No me puedo quejar. Como escritor, tengo mucha obra publicada, sobre todo en ese género que me apasiona y es, y será, mi gran amor: la literatura infantil.
No he contado cuántos libros llevo escritos, porque Francesc Miralles me dio el sabio consejo de que un escritor no cuenta sus novelas, lo único que debe contar es la que aún está por escribir. Y ese ha sido, precisamente, uno de mis problemas estas semanas. La historia que aún está por hacer.
Cómo liberar el potencial creador
¿Después de tantos libros aún tengo dificultades para empezar? Sí. Aún peor, porque desde mi empresa, Fantástica Storytelling School, enseño, entre otras cosas, eso… a ponerse a escribir. Comparto mis conocimientos acerca de cómo funcionan las historias que funcionan y ¡hasta regalo un libro de ejercicios! Puede parecer una contradicción, pero no lo es. En el fondo, enseñamos aquello que necesitamos no olvidar. Al explicarlo te lo explicas a ti mismo.
¿Dónde estaba mi error? ¿Qué no estaba viendo? ¿Por qué no conseguía empezar mi nuevo cuento infantil? La respuesta la encontré en una mujer extraordinaria autora de dos libros que me han ayudado mucho: El Camino del artista y El camino de la escritura. Ella es Julia Cameron y, como ella misma dice, se dedica a crear herramientas para que seamos capaces de liberar nuestro potencial creador.
Atreverse a hacer las cosas mal
No hablaré hoy de las páginas matutinas, pero este ejercicio diario de escritura automática es una fuente inagotable de auto-sabiduría y lo recomiendo a todas aquellas personas que tengan la inquietud de encontrar esas respuestas que están en nuestro interior, a veces enterradas por capas de creencias limitantes o de rutinas perniciosas. No, no quiero extenderme en esto, sino en su frase capaz de hackear toda resistencia creadora: Atrévete a ser malo.
Cameron, obviamente, no habla de ser malos en un sentido moral. Ella habla de hacerlo mal. De que nos demos el permiso de hacer una mala obra, un mal poema, un mal dibujo. Es más, asegura que es muy complicado empezar a hacer nada si nuestra primera intención es, por ejemplo, hacer la mejor escultura de la historia de la humanidad. ¡Así no hay quien empiece! Tan grande es la expectativa que no hay quien se mueva. Te aplasta.
Ponerse el listón bajo
Julia Cameron va un poco más allá y nos da una segunda clave. Ahora que nos hemos atrevido a hacerlo mal, pero a hacerlo, nos invita a ponernos el listón bajo, muy bajo. ¿Qué significa esto? Fácil. Imagínate la escena. Quieres empezar a escribir. Y te propones, en ese momento de euforia y confianza, que vas a escribir dos horas al día, cada día. Spoiler: No lo harás. Dos horas al día las escribe Stephen King. Tú no lo conseguirás. Yo no lo conseguiré. Nos hemos puesto el listón tan alto que terminaremos decepcionados, frustrados y, lo que es peor, sin escribir ni un minuto al día.
¿Solución? Ponernos el objetivo bajo. Casi ridículo. Diez minutos al día. ¡Cinco, si me apuras! Eso es otra cosa. ¿Quién no se ve capaz de arrancar ese tiempo de su día? De interrumpir su actividad y decir: «venga, por un ratito no pasa nada, voy a hacerlo». Eso es precisamente lo que nos propone Cameron. ¡Y funciona! Es más, cuando bajas el listón, lo que ocurre es que, como por arte de magia, acabas escribiendo más de cinco, diez y veinte minutos al día. Y vas acumulando horas de vuelo. Y vas danzando con tu yo creador.
Un efecto paradójico
Esa es una dinámica ganadora y, en contra de lo que sucede cuando el listón está por las nubes, aquí te sientes pleno, realizado y conectado. Así que… todo empieza antes de empezar. El secreto está en la manera en la que te preparas para establecer esa conexión. Y estas dos herramientas, Hacerlo mal y Poner el listón bajo, a mí me funcionan. Por este orden.
Y es lo que hice. Primero, no pensar en que quería escribir el mejor cuento de todos los cuentos, bastará con que consiga expresarme y poner todo lo que tengo, ni más ni menos. Y luego, saber que mi día a día, por mejores intenciones que tenga, no aguanta un compromiso con el listón por las nubes.
Otra cosa será cuando consiga la dinámica y me sumerja en la historia. Porque entonces, atrapado por la fantasía, empezaré a encontrar tiempo de donde no lo hay. Lo robaré al sueño, si hace falta. Se lo quietaré al descanso o a la hora de comer.
Eso sucede, porque yo sé, aunque lo olvido, que cuando estoy escribiendo yo soy el primer lector. Entonces querré saber cómo sigue, como avanza la historia. Eso, ya puedes imaginarte, me dará la fuerza para, como escritor, también seguir avanzando. Y así es como se produce la magia de hacerlo mal, de ponerse muy bajo el listón.