Sabemos que las madres son importantes todo el año, pero aprovechemos hoy es el día de sacar a relucir nuestras mejores frases para el Día de la madre o para su cumpleaños, para demostrarles lo mucho que las queremos. Si quieres ir un paso más allá, te ayudamos a elegir el regalo perfecto con estos 26 poemas para mamá de autores famosos, que te ayudarán a expresar con palabras lo mucho que ella significa para ti.

Se acerca el Día de la madre, que en España se celebra el primer domingo de mayo, y empieza la maratón por encontrar el regalo perfecto. Flores, perfumes, joyas…, pero ¿por qué no algo más emotivo? ¿O por qué no combinar ambas opciones y asegurarte así de acariciar su corazón? Si no sabes cómo poner palabras a tus emociones, dedícale uno de estos 26 poemas para mamá de autores famosos. Algunos bonitos poemas cortos que van directos al corazón, otros que te cautivan a lo largo de versos que profundizan en diferentes aspectos del amor por una madre.

Poemas para mamá que emocionan

El rol de las mujeres ha ido cambiando con el paso del tiempo, como bien sabemos todos. En la actualidad, la mayoría de las mujeres son independientes económicamente, pero esto también supone una transformación en el papel que desempeñan como madres. No es mejor ni peor, es diferente y precisa otro tipo de organización, porque, por mucho que se hable de la conciliación familiar, lejos está de serlo realmente. Eso sí, todas las madres, independientemente de su condición laboral, tienen algo en común: son verdaderas heroínas. Por eso, bien se merece la tuya que tengas un bonito detalle con ella en el Día de la madre y le hagas el regalo perfecto, como uno de estos poemas para mamá de autores famosos.

Y es que ser madre no es tarea fácil. Cuando tienes a tu hijo en brazos te asaltan muchos miedos sobre si lo estarás haciendo bien o no; si estarás tomando las decisiones correctas o no… Piensas que esta incertidumbre cambiará con el paso del tiempo, sin embargo, a pesar de que ahora ese “bebé” ya sea capaz de cobijarte entre sus brazos, tú continúas viéndole como esa parte de ti que tienes que cuidar por encima de todo. Las madres siempre dicen que los hijos crecen y las preocupaciones cambian, pero siempre están ahí. Agradecerles ese amor incondicional no es cuestión de un día al año, pero ya que se celebra el Día de la madre, no olvides recordarle cuánto la quieres. 

 el día de la madre  en España

España es un país tradicionalmente católico y, por tanto, su calendario festivo está ligado a cuestiones religiosas. Quizá desconocías que en un primer momento el Día de la madre se celebraba el 8 de diciembre, tal y como lo había decretado el papa Pío IX en 1984, porque era el día de la Inmaculada Concepción, virgen entonces asociada a la maternidad. 

No obstante, con los años, al ser la virgen María la máxima representación de la maternidad en esta religión, se decidió cambiar la celebración del Día de la madre a mayo, ya que este era, y es, el mes dedicado a honrarla. Además, durante años también era la época del año más vinculada a la maternidad. En definitiva, celebrar el España el Día de la madre el primer domingo de mayo es algo que solo llevamos haciendo desde  1965. 

Poemas para mamá: el regalo perfecto

Vivimos en una sociedad tan consumista que cuando pensamos en regalos lo primero que viene a nuestra mente es algo material: ropa, joyas, complementos, flores… Sin embargo, el mayor regalo que podemos hacer a una madre, y a cualquier persona, es tiempo compartido. ¿Qué te parece escribirle uno de estos 26 poemas para mamá de autores famosos y llevarla a comer a un lugar que le pueda gustar? Seguro que no lo olvidará jamás. Recuerda que somos los momentos vividos.

Madre, llévame a la cama - Miguel de Unamuno

Madre, llévame a la cama,
madre, llévame a la cama,
que no me tengo de pie.
Ven, hijo, Dios te bendiga
y no te dejes caer.

No te vayas de mi lado,
cántame el cantar aquél.
Me lo cantaba mi madre;
de mocita lo olvidé,
cuando te apreté a mis pechos
contigo lo recordé.

¿Qué dice el cantar, mi madre,
qué dice el cantar aquél?
No dice, hijo mío, reza,
reza palabras de miel;
reza palabras de ensueño
que nada dicen sin él.
¿Estás aquí, madre mía?
porque no te logro ver...
Estoy aquí, con tu sueño;
duerme, hijo mío, con fe.

En este poema de Miguel de Unamuno, la madre se presenta como una figura protectora y amorosa, que lleva a su hijo a la cama y le canta una canción de cuna que le cantaba su propia madre, lo que resalta la transmisión de amor y cuidado a través de las generaciones

Si la Naturaleza sonríe - Emily Dickinson

Si la Naturaleza sonríe – la Madre debe hacerlo
Ante los numerosos caprichos
De Su Excéntrica Familia –
¿Hay que culparla por ello?

En este breve y conciso poema, Dickinson personifica a la Naturaleza como una madre, creadora de vida y testigo de los "caprichos" de su familia. Al igual que una madre, la Naturaleza sonríe y acepta las excentricidades de sus "hijos" y la autora se cuestiona si podemos culparla por la vida que ha creado.

A mi madre - Edgar Allan Poe

Porque siento que allá arriba, en los cielos,
los ángeles se hablan dulcemente al oído,
no encuentran entre sus radiantes palabras de amor
ninguna tan devota como la de “madre”.

Largo tiempo te he llamado con ese querido nombre 
a ti que eres más que una madre para mí
porque llenas el santuario de mi corazón 
en el que la muerte te ha instalado,
al libertar el alma de mi amada Virginia.

Mi madre, mi propia madre, 
que murió temprano, fue solo mi madre; 
Pero tú fuiste la madre de aquella que tanto quise,
y por eso eres más querida que la madre que conocí,

y así eres más querida que la madre que conocí
por esa eternidad con que a mi esposa
la idolatró mi alma más que a su propia alma.

Pese a estar titulado "A mi madre", este poema no trata sobre la madre biológica de Poe, Elizabeth Arnold Poe, que murió cuando él era muy joven. Es, en realidad, un homenaje a su suegra, Maria Clemm, a quien consideraba una figura materna que le ayudó mucho, y en especial durante la enfermedad y la muerte de su esposa, Virginia.

A mi madre - Rubén Darío

Soñé que me hallaba un día
en lo profundo del mar:
sobre el coral que allí había
y las perlas, relucía
una tumba singular.

Acerqueme cauteloso
a aquel lugar del dolor
y leí: «Yace en reposo
aquel amor no dichoso
pero inmenso, santo amor».

La mano en la tumba umbría
tuve y perdí la razón.
Al despertar yo tenía
la mano trémula y fría
puesta sobre el corazón.

El poeta nicaragüense Rubén Darío, figura prominente del Modernismo, rinde homenaje al vínculo perdurable entre una madre y su hijo mediante el uso de imágenes vívidas, un lenguaje rítmico y una gran intensidad emocional, características del estilo modernista. 

Amor filial - Amado Nervo

Yo adoro a mi madre querida,
yo adoro a mi padre también;
ninguno me quiere en la vida
como ellos me saben querer.

Si duermo; ellos velan mí sueño;
si lloro, están triste los dos;
si río su rostro es risueño:
mi risa es para ellos el sol.

Me enseñan los dos con inmensa
ternura a ser humano y feliz.
mi padre para mi lucha y piensa,
mi madre ora siempre por mí.

Yo adoro a mi madre querida.
yo adoro a mi padre también;
ninguno me quiere en la vida
como ellos me saben querer.

El poeta y escritor mexicano, representante de movimiento modernista, expresa en este sincero poema un profundo amor, gratitud y reverencia por sus padres. Todo un homenaje al amor desinteresado e incondicional de los padres, incluso cuando envejecen y su fuerza disminuye. 

A mi madre, de Rafael Núñez

Yo quiero consagrarte una memoria 
-¿Y a quién mejor que a ti?- 
En este libro donde está la historia 
de mis placeres ¡ay! y de mis lágrimas, 
de todo cuanto dejo tras de mí! 

En ese mar tan lleno de emociones 
que llaman juventud, 
entre sus nieblas, rocas y turbiones, 
yo alcancé a descubrir tu faz profética 
mostrándome el deber y la virtud.

 Cual en nombre de Dios paloma ungida 
a Noé señaló 
el verde ramo, símbolo de vida, 
así también de mis tinieblas hórridas 
el término tu imagen me anunció. 

El negro caos do la fe naugraga, 
que hunde en la noche al sér, 
se evaporó ante mí cual sombra vaga, 
y desde entonces comprendió mi espíritu 
que amar no es otra cosa que creer. 

Más tarde,… cuando el soplo del destino 
de tu hogar me lanzó, 
cuando tuve que andar otro camino 
donde no estabas tú, mi ángel benéfico, 
mi planta nuevamente vaciló. 

Y el viento sepulcral de las pasiones, 
semejante al simún, 
rehizo los disueltos nubarrones; 
y la luz meridiana fue crepúsculo, 
y así ha quedado y se conserva aún. 

Alejado de ti mi alma se agita 
cual nave sin timón, 
como la flor sujeta, aunque marchita, 
del oscilante y combatido vástago 
que brotó junto al mar roto peñón. 

Necesario es reunirnos: la existencia 
sin el amor ¿do está?... 
pero, como el amor es la creencia, 
de tu asilo apacible busco el ámbito, 
porque sin ti mi pecho no creerá. 

Quiero volver a mis pasados días 
de calma. Y o bien sé 
que es difícil hallar las alegrías 
que en las alas del tiempo huyeron rápidas; 
pero a tu lado, sí, las hallaré! 

Quiero, sentado junto a ti, al reflejo 
de la luz del hogar, 
contarte cuánto sufro cuando dejo, 
por el ruido del mundo, el rumor plácido 
de esa morada, de mi dicha altar. 

Quiero abrirte mi pecho desolado: 
en él encontrarás 
un corazón transido y desgarrado, 
de las dudas flotando ¡ay! en el piélago, 
pero que tú a la orilla sacarás. 

Quiero abrirte mi pecho cual si fuera 
un libro, y que al leer 
lo mucho que de ti mi vida espera, 
comprendas ¡ay! que dejo en estas páginas 
aun más que una canción: todo mi ser!

Rafael Núñez, poeta y político colombiano del siglo XIX, describe en este poema su amor y admiración hacia su madre, haciendo una profunda reflexión sobre la vida y el anhelo de consuelo. La figura materna es vista como un faro de esperanza, amor y sabiduría, que guía al hijo en medio de las tormentas emocionales. 

Ley implacable - Julio Flórez

¡Ay! ¿Cómo quieres que tu madre encuentre
en este mundo bienhechora calma,
si le desgarras, al nacer, el vientre,
y le desgarras, al morir, el alma?

¡Y esa madre infeliz, cómo a porfía
quiere darte, en el mundo, horas serenas,
si en la leche fetal con que te cría,
bebes tú... todo el zumo de sus penas!

¿Cómo quieres, mortal, que en la existencia
tu esposa guarde fiel tus atributos...
si tú mismo, al robarle la inocencia,
le enseñas el deleite de los brutos?

Hombre, eres pasto de un rencor violento:
al mal te empujan invisibles manos;
vives, y te devora el sufrimiento;
mueres, y te devoran los gusanos.

El poeta colombiano Julio Flórez, influenciado por el romanticismo tardío y el modernismo, es conocido por su tono pesimista, su melancolía y su visión fatalista de la vida y el amor. Los primeros versos nos hablan del sufrimiento de la madre, tanto en el parto como en la muerte de su hijo, y sugieren que la maternidad está marcada por el dolor.

¡Ay!, cuando los hijos mueren - Rosalía de Castro

I
¡Ay!, cuando los hijos mueren,
rosas tempranas de abril,
de la madre el tierno llanto
vela su eterno dormir.

Ni van solos a la tumba,
¡ay!, que el eterno sufrir
de la madre, sigue al hijo
a las regiones sin fin.

Mas cuando muere una madre,
único amor que hay aquí;
¡ay!, cuando una madre muere,
debiera un hijo morir.

II
Yo tuve una dulce madre,
concediéramela el cielo,
más tierna que la ternura,
más ángel que mi ángel bueno.

En su regazo amoroso,
soñaba... ¡sueño quimérico!
dejar esta ingrata vida
al blando son de sus rezos.

Mas la dulce madre mía,
sintió el corazón enfermo,
que de ternura y dolores,
¡ay!, derritióse en su pecho.

Pronto las tristes campanas
dieron al viento sus ecos;
murióse la madre mía;
sentí rasgarse mi seno.

La virgen de las Mercedes,
estaba junto a mi lecho...
Tengo otra madre en lo alto...
¡por eso yo no me he muerto!

Este poema de Rosalía de Castro, una de las figuras más importantes de la literatura española y gallega, refleja el amor materno y el profundo dolor que causa la pérdida de un hijo

Como la tierna madre - Garcilaso de la Vega

Como la tierna madre que el doliente
hijo le está con lágrimas pidiendo
alguna cosa, de la cual comiendo,
sabe que ha de doblarse el mal que siente,

y aquel piadoso amor no le consiente 
que considere el daño que haciendo
lo que le pide hace, va corriendo,
y dobla el mal y aplaca el accidente,

así a mi enfermo y loco pensamiento,
que en su daño os me pide, yo querría 
quitar este mortal mantenimiento.

Mas pídemelo, y llora cada día
tanto, que cuanto quiere le consiento,
olvidando su muerte y aun la mía.

Este soneto de Garcilaso de la Vega, uno de los poetas más importantes del Siglo de Oro español, utiliza la metáfora de una madre que cede a las peticiones dañinas de su hijo para ilustrar la incapacidad del poeta para resistir sus propios impulsos autodestructivos.

Soledades (III) - Eusebio Blasco

Era yo niño, y un día
vi que mi madre vestía
traje de negro crespón;
y al contemplarla, sentía
tristeza en mi corazón.
¡Ay! Desde entonces la vi
siempre de negro; y a mí
la blusa azul me quitaron
y otra negra me compraron
y de negro me vestí.
Por una senda apartada,
mi madre, triste y callada
y de las gentes cobarde,
salía ¡siempre enlutada!
cuando moría la tarde.
Alcé temeroso un día
los ojos para mirar
a la triste madre mía,
y al verme que sonreía,
rompió la pobre a llorar.
Y yo entonces recordé
su rostro fresco y hermoso,
y cambiado lo encontré.
y su traje antes vistoso
con el negro comparé.
Negro su traje y el mío
negro el monte, negro el río
que ya la noche ocultaba...
todo en derredor, sombrío
a llorar nos convidaba.
¡Reflejaba igual color
la descuidada heredad
en silencio aterrador;
reinaba en nuestro redor
una negra soledad!
Madres y niños venían
a vernos; todos lucían
colores que envidié yo.
Madres y niños reían...
¡ay! ¡pero nosotros, no!
Pasó el tiempo; yo volé;
el pájaro deja el nido
cuando con alas se ve,
y al mundo y alegre ruido
de la vida me lancé.
El tiempo y la loca edad
y otros colores risueños
y el amor y la amistad,
y el placer y los ensueños
de gloria y de vanidad,
tornáronme sonriente;
que el dolor que un niño siente
es en la vida un minuto.
Mas ¡ay! mi madre doliente
aún va vestida de luto.

El poeta español Eusebio Blasco a menudo exploraba temas como la nostalgia, la soledad y la reflexión personal en su obra. En este poema perteneciente a la colección Soledades recuerda una experiencia de su infancia en la que observó a su madre vestida de luto, algo que le provoca una gran tristeza y marcó un punto de inflexión en su vida.

Madres de los poetas, de Romeo Murga

Madres de los poetas que en el pasado han sido,
vengo a hablar con vosotras de vuestros hijos tristes.
Carne doliente, en vuestras entrañas han dormido
y no los conocisteis.

Madres de los poetas que en el presente son,
con vuestra eternidad de ternuras y arrullo
calmaréis a los mares y al viento arrasador,
pero no al dolor suyo.

Madres de los poetas que mañana serán,
sobre la tierra fría se perderán sus pasos;
buscarán nuevas sendas y nunca dormirán
sobre vuestros regazos.

Madres de los poetas que son, serán, y han sido,
garganta de esos cantos, surco de esas semillas,
árbol que no dio flores y que en otoño ha visto
dispersarse a lo lejos sus hojas amarillas.

Vosotras que supisteis su inocencia primera,
gritad que fueron buenos y que amaban a Dios.
Grande fue su pasión por la carne terrena,
pero más grande fue su amor.

Llorad por sus dolores y sus ansias secretas,
por sus manos crispadas y por sus alas rotas.
Llorad por vuestros hijos, madres de los poetas,
que, por consolaros, lloraré con vosotras.

El poeta y traductor chileno Romeo Murga presenta en este poema a la madre como el fundamento sobre el cual se construye tanto la identidad personal como la creación poética. La figura materna, a través de su amor incondicional, desempeña un papel esencial en la formación emocional y en el desarrollo de la sensibilidad creativa de los poetas y su influencia se convierte en una fuerza inspiradora.

El rosario de mi madre, de Salvador Rueda

De la pobreza de tu herencia triste,
sólo he querido, oh madre, tu rosario;
sus cuentas me parecen el calvario
que en tu vida de penas recorriste.

Donde los dedos, al azar, pusiste,
como quien reza a Dios ante el sagrario
en mis horas de errante solitario
voy poniendo los besos que me diste.

Los cristales prismáticos y oscuros,
collar de cuentas y de besos puros,
me ponen, al dormir, círculo bello.

Y, de humilde lecho entre el abrigo
¡me parece que tú rezas conmigo
con tus brazos prendidos a mi cuello!

 Salvador Rueda, poeta español considerado precursor del modernismo, refleja su profundo amor y respeto hacia su madre, un tema recurrente en su obra. El rosario se convierte en este poema en un símbolo del amor filial y la memoria.

Nostalgia - Vicente Blasco Ibáñez

 ¡Oh, vientos que pasáis barriendo el suelo
de la inmensa ciudad que el Sena baña! 
¡Si es que a mi patria vais, os acompaña 
de un proscrito infeliz el loco anhelo! 

Cuando hasta ella leguéis en vuestro vuelo 
decid, por Dios, a mi querida España, 
que el llanto del dolor mi vista empaña 
al verme lejos de su hermoso cielo. 

Decidla que me guarde mi tesoro; 
la madre, cuya voz soñando escucho, 
y la dulce mujer a quien adoro. 

Y decidla también que si ahora lucho 
con la nostalgia y desterrado lloro, 
por el delito fue de amarla mucho.

Un soneto en el que Vicente Blasco Ibáñez refleja sus experiencias durante su exilio en París en 1890. Expresa la profunda añoranza por su patria, España, y sus seres queridos mientras está exiliado. 

Madre Bendita: Hijo y madre - Concepción Arenal

Pobre mozo! ¿Dónde vas?
Inclinando la cabeza
Suspiras, y con tristeza
Vuelves los ojos atrás.
—Con pena voy caminando,
Porque en aquella casita
Queda mi madre bendita
Desconsolada y llorando.
—¿Y por qué dejas tu tierra,
Y el más sublime cariño,
Triste joven, casi un niño?
—Porque me voy a la guerra.
No os admire si me aflijo;
Acaso no vuelva a ver
Aquella santa mujer,
Ni a oír que me llama ¡hijo!
—De pena razón tuviste.
—Si junto aquella casita
Veis a mi madre bendita,
No la digáis que voy triste.

Concepción Arenal, pensadora, escritora y activista social española del siglo XIX, refleja en este poema la profunda relación entre una madre y su hijo. El hijo, que parte hacia la guerra, no quiere que su madre sepa de su tristeza, lo que muestra el amor y la preocupación que tiene por su bienestar.

El arrepentimiento - José de Espronceda

Triste es la vida cuando piensa el alma,
triste es vivir si siente el corazón;
nunca se goza de ventura y calma
si se piensa del mundo en la ficción.

No hay que buscar del mundo los placeres,
pues que ninguno existe en realidad;
no hay que buscar amigos ni mujeres,
que es mentira el placer y la amistad.

Es inútil que busque el desgraciado
quien quiera su dolor con él partir;
sordo el mundo, le deja abandonado
sin aliviar su mísero vivir.

La virtud y el honor, solo de nombre
existen en el mundo engañador;
un juego la virtud es para el hombre;
un fantasma, no más, es el honor.

No hay que buscar palabras de ternura,
que le presten al alma algún solaz;
no hay que pensar que dure la ventura,
que en el mundo el placer siempre es fugaz.

Esa falsa deidad que llaman gloria
es del hombre tan solo una ilusión,
que siempre está patente en su memoria
halagando, traidora, el corazón.

Todo es mentira lo que el mundo encierra,
que el niño no conoce, por su bien;
entonces la niñez sus ojos cierra,
y un tiempo a mí me los cerró también.

En aquel tiempo el maternal cariño
como un Edén el mundo me pintó;
yo lo miré como lo mira un niño,
y mejor que un Edén me pareció.

Lleno lo vi de fiestas y jardines,
donde tranquilo imaginé gozar;
oí cantar pintados colorines
y escuché de la fuente el murmurar.

Yo apresaba la blanca mariposa,
persiguiéndola ansioso en el jardín,
bien al parar en la encarnada rosa
o al posarse después en el jazmín.

Miraba al sol, sin que jamás su fuego
quemase mis pupilas ni mi tez;
que entonces lo miré con el sosiego
y con la paz que infunde la niñez.

Mi vida resbalaba entre delicias
prodigadas, ¡oh madre!, por tu amor.
¡Cuántas veces, entonces, tus caricias
acallaron mi llanto y mi clamor!
¡Cuántas veces, durmiendo en tu regazo,
en pájaros y flores yo soñé!
¡Cuántas veces, entonces, tus caricias
acallaron mi llanto y mi clamor!
¡Cuántas me diste, oh madre, un tierno abrazo
porque alegre y risueño te miré!

Mis caricias pagaste con exceso,
como pagan las flores al abril;
mil besos, ¡ay!, me dabas por un beso,
por un abrazo tú me dabas mil.

Pero yo te abandoné
por seguir la juventud;
en el mundo me interné,
y al primer paso se fue
de la infancia la quietud;

que aunque tu voz me anunciaba
los escondidos abrojos
del camino que pisaba,
mi oído no te escuchaba
ni te miraban mis ojos.

¡Sí, madre! Yo no creí
que fuese cierto tu aviso;
tan hechizado lo vi,
que al principio para mi
era el mundo un paraíso.

Así viví sin temor,
disfrutando los placeres
del mundo tan seductor;
en él encontré el amor
al encontrar las mujeres.

Mis oídos las oyeron,
y mis ojos las miraron,
y ángeles me parecieron;
mis ojos, ¡ay!, me engañaron
y mis oídos mintieron.

Entre placeres y amores
fueron pasando mis años
sin recelo ni temores,
mi corazón sin engaños
y mi alma sin dolores.

Mas hoy ya mi corazón
por su bien ha conocido
de los hombres la traición
y mi alma ha descorrido
el velo de la ilusión.

Ayer vi el mundo risueño
y hoy triste lo miro ya;
para mí no es halagüeño;
mis años han sido un sueño
que disipándose va.

Por estar durmiendo ayer,
de este mundo la maldad
ni pude ni quise ver,
ni del amigo y mujer
conocí la falsedad.

Por el sueño, no miraron
mis ojos teñido un río
de sangre, que derramaron
hermanos que se mataron
llevados de un desvarío.

Por el sueño, madre mía,
del porvenir, sin temor,
ayer con loca alegría
entonaba en una orgía
cantos de placer y amor.

Por el sueño fui perjuro
con las mujeres allí;
y en lugar de tu amor puro,
amor frenético, impuro,
de impuros labios bebí.

Mi corazón fascinaste
cuando me ofreciste el bien;
pero (¡oh mundo!), me engañaste
porque en infierno trocaste
lo que yo juzgaba Edén.

Tú me mostraste unos seres
con rostros de querubines
y con nombres de mujeres,
tú me brindaste placeres
en ciudades y festines.

Tus mujeres me engañaron.
Que al brindarme su cariño
en engañarme pensaron
y sin compasión jugaron
con mi corazón de niño.

En tus pueblos no hay clemencia,
la virtud no tiene abrigo;
por eso con insolencia
los ricos, en su opulencia,
encarnecen al mendigo.

Y en vez de arroyos y flores
y fuentes y ruiseñores,
se escuchan en tus jardines
los gritos y los clamores
que salen de los festines.

Por eso perdí el reposo
de mis infantiles años;
dime, mundo peligroso,
¿por qué siendo tan hermoso
contienes tantos engaños?

Heme a tus pies llorando arrepentido,
fría la frente y seco el corazón;
¡ah!, si supieras cuánto he padecido,
me tuvieras, ¡os madre!, compasión.

No te admires de hallarme en este estado,
sin luz los ojos, sin color la tez;
porque mis labios, ¡ay!, han apurado
el cáliz del dolor hasta la hez.

¡Que es veneno el amor de las mujeres
que en el mundo, gozoso, yo bebí!
Pero, a pesar de todos los placeres,
jamás pude olvidarme yo de ti.

Siempre, extasiado, recordó mi mente
aquellos días de ventura y paz
que a tu lado viví tranquilamente
ajeno de este mundo tan falaz.

Todo el amor que tiene es pasajero,
nocivo, receloso, engañador;
no hay otro, no, más puro y verdadero
que dure más que el maternal amor.

Vuelve, ¡oh madre!, a mirarme con cariño;
tus caricias y halagos tórname;
yo de ti me alejé, pero era un niño,
y el mundo me engañó, ¡perdóname!

Yo pagaré tu amor con el exceso
con que pagan las flores al abril;
mil besos te daré por solo un beso,
por un abrazo yo te daré mil.

Dejemos que prosigan engañando
los hombres y mujeres a la par;
de nuestro amor sigamos disfrutando
en sus engaños, madre, sin pensar.

Porque es triste vivir si piensa el alma,
y mucho más si siente el corazón;
nunca se goza de ventura y calma
si se piensa del mundo en la ficción.

José de Espronceda muestra en este poema su desencanto con el mundo y recuerda su infancia y el amor materno como el único amor incondicional y constante a lo largo de la vida.