíritu”) y recuperar el equilibrio y su más profunda interioridad.
Ulises en busca de su propia esencia
Es un viaje que podemos hacer con Ulises, de manera que cada uno encuentre qué aspectos lo alejan de su propia esencia y decida qué peligros es menester sortear para volver a ella.
Puede ser el rencor, el resentimiento o la ansiedad,o la costumbre de mentir, la falta de voluntad, el miedo… La lista es interminable.
Sin embargo, el nudo es siempre el mismo: la mayor parte del tiempo vivimos “hacia fuera”, exacerbados, lejos de nuestra identidad, corriendo, demandando, protestando. Mientras tanto, nuestra Penélope interior teje, con infinita paciencia, y nos espera. Penélope puede ser nuestra pareja, pero ante todo es nuestra más íntima esencia.
La pareja es el espejo que refleja lo que somos.
Y solo cuando hayamos danzado con nuestra Penélope interior, danzaremos también, sin batallar, con ella.