¿Consideras que hay muchos problemas en tu vida? Si nos paramos a pensar en lo que significa esta palabra, al menos desde el punto de vista de la psicología, un problema es una situación o experiencia que genera dificultades a una persona, impidiéndole alcanzar sus metas o resolver sus necesidades. Según esta definición, un problema podría ser haber suspendido el examen más importante de tu vida, o no tener café por la mañana.
Todo aquello que nos aleja de lo que queremos y necesitamos, lo consideramos un problema. Y es muy sencillo acabar en una espiral mental que nos hace creer que estos problemas son tan grandes, son tantos, que es imposible solucionarlos. Llegan entonces la ansiedad, el miedo, la frustración y otras tantas emociones incómodas y difíciles de sostener. Para lidiar con todas ellas, el neuropsicólogo Álvaro Bilbao nos recuerda algo muy importante: “somos más grandes que nuestros problemas”.
Más grandes que nuestros problemas
Seguro que recuerdas algún momento de tu vida en el que el más mínimo problema desató una enorme sensación de malestar. Pudo ser el café que faltaba por la mañana, un coche que no respeta una señal de tráfico, el papel ausente en la impresora. Cualquier mínimo detalle hizo que estallaras y sintieras que no podías controlar todo lo que estabas sintiendo.
Por el contrario, es posible que en otro momento de tu vida te enfrentaras a un gran problema. El fallecimiento de un familiar, una crisis económica, un problema de salud. Y a diferencia del primer caso, la mente fría imperó y pudiste resolver todo lo necesario para salir adelante. Esto último es lo que conocemos como resiliencia.
Pero ¿de qué depende, entonces, que seamos capaces de lidiar con nuestros problemas? La clave, como explica Álvaro Bilbao, está en comprender que siempre somos “más grandes que nuestros problemas”.
“A veces los problemas se hacen enormes”, explica el experto, “sentimos que no vamos a ser capaces de superarlos. Pero cuando nos ponemos con ello, cuando buscamos la ayuda adecuada, nos damos cuenta de que sí que somos capaces de superar muchos de esos problemas”.
La diferencia entre dejarnos hundir por nimiedades y sobrevivir a las grandes catástrofes de la vida humana se encuentra en la resiliencia. La capacidad de pasar por dificultades y salir fortalecidos.
Una solución al alcance de muchos
Si hablamos de resiliencia, para el experto Álvaro Bilbao, una cosa está clara: “las personas más resilientes son aquellas que cuando están pasando por un mal momento, cuando están pasando una situación difícil, son capaces de llamar a un buen amigo”.
Este simple acto, el de contar lo que ocurre y permitir que los demás nos eche una mano, explica Bilbao es el auténtico secreto que diferencia a los que se hunden de lo que salen fortalecidos.
Y no es necesario esperar a encontrarnos en grandes apuros para pedir ayuda. Si no hay café, y no tienes tiempo de ir a comprarlo, pide a tu pareja (o conviviente) que lo haga. O haz una compra a domicilio. Si la impresora no tiene papel, pídelo. Y si te sientes angustiada o perdida tras un problema de gran envergadura (fallecimiento de un familiar, una enfermedad, una crisis económica) no dudes en contárselo a tus amigos y familiares. El dolor, compartido, pesa menos.
Así lo expresa Bilbao, que nos recuerda que “en todos los momentos de vuestra vida, en todas las situaciones angustiosas, vais a tener la oportunidad de alzar los brazos y pedir ayuda, de contar lo que os pasa, de preguntar a alguien si os puede echar una mano”.
Para el neuropsicólogo, que seamos capaces de pedir ayuda a los demás y aceptarla, es lo que nos va a permitir superar muchas situaciones difíciles y angustiosas. “No os quedéis nunca con un problema”, concluye, “porque esa pequeña conversación puede ser la diferencia entre quedaros con la angustia y la preocupación, o sentir que tenéis un salvavidas que os permite tomar aire y seguir adelante”.
Dolor compartido
Además de hacernos más resilientes, compartir lo que sentimos puede aliviar considerablemente el dolor emocional. Así lo asegura un trabajo realizado por el psicólogo y pionero en investigación James W. Pennebaker, cuyas investigaciones revelaron que incluso escribir lo que sentimos puede tener un efecto positivo en la reducción de la ansiedad, el estrés y la depresión.
Si estas palabras, además, las compartimos con otras, revela el estudio de Pennebaker, ya sea verbalmente o por escrito, se crea una sensación de apoyo y comprensión social que es fundamental para reducir el sufrimiento y aumentar la resiliencia. El hecho de verbalizar las emociones también ayuda a estructurar y darle sentido a los pensamientos, lo que facilita su manejo y resolución de problemas.
Así que esto de compartir lo que te está pasando con otros, no es asunto menor. El simple hecho de hablar con un amigo puede calmarte emocionalmente y ofrecerte nuevas perspectivas, más aún si te abres a la posibilidad de recibir ayuda. Unidos somos siempre más fuertes.
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