En nuestra sociedad, desde tiempos inmemoriales, se toma por norma la idea de que los hermanos mayores tienen la obligación de cuidar de los pequeños. Los familiares, los vecinos y cualquier persona que se encuentre por la calle a una mamá embarazada con un niño de la mano, se dirigirá al pequeño para espetarle frases como “ahora que eres el mayor, debes cuidar a tu hermanito...”. Todas las personas de su alrededor, aunque estas criaturas no sean mucho más mayores que sus hermanos (algunos se diferencian poco más de un año), le asignarán la tarea de cuidar de su hermano pequeño.
La carga de “tienes que cuidar a tus hermanos”
Esta idea de que el hermano mayor debe cuidar a los pequeños se ha generalizado tanto que mucha gente ni siquiera piensa en la repercusión de lo que le está pidiendo a niños que aún son muy pequeños o, incluso, todavía bebés. Simplemente, es la costumbre, son palabras que se les dice, desde siempre, a los hermanos mayores.
Si te encuentras en una situación análoga y no sabes qué comentar con un niño que acaba de tener un hermanito, la mejor opción es no decir nada. No olvidemos que el efecto de estos comentarios, puesto que le otorgan una responsabilidad para la que aún, por edad y madurez, no está preparado, pueden llegar a pesar de por vida sobre los hombros del hermano mayor.
Llegados a este punto, me gustaría aclarar, que en este artículo no me estoy refiriendo a familias en las que el hermano mayor tiene varios años de diferencia (6, 7 o más) con respecto al pequeño. En esas circunstancias, resulta natural que surja, de forma espontánea, el cuidado del menor por parte del mayor.
Con estas edades, los niños ya piden por sí mismos tareas y responsabilidades en la familia, aunque, eso sí, en estos casos, los padres han de mostrarse receptivos y atentos para no sobrecargar a los hermanos mayores con obligaciones que no les correspondan.
Con respecto a este artículo, los ejemplos concretos de los que estoy escribiendo, son aquellos en los que la diferencia de edad entre los hermanos es muy corta y la familia impone al mayor la tarea de cuidar a los pequeños. En estas circunstancias, esta carga, sí que conlleva consecuencias negativas para el futuro de los mayores.
En este segundo tipo de familias, el mayor, al sentirse responsable de la vida de sus hermanos, acaba anteponiendo la seguridad y las necesidades de estos a las suyas propias. De esta forma, desde muy pequeño, se acostumbra a vivir en un permanente estado de alerta, vigilando que nada malo les suceda a los otros y anticipándose a los posibles peligros que puedan surgir. Estas circunstancias, tan ajenas a sus necesidades reales, le fuerzan a madurar antes de tiempo y a actuar de forma más responsable de lo que le correspondería por edad y nivel madurativo.
Estos patrones de comportamiento (inconscientes) que elabora el niño, además, se ven reforzados por la actitud de sus mayores de halagar continuamente estas muestras de madurez (que ellos interpretan como un signo positivo de la personalidad del niño). Ante estos elogios, que el niño necesitado de atención traduce como una forma de cuidados por parte de sus mayores, el pequeño, se siente valorado y amado, por lo que aún le añade más énfasis a su rol de responsable/cuidador. De esta forma, poco a poco, a medida que el niño crece, va encerrándose en un círculo vicioso de difícil solución.
Aunque la criatura asuma, de buen grado su rol, el niño siempre vive sometido a una doble tensión. Por un lado, se preocupa de que a sus hermanos no les suceda nada, por otro, siente un temor continuo a la reacción de sus mayores si comete cualquier error en su tarea.
Las consecuencias de bajar la atención pueden ser terribles para sus hermanos, pero también para él. El niño teme que a los más pequeños, les suceda cualquier cosa por su falta de atención, pero también teme que si falla al cuidarlos, le castiguen, le golpeen y lo que aún sería más dramático para él, dejen de halagar su madurez, pierdan la confianza en sus cualidades y, por último, dejen de amarle.
A pesar de todo lo anteriormente expuesto, en su fuero más interno, el niño sabe que la situación que vive es injusta. El pequeño intuye que deberían ser sus padres y demás familiares adultos los que cuidasen a sus hermanos y que no le tendrían que haber cargado a él con una responsabilidad tan abrumadora.
Aunque no pueda protestar ni cambiar la situación, una parte de sí mismo, escondida y acallada en su inconsciente, sabe que su situación no es justa y está enfadada. A esta parte podremos apelar en la terapia, si acude de adulto a buscar ayuda, para poner encima de la mesa la realidad de lo vivido y poder liberarse de ese rol atenazante.
Como ya comenté más arriba, un efecto secundario para este tipo de niños cuidadores es que por estar atentos a las necesidades de los demás, dejan de lado las suyas propias. Estamos ante la presencia de niños demasiado maduros que no viven una infancia normal. No juegan, ni disfrutan del tiempo como sus demás compañeros de su misma edad porque siempre tienen que estar cuidando de sus hermanos.
El caso de Marina
Por desgracia, muchas son las personas que acuden a mi consulta con vivencias similares a las que estoy describiendo. Una escena paradigmática que condensa a la perfección la alerta y la ansiedad que puede vivir una niña al cuidado de su hermano fue la que me relató Marina en una de sus sesiones.
Con angustia, recordaba un día de playa en el que tuvo que vigilar durante horas a su hermano pequeño para que no se ahogara (ella tenía 5 años y su hermano 3). El mar no estaba especialmente agitado, pero a Marina, una niña, recordemos, de tan solo cinco años, le parecía lo suficientemente fuerte y aterrador como para no poder dejar ni un minuto de estar pendiente de su hermano.
Como podéis imaginar, ante esta situación, la pequeña Marina no tuvo tiempo para jugar con sus amigas, remover la arena, bañarse o correr libremente, como debería haber hecho. Marina no vivió este día con alegría, sino como una auténtica pesadilla. Para colmo, todo el tiempo que estuvieron en la playa, su madre estuvo entretenida charlando con sus amigas y apenas prestó atención a Marina o a su hermano. Delegar el cuidado del pequeño a su hija era su tónica habitual.
Como adulta, Marina era una mujer madura, sensata, muy responsable en su trabajo y extremadamente perfeccionista. Carecía de problemas económicos y, aparentemente, poseía todas las condiciones en su vida para estar tranquila, pero, sin embargo, no era feliz.
La joven pensaba que no tenía motivos para angustiarse, pero no era capaz de relajarse y descansar. Su patrón aprendido en la infancia era que si se relajaba o se despistaba, su hermano podía accidentarse y morir. Incluso, seguía cuidando de él en el presente y se había hecho cargo de una fuerte deuda de juego que su hermano había contraído.
Cambiar este tipo de patrones, tan integrados en la personalidad, resulta muy costoso puesto que quedaron grabados junto a una potentísima carga emocional. En el caso de Marina, ella era la responsable de la vida de su hermano. Aún así, comprender lo injusto de aquella situación y poder expresar la injusticia y la rabia que sentía al ver a su madre charlando con sus amigas mientras ella cuidaba de que su hermano no se ahogara, fue el inicio del camino hacia su sanación y hacia su liberación.