La madre - Gioconda Belli
La madre
se ha cambiado de ropa.
La falda se ha convertido en pantalón,
los zapatos en botas,
la cartera en mochila.
No canta ya canciones de cuna,
canta canciones de protesta.
Va despeinada y llorando
un amor que la envuelve y sobrecoge.
No quiere ya solo a sus hijos,
ni se da solo a sus hijos.
Lleva prendidas en los pechos
miles de bocas hambrientas.
Es madre de niños rotos
de muchachitos que juegan trompo en aceras polvosas
Se ha parido ella misma
sintiéndose –a ratos–
incapaz de soportar tanto amor sobre los hombros,
pensando en el fruto de su carne
–lejano y solo–
llamándola en la noche sin respuesta,
mientras ella responde a otros gritos,
a muchos gritos,
pero siempre pensando en el grito solo de su carne
que es un grito más en ese griterío de pueblo que
la llama
y le arranca hasta sus propios hijos
de los brazos.
Madre, llévame a la cama - Miguel de Unamuno
Madre, llévame a la cama,
madre, llévame a la cama,
que no me tengo de pie.
Ven, hijo, Dios te bendiga
y no te dejes caer.
No te vayas de mi lado,
cántame el cantar aquél.
Me lo cantaba mi madre;
de mocita lo olvidé,
cuando te apreté a mis pechos
contigo lo recordé.
¿Qué dice el cantar, mi madre,
qué dice el cantar aquél?
No dice, hijo mío, reza,
reza palabras de miel;
reza palabras de ensueño
que nada dicen sin él.
¿Estás aquí, madre mía?
porque no te logro ver...
Estoy aquí, con tu sueño;
duerme, hijo mío, con fe.
Versos de la madre - Gloria Fuertes
Cierra los ojitos,
mi niño de nieve.
Si tú no los cierras,
el sueño no viene.
Arriba, en las nubes,
las estrellas duermen;
y abajo, en el mar,
ya sueñan los peces.
Mi niño travieso,
mi niño no duerme.
Pájaros dormidos,
el viento los mece.
Con sueño, tu sueño
sobre ti se extiende.
Ángel de su guarda,
dime lo que tiene.
Que venga la luna
que a la estrella mece:
que este niño tuyo
lucero parece.
La madre ahora - Mario Benedetti
Doce años atrás
cuanto tuve que irme
dejé a mi madre junto a la ventana
mirando la avenida
ahora la recobro
solo con un bastón de diferencia
en doce años transcurrieron
ante su ventanal algunas cosas
desfiles y redadas
fugas estudiantiles
muchedumbres
puños rabiosos
y gases de lágrimas
provocaciones
tiros lejos
festejos oficiales
banderas clandestinas
vivas recuperados
después de doce años
mi madre sigue en su ventana
mirando la avenida
o acaso no la mira
solo repasa sus adentros
no sé si de reojo o de hito en hito
sin pestañear siquiera
páginas sepias de obsesiones
con un padrastro que le hacía
enderezar clavos y clavos
o con mi abuela la francesa
que destilaba sortilegios
o con su hermano el insociable
que nunca quiso trabajar
tanto rodeos me imagino
cuando fue jefa en una tienda
cuando hizo ropa para niños
y unos conejos de colores
que todo el mundo le elogiaba
mi hermano enfermo o yo con tifu
mi padre bueno y derrotado
por tres o cuatro embustes
pero sonriente y luminoso
cuando la fuente era de ñoquis
ella repasa sus adentros
ochenta y siete años de grises
sigue pensando distraída
y algún acento de ternura
se le ha escapado como un hilo
que se le ha escapado como un hilo
que no se encuentra con su aguja
cómo quisiera comprenderla
cuando la veo igual que antes
desperdiciando la avenida
pero a esta altura qué otra cosa
puedo hacer yo que divertirla
con cuentos ciertos o inventados
comprarle una nueva tele
o alcanzarle su bastón.
Genealogía - Erika Martínez
El día que me atropellaron
mi madre, en la consulta,
sintió que le crujía
de pronto la cadera,
mi hermana la clavícula,
mi sobrina la tibia,
mi pobre prima la muñeca.
Les siguieron mis cuatro tías
y mis firmes abuelas,
con sus costillas y sus muelas,
con sus sorpresas respectivas.
Entre todas, aquel extraño día,
se repartieron
hueso por hueso
el esqueleto
que yo no me rompía.
Les quedo para siempre agradecida.
Escribiré quinientas veces el nombre de mi madre - Elena Medel
Escribiré quinientas veces el nombre de mi madre.
Con un vestido blanco trazaré cada una de sus letras por las
paredes de mi dormitorio, por el suelo del patio del
colegio, por el pasillo de la casa más antigua. Para
recordar mi origen cada vez que yo viva.
En todos los lugares podré besar sus mejillas limpias de
cristal, aunque ella duerma lejos:
sus mejillas cercanas que me dolerán allá donde acaricie
su nombre escrito.
Tantos días, tantas noches habrá de alimentarme
amorosamente con su parábola descalza;
vendrá mi madre a arroparme, mujer de humo, con los ojos
tiritando de suerte,
y en cada sueño mis apellidos dolerán como un cartel de
bienvenida a un hogar diferente.
Sobre mi cabello, rubio como el de mi madre, la corona que
me ciño como hija primogénita de Dinamarca.
Me llamaré Vacía, en honor a mis muertos; miraré cómo
retozan de acrílico las palmas de mis manos, sangrará
mi lengua a disposición de mis muertos.
Gritaré quinientas veces el nombre de mi madre para quien
quiera escucharlo, y escribiré que bendigo este medio
corazón en huelga mío, pues no olvido:
nací para llorar la muerte de otros.
¡Madre, vísteme! - Rafael Alberti
Madre, vísteme a la usanza
de las tierras marineras:
el pantalón de campana,
la blusa azul ultramar
y la cinta milagrera.
¿A donde vas, marinero,
por las calles de la tierra?
¡Voy por las calles del mar!
Mamá: tú no cumples años, cumples sueños - Elvira Sastre
Llevas más de medio siglo
a las espaldas
pero en tus ojos,
algunos días,
a media tarde,
cuando el reloj hace sombra
con tu libro y tu café,
se te inundan los ojos de primaveras…
y por un momento parece
que vuelves a estar en tu habitación de niña,
que los rizos te sacuden los hombros
mientras conquistas algún columpio
y los parques y los libros y la merienda
se convierten en tus mejores aliados.
Llevas a la espalda también varios cuerpos llenos de amor:
Uno se enamoró de ti
como un loco poeta
y dejó de mirar a la luna
cada vez que tú abrías los ojos
-aún se le puede ver de noche
con la ventana abierta
mirando tu cara dormida-.
Otros
salieron de ti
como salen los milagros,
apretando fuerte los puños
y cerrando los ojos,
mientras tú abrías esas alas
que no te caben en el pecho,
y te amaron
-te aman-
incluso cuando vuelan lejos
de tus brazos
porque tú les enseñaste a vivir.
Una de ellas
es la belleza hecha carne,
cómo no serlo si lleva tu cara
y tus andares
y esa mirada tan tuya
que oculta tanto misterio
que hasta los ciegos la quieren ver.
Otro,
se sigue escondiendo detrás de tus piernas
cada vez que sale a la calle,
busca tus dedos entre su pelo
porque solo tú le llenas el cabello de tanta ternura… que solo hay paz en su cabeza,
hunde la nariz en tu abrazo para tenerte cuando no estés en la habitación de al lado,
llora cuando le explota el pecho izquierdo pero se le pasa al tercer latido
porque sabe que tú sigues ahí, que eres su casa,
y que no hay mejor lugar en el mundo que tú.
Lo que quiero decir mamá,
es que mientras tú cumples años
los demás cumplimos sueños contigo.
Verte reír es un atentado contra las lágrimas;
verte vivir es saber que ninguna guerra llegará a nuestras trincheras.
Verte,
en definitiva,
es aprender el amor y la vida.
No dejes de cumplir años,
no dejes de cumplirnos,
no dejes de vivir.
No te vayas nunca Mamá.
La madre - Dámaso Alonso
No me digas
que estás llena de arrugas, que estás llena de sueño,
que se te han caído los dientes,
que ya no puedes con tus pobres remos hinchados,
deformados por el veneno del reuma.
No importa, madre, no importa.
Tú eres siempre joven,
eres una niña,
tienes once años.
Oh, sí, tú eres para mí eso: una candorosa niña.
Y verás que es verdad si te sumerges en esas lentas aguas, en esas aguas poderosas,
que te han traído a esta ribera desolada.
Sumérgete, nada a contracorriente, cierra los ojos,
y cuando llegues, espera allí a tu hijo.
Porque yo también voy a sumergirme en mi niñez antigua,
pero las aguas que tengo que remontar hasta casi la fuente,
son mucho más poderosas, son aguas turbias, como teñidas de sangre.
Óyelas, desde tu sueño, cómo rugen,
cómo quieren llevarse al pobre nadador.
¡Pobre del nadador que somorguja y bucea en ese mar salobre de la memoria!
...Ya ves: ya hemos llegado.
¿No es una maravilla que los dos hayamos arribado a esta prodigiosa ribera de nuestra infancia?
Si, así es como a veces fondean un mismo día en el puerto de Singapur dos naves,
y la una viene de Nueva Zelanda, la otra de Brest.
Así hemos llegado los dos, ahora, juntos.
Y ésta es la única realidad, la única maravillosa realidad:
que tú eres una niña y que yo soy un niño.
¿Lo ves, madre?
No se te olvide nunca que todo lo demás es mentira, que esto solo es verdad, la única verdad.
Verdad, tu trenza muy apretada, como la de esas niñas acabaditas de peinar ahora,
tu trenza, en la que se marcan tan bien los brillantes lóbulos del trenzado,
tu trenza, en cuyo extremo pende, inverosímil, un pequeño lacito rojo;
verdad, tus medias azules, anilladas de blanco, y las puntillas de los pantalones que te asoman por debajo de la falda;
verdad, tu carita alegre, un poco enrojecida, y la tristeza de tus ojos.
(Ah, ¿por qué está siempre la tristeza en el fondo de la alegría?)
¿Y adónde vas ahora? ¿Vas camino del colegio?
Ah, niña mía, madre,
yo, niño también, un poco mayor, iré a tu lado,
te serviré de guía,
te defenderé galantemente de todas las brutalidades de mis compañeros,
te buscaré flores,
me subiré a las tapias para cogerte las moras más negras, las más llenas de jugo,
te buscaré grillos reales, de esos cuyo crí-crí es como un choque de campanitas de plata.
¡Qué felices los dos, a orillas del río, ahora que va a ser el verano!
A nuestro paso van saltando las ranas verdes,
van saltando, van saltando al agua las ranas verdes:
es como un hilo continuo de ranas verdes,
que fuera repulgando la orilla, hilvanando la orilla con el río.
¡Oh qué felices los dos juntos, solos en esta mañana!
Ves: todavía hay rocío de la noche; llevamos los zapatos llenos de deslumbrantes gotitas.
¿O es que prefieres que yo sea tu hermanito menor?
Sí, lo prefieres.
Seré tu hermanito menor, niña mía, hermana mía, madre mía.
¡Es tan fácil!
Nos pararemos un momento en medio del camino,
para que tú me subas los pantalones,
y para que me suenes las narices, que me hace mucha falta
(porque estoy llorando; sí, porque ahora estoy llorando).
No. No debo llorar, porque estamos en un bosque.
Tú ya conoces las delicias del bosque (las conoces por los cuentos,
porque tú nunca has debido estar en un bosque,
o por lo menos no has estado nunca en esta deliciosa soledad, con tu hermanito).
Mira, esa llama rubia que velocísimamente repiquetea las ramas de los pinos,
esa llama que como un rayo se deja caer al suelo, y que ahora de un bote salta a mi hombro,
no es fuego, no es llama, es una ardilla.
¡No toques, no toques ese joyel, no toques esos diamantes!
¡Qué luces de fuego dan, del verde más puro, del tristísimo y virginal
amarillo, del blanco creador, del más hiriente blanco!
¡No, no lo toques!: es una tela de araña, cuajada de gotas de rocío.
Y esa sensación que ahora tienes de una ausencia invisible, como una
bella tristeza, ese acompasado y ligerísimo rumor de pies lejanos,
ese vacío, ese presentimiento súbito del bosque,
es la fuga de los corzos. ¿No has visto nunca corzas en huida?
¡Las maravillas del bosque! Ah, son innumerables; nunca te las podría
enseñar todas, tendríamos para toda una vida...
...para toda una vida. He mirado, de pronto, y he visto tu bello rostro lleno de arrugas,
el torpor de tus queridas manos deformadas,
y tus cansados ojos llenos de lágrimas que tiemblan.
Madre mía, no llores: víveme siempre en sueño.
Vive, víveme siempre ausente de tus años, del sucio mundo hostil,
de mi egoísmo de hombre, de mis palabras duras.
Duerme ligeramente en ese bosque prodigioso de tu inocencia,
en ese bosque que crearon al par tu inocencia y mi llanto.
Oye, oye allí siempre cómo te silba las tonadas nuevas tu hijo, tu hermanito, para arrullarte el sueño.
No tengas miedo, madre. Mira, un día ese tu sueño cándido se te hará
de repente más profundo y más nítido.
Siempre en el bosque de la primer mañana, siempre en el bosque
nuestro.
Pero ahora ya serán las ardillas, lindas, veloces llamas, llamitas de verdad;
y las telas de araña, celestes pedrerías;
y la huida de corzas, la fuga secular de las estrellas a la busca de Dios.
Y yo te seguiré arrullando el sueño oscuro, te seguiré cantando.
Tú oirás la oculta música, la música que rige el universo.
Y allá en tu sueño, madre, tú creerás que es tu hijo quien la envía.
Tal vez sea verdad: que un corazón es lo que mueve el mundo.
Madre, no temas. Dulcemente arrullada, dormirás en el bosque el más profundo sueño.
Espérame en tu sueño. Espera allí a tu hijo, madre mía.
Madre - Nancy Morejón
Mi madre no tuvo jardín
sino islas acantiladas
flotando, bajo el sol,
en sus corales delicados.
No hubo una rama limpia
en su pupila sino muchos garrotes.
Qué tiempo aquel cuando corría, descalza,
sobre la cal de los orfelinatos
y no sabía reir
y podía siquiera mirar el horizonte.
Ella no tuvo el aposento del marfil,
ni la sala de mimbre,
ni el vitral silencioso del trópico.
Mi madre tuvo el canto y el pañuelo
para acunar la fe de mis entrañas,
para alzar su cabeza de reina desoída
y dejarnos sus manos, como piedras preciosas,
frente a los restos fríos del enemigo.
El arrepentimiento - José de Espronceda
Triste es la vida cuando piensa el alma,
triste es vivir si siente el corazón;
nunca se goza de ventura y calma
si se piensa del mundo en la ficción.
No hay que buscar del mundo los placeres,
pues que ninguno existe en realidad;
no hay que buscar amigos ni mujeres,
que es mentira el placer y la amistad.
Es inútil que busque el desgraciado
quien quiera su dolor con él partir;
sordo el mundo, le deja abandonado
sin aliviar su mísero vivir.
La virtud y el honor, solo de nombre
existen en el mundo engañador;
un juego la virtud es para el hombre;
un fantasma, no más, es el honor.
No hay que buscar palabras de ternura,
que le presten al alma algún solaz;
no hay que pensar que dure la ventura,
que en el mundo el placer siempre es fugaz.
Esa falsa deidad que llaman gloria
es del hombre tan solo una ilusión,
que siempre está patente en su memoria
halagando, traidora, el corazón.
Todo es mentira lo que el mundo encierra,
que el niño no conoce, por su bien;
entonces la niñez sus ojos cierra,
y un tiempo a mí me los cerró también
En aquel tiempo el maternal cariño
como un Edén el mundo me pintó;
yo lo miré como lo mira un niño,
y mejor que un Edén me pareció.
Lleno lo vi de fiestas y jardines,
donde tranquilo imaginé gozar;
oí cantar pintados colorines
y escuché de la fuente el murmurar.
Yo apresaba la blanca mariposa,
persiguiéndola ansioso en el jardín,
bien al parar en la encarnada rosa
o al posarse después en el jazmín.
Miraba al sol, sin que jamás su fuego
quemase mis pupilas ni mi tez;
que entonces lo miré con el sosiego
y con la paz que infunde la niñez
Mi vida resbalaba entre delicias
prodigadas, ¡oh madre!, por tu amor.
¡Cuántas veces, entonces, tus caricias
acallaron mi llanto y mi clamor!
¡Cuántas veces, durmiendo en tu regazo,
en pájaros y flores yo soñé!
¡Cuántas veces, entonces, tus caricias
acallaron mi llanto y mi clamor!
¡Cuántas me diste, oh madre, un tierno abrazo
porque alegre y risueño te miré!
Mis caricias pagaste con exceso,
como pagan las flores al abril;
mil besos, ¡ay!, me dabas por un beso,
por un abrazo tú me dabas mil.
Pero yo te abandoné
por seguir la juventud;
en el mundo me interné,
y al primer paso se fue
de la infancia la quietud;
que aunque tu voz me anunciaba
los escondidos abrojos
del camino que pisaba,
mi oído no te escuchaba
ni te miraban mis ojos.
¡Sí, madre! Yo no creí
que fuese cierto tu aviso;
tan hechizado lo vi,
que al principio para mi
era el mundo un paraíso.
Así viví sin temor,
disfrutando los placeres
del mundo tan seductor;
en él encontré el amor
al encontrar las mujeres.
Mis oídos las oyeron,
y mis ojos las miraron,
y ángeles me parecieron;
mis ojos, ¡ay!, me engañaron
y mis oídos mintieron.
Entre placeres y amores
fueron pasando mis años
sin recelo ni temores,
mi corazón sin engaños
y mi alma sin dolores.
Mas hoy ya mi corazón
por su bien ha conocido
de los hombres la traición
y mi alma ha descorrido
el velo de la ilusión.
Ayer vi el mundo risueño
y hoy triste lo miro ya;
para mí no es halagüeño;
mis años han sido un sueño
que disipándose va.
Por estar durmiendo ayer,
de este mundo la maldad
ni pude ni quise ver,
ni del amigo y mujer
conocí la falsedad.
Por el sueño, no miraron
mis ojos teñido un río
de sangre, que derramaron
hermanos que se mataron
llevados de un desvarío.
Por el sueño, madre mía,
del porvenir, sin temor,
ayer con loca alegría
entonaba en una orgía
cantos de placer y amor.
Por el sueño fui perjuro
con las mujeres allí;
y en lugar de tu amor puro,
amor frenético, impuro,
de impuros labios bebí.
Mi corazón fascinaste
cuando me ofreciste el bien;
pero (¡oh mundo!), me engañaste
porque en infierno trocaste
lo que yo juzgaba Edén.
Tú me mostraste unos seres
con rostros de querubines
y con nombres de mujeres,
tú me brindaste placeres
en ciudades y festines.
Tus mujeres me engañaron.
Que al brindarme su cariño
en engañarme pensaron
y sin compasión jugaron
con mi corazón de niño.
En tus pueblos no hay clemencia,
la virtud no tiene abrigo;
por eso con insolencia
los ricos, en su opulencia,
encarnecen al mendigo.
Y en vez de arroyos y flores
y fuentes y ruiseñores,
se escuchan en tus jardines
los gritos y los clamores
que salen de los festines.
Por eso perdí el reposo
de mis infantiles años;
dime, mundo peligroso,
¿por qué siendo tan hermoso
contienes tantos engaños?
Heme a tus pies llorando arrepentido,
fría la frente y seco el corazón;
¡ah!, si supieras cuánto he padecido,
me tuvieras, ¡os madre!, compasión.
No te admires de hallarme en este estado,
sin luz los ojos, sin color la tez;
porque mis labios, ¡ay!, han apurado
el cáliz del dolor hasta la hez.
¡Que es veneno el amor de las mujeres
que en el mundo, gozoso, yo bebí!
Pero, a pesar de todos los placeres,
jamás pude olvidarme yo de ti.
Siempre, extasiado, recordó mi mente
aquellos días de ventura y paz
que a tu lado viví tranquilamente
ajeno de este mundo tan falaz.
Todo el amor que tiene es pasajero,
nocivo, receloso, engañador;
no hay otro, no, más puro y verdadero
que dure más que el maternal amor.
Vuelve, ¡oh madre!, a mirarme con cariño;
tus caricias y halagos tórname;
yo de ti me alejé, pero era un niño,
y el mundo me engañó, ¡perdóname!
Yo pagaré tu amor con el exceso
con que pagan las flores al abril;
mil besos te daré por solo un beso,
por un abrazo yo te daré mil.
Dejemos que prosigan engañando
los hombres y mujeres a la par;
de nuestro amor sigamos disfrutando
en sus engaños, madre, sin pensar.
Porque es triste vivir si piensa el alma,
y mucho más si siente el corazón;
nunca se goza de ventura y calma
si se piensa del mundo en la ficción.