Vivimos en tiempos de contradicciones. Por un lado, la cultura del fluir nos invita a sumergirnos en el ahora con toda su intensidad, promoviendo la espontaneidad como virtud suprema. Al mismo tiempo, recordamos una época en la que todo estaba programado desde nuestro nacimiento: qué debíamos hacer en todo momento, cómo debíamos vivir.

Claramente, necesitamos escuchar nuestros deseos auténticos y no solo vivir una vida diseñada por otros, pero, ¿cómo integrar el disfrute del presente con la construcción de aquello que requiere tiempo y compromiso?

Cuando fluir se convierte en una ideología

En su libro Fluir, el psicólogo húngaro Mihaly Csikszentmihalyi nos propone que el propósito «no es avanzar sino un continuo fluir; avanzas para lograr que el flujo siga fluyendo. No hay ninguna razón para escalar, exceptuando la propia escalada». Esta perspectiva, si bien promueve la inmersión total en el instante presente, ha sido cuestionada por su potencial para fomentar el inmediatismo o el individualismo, alentando una adaptación a las estructuras sociales sin cuestionarlas, lo que podría servir a intereses productivistas.

Una alumna expresa su frustración: «Estoy harta de que todo tenga que fluir. ¡Qué estrés me genera organizar cuando permitimos que todo cambie en el último momento si cambia el sentir!». Esta reflexión refleja una tendencia creciente en nuestra sociedad: la ideología del fluir, ensalzada en entornos de desarrollo personal y espiritualidad por su potencial de escucha propia, pero que puede restar importancia a la construcción de relaciones profundas y a la realización de proyectos a largo plazo.

Los riesgos de fluir sin estructura

Parece como si los humanos no tuviéramos medida, tenemos tendencia a irnos a los extremos. Antes, todo estaba programado y ahora parece que todo debe fluir.

Esta propuesta del fluir y de la presencia como absolutos tiene su encanto, pero también sus sombras. Ahora parece que nos pasemos el día queriendo sentir y fluir, pero ¿cómo comprometernos para mañana si no sabemos qué sentiremos? La falta de un orden interno, de una estructura de vida, nutre la incoherencia, la neurosis, la desconfianza en nuestras propias decisiones.

Vivir al día, fluir sin estructura, nos convierte en esclavos de emociones volátiles, minando la libertad que tanto anhelamos. Este enfoque de vivir en el fluir, privilegiando el sentir, nos libera de las restricciones de una vida predefinida, impulsándonos a escuchar nuestra voz interior y distinguir entre deseos genuinos y acciones por obligación. Este tránsito del seguimiento estricto de normas hacia una expresión más auténtica de nuestro ser nos brinda libertad, pero también nos reta a evitar caer en el individualismo.

La unión entre fluir y programar

Nos encontramos ante el desafío de armonizar nuestros impulsos internos con la capacidad de planificar y comprometernos, buscando unir lo aparentemente opuesto. La respuesta puede estar en la integración, que permite un equilibrio entre lo individual y lo colectivo, disfrutando del presente mientras construimos el futuro.

Este enfoque valora la diversidad de la experiencia humana y ve la polaridad como esencial, similar al ritmo de la respiración o el latido del corazón. El propósito no es permanecer en los extremos, a veces durante años en uno y luego otros tantos en el otro, sino encontrar un equilibrio dinámico que enriquezca nuestra vivencia, combinando la escucha y el sentir con el pensar y el considerar las diversas perspectivas. La clave parece estar, por tanto, en esta integración de polaridades. Sin embargo, hay una complejidad añadida que tiene que ver con la necesidad de restaurar nuestro estado orgánico y natural. Profundicemos en esto.

Escuchar nuestro cuerpo y sus sensaciones

Entre las aportaciones del investigador Wilhelm Reich, precursor de las terapias psicocorporales, destaca el concepto de «acorazamiento», que describe el estado común que surge en los seres humanos al adaptarse a un sistema desconectado de nuestra naturaleza.

Esta coraza supone una tensión crónica del organismo que produce distorsiones en nuestra percepción y conducta, al tiempo que nos aleja de la plenitud y autenticidad. Esto genera una cultura de desconfianza hacia la sabiduría inherente del cuerpo y sus sensaciones, en favor de respuestas impulsadas por la racionalidad y el análisis de consecuencias, frenando toda espontaneidad. Desde la perspectiva de la bioenergética integrativa y siguiendo a Reich, reconocemos la necesidad de cultivar un organismo capaz de oscilar entre la tensión (o carga energética) y la relajación profunda. Este orden dinámico promueve un estado de mayor funcionalidad y una percepción clara que podemos considerar como nuestro estado «funcional» u «orgánico».

Fluir en estado alfa, con la mente abierta

En este estado orgánico se va recuperando la sensibilidad del organismo y la comprensión de que esta respuesta del cuerpo es una sabiduría propia que nos guía constantemente hacia lo que es adecuado para nosotros y, eventualmente, para los demás y el mundo. Es importante recordar que este proceso de reconexión con nuestras sensaciones es un viaje que estamos comenzando, tras siglos dominados por la racionalidad y la supresión del sentir. Se requiere, entonces, prudencia y paciencia. Csikszentmihalyi también había relacionado el fluir con un estado alfa del cuerpo, identificado por las neurociencias como un estado de conciencia donde prevalece la relajación y el enfoque.

Coincidimos, por tanto, en la importancia de asociar el fluir con un estado adecuado del organismo. De lo contrario, podemos experimentar percepciones alteradas o confusas, especialmente bajo ansiedad o estrés crónico. En ocasiones, es aconsejable permitir que una emoción intensa se atenúe para lograr una percepción más clara y evitar reacciones impulsivas o evasivas.

En resumen, escuchar nuestro estado actual y atender a nuestras sensaciones corporales y a las consecuencias de nuestros actos nos ayuda a enriquecer nuestra vida.

Reflexionar sobre cómo equilibrar el fluir con el compromiso abre nuevas posibilidades, mientras no perdemos de vista la importancia de mantener un organismo perceptivo y claro. Este proceso nos invita a abrazar la complejidad de nuestra existencia, promoviendo una introspección que evalúa nuestras necesidades y cómo interactuamos con el entorno.

Aquí os dejo algunas claves prácticas para conseguirlo:

  • Pon una música que te conecte a todo trapo. Baila como si fuera lo último que hicieras en la vida. Cuando no puedas más, cambia a una música relajante y túmbate a respirar profundamente y a sentir, solo sentir las sensaciones corporales. Mejor si es en la hierba húmeda bajo un cielo estrellado, aunque también puedes hacerlo en casa.
  • Dedicar momentos a lo largo del día para simplemente respirar profundamente, con calma, larga y pausadamente es una forma de conectar con tus sensaciones corporales. Este es un acto simple pero poderoso que puede ser una puerta hacia una percepción más clara y un estado de relajación más profundo.
  • A la hora de elegir entre dos caminos que se abren ante nosotros, evocamos la sugerencia del maestro de Castaneda, Don Juan Matus: «Elige el camino que tiene corazón». Pero ¿qué significa un camino con corazón? Comprendemos esto como la integración de nuestras posibilidades de escucha, que siempre se pueden ir ampliando.
  • Podemos sentir nuestro cuerpo, nuestras sensaciones y emociones; escucharnos a nosotros mismos y también a los demás. La escucha puede ser interna o externa. Ante las discrepancias, podemos dialogar entre ambas, llegar a acuerdos, alternar entre ambos deseos o necesidades. Así, construimos en coherencia.