Jane Goodall cumple hoy 90 años. Han pasado cuatro desde que en Cuerpomente tuvimos el privilegio de entrevistarla. Sus palabras de entonces siguen estando hoy más vigentes que nunca. Recuperamos esta entrevista hoy en su honor.
"Una de las cosas que me enseñaron los chimpancés fue lo muy arrogantes que podemos llegar a ser los humanos al pensar que somos tan diferentes. Como sucedió en Cambridge cuando expuse mi estudio: me dijeron que no podía decir que los chimpancés tenían personalidad, mente y emociones porque eso era único y propio del ser humano. Pero Rusty ya me había enseñado lo contrario y pude oponerme a los científicos", asegura Jane Goodall, que a sus 86 años llegaba a visitar 25 países al año decidida a invertir hasta su última energía en salvar el planeta.
Goodall nos hablaba desde su casa. Justo a su espalda, su gran apoyo: una foto de su madre de joven al lado de Rusty, su perro, cuyas lecciones le sirvieron a la hora de observar a los chimpancés en su hábitat natural.
Esta incansable investigadora nació en Londres en 1934, cuando no se incentivaba a las mujeres a luchar por sus sueños. Pero ella, con el apoyo de su madre, lo hizo. Viajó a Kenia, conoció al antropólogo Louis Leakey, trabajó para él como secretaria y luego este la envió a Gombe, Tanzania, a investigar a los chimpancés salvajes con su mirada limpia y libre de prejuicios académicos.
En 1960, Jane se instaló con su madre y un cocinero cerca de los chimpancés. Con paciencia se ganó su confianza y demostró que el ser humano no es el único capaz de crear y usar herramientas. Con la misma perseverancia ha luchado por la preservación de estos y otros animales salvajes. Ha sido nombrada doctora honoris causa en más de 45 universidades y premiada con el Premio Príncipe de Asturias de Investigación en 2003, la Legión de Honor de la República de Francia, el título de Dama del Imperio Británico, la medalla Hubbard de la National Geographic Society y el Kyoto Prize, entre otros.
"La gente actua más por ignoracia que por crueldad"
-¿Qué más le enseñaron los chimpancés sobre los seres humanos?
-A los chimpancés podemos entenderlos perfectamente porque hacen y sienten básicamente como nosotros: se saludan, se besan, se abrazan, se cogen de la mano, se dan palmaditas en la espalda, los machos compiten por dominar y ponen labios y cara de furia igual que algunos políticos que no quiero nombrar. También, como nosotros, pueden llegar a ser violentos y brutales, o comportarse de forma amorosa y altruista. Estamos emparentados: compartimos el 99% de la secuencia del ADN. Y por eso los utilizan en las investigaciones médicas. La principal diferencia entre ellos y nosotros es nuestro desarrollo del intelecto y posibilidad de hablar un idioma. El idioma nos permite hablar a otros de cosas sin que hayan oído hablar de ellas o sin que estén ahí, planear el futuro y mantener una discusión. Por eso resulta tan extraño que, siendo tan inteligentes, estemos destruyendo nuestro planeta de la forma en que lo estamos haciendo, un planeta que es nuestro único hogar.
-¿Encuentra alguna explicación?
-La enorme desconexión entre nuestro cerebro inteligente y nuestro corazón, amoroso y compasivo. Porque solo cuando cabeza y corazón caminan unidos se accede al verdadero potencial del ser humano. A la hora de pensar y emprender acciones que influirán en las generaciones venideras es crucial que corazón y cabeza vayan unidos. Pero decidimos en función de lo que supone un beneficio para mí hoy, o del beneficio para mi próxima campaña política o para mi trabajo, sin tener en cuenta qué implica para el futuro.
-¿La pandemia está relacionada con la forma en que tratamos a los animales y a la naturaleza?
-Sí. Es la consecuencia de cómo estamos relacionándonos con la naturaleza y con el maltrato que infligimos a los animales. Mientras sigamos destruyendo la naturaleza para construir carreteras y la gente cace, mate y se coma a los animales, y estos tengan que dejar su hábitat natural para ir en busca de comida, estamos creando las condiciones ideales para que virus y bacterias salten de un animal a una persona. Además, estamos traficando con animales: se atrapan y se venden, los trasladamos de un lugar a otro y los llevamos a los mercados de carne en condiciones de extrema crueldad. Y, por si fuera poco, estamos criando a billones de animales para nuestra alimentaci��n en unas condiciones horribles. Las granjas han sido calificadas como auténticos campos de concentración. Tenemos que ser conscientes de que los animales sienten como nosotros, sean vacas o cerdos. Sienten miedo, dolor, pena y desesperación y todos y cada uno de ellos tienen derecho a tener una vida, porque son seres vivos. Nosotros los estamos tratando como objetos. Si no empezamos a respetar la naturaleza, a priorizar la protección del medio ambiente en lugar del dinero y el desarrollo económico, las pandemias como la actual seguirán produciéndose.
-¿Debería cambiar nuestra dieta?
-El consumo de carne supone un inmenso problema frente al cambio climático. La cría intensiva implica destruir el entorno y grandes extensiones de bosque para producir grano y alimentar a los animales. Además requiere enormes cantidades de agua, lo que aumenta la escasez de agua en muchos lugares del mundo. Luego está que los animales, al digerir, producen mucho metano, un gas muy nocivo para el planeta. Por todo ello debemos dejar de comer carne y optar por una dieta lo más vegetariana posible.
-¿Estamos a tiempo de salvarnos?
-Muchos científicos alertan de que casi no queda tiempo. Yo creo, y no soy la única, que existe una ventana de tiempo y que, si actuamos juntos y empezamos a replantearnos nuestra relación con la naturaleza, podremos amortiguar y enlentecer el cambio climático. Pero no es mucho tiempo el que tenemos y la ventana se va cerrando. Por eso he estado viajando 300 días al año, hasta que la pandemia me ha encerrado en casa. Ahora he creado la "Jane virtual", que trabaja casi más que cuando viajaba: me paso el día haciendo entrevistas por Zoom y por Skype. También por eso desarrollé el programa educativo Raíces y Brotes desde el IJG, el Instituto Jane Goodall. El mundo pertenece a los jóvenes, es su planeta y les hemos dejado en herencia un enorme lío.
-"Es más importante llegar al corazón de las personas que discutir con ellas", dice usted.
-Solo puedo cambiar a las personas llegando a su corazón y lo hago contándoles historias. Un ejemplo. Cuando supe cómo se trataba a los chimpancés en la investigación médica, poniéndolos en jaulas minúsculas, estaba tan traumatizada que no lograba dormir. Quise verlo con mis propios ojos. Un laboratorio me dejó entrar. La mayoría de defensores de los derechos de los animales hubiera dicho a los científicos que eran crueles y procedían de forma no ética. Yo opté por mostrarles fotos de chimpancés en Gombe sonriéndose unos a otros, durmiendo y abrazándose, a los jóvenes jugando entre ellos, saltando entre los árboles... A algunos de esos científicos les llegó al corazón. Mucha gente hace lo que hace porque no ha pensado sobre ello, más por ignorancia que por crueldad.
-La empatía y el sentirnos identificados nos hace reaccionar...
-Cuando hablo de no comer más carne hablo de cuestiones éticas. Cada vez que veo un trozo de carne en mi plato pienso: "Esto simboliza el miedo, el dolor y la muerte". Por eso dejé de comer carne. En nuestras sociedades occidentales nos horroriza la idea de comer carne de perro, pero los cerdos son tan inteligentes o más que los perros, y las condiciones en las que se crían son espantosas. En lugar de hablar sobre lo cruel que es comer cerdo, yo le hablo a la gente sobre Pigcasso, un cerdo que vive en Sudáfrica rescatado de un matadero y que se ha convertido en un artista. En lugar de enseñarles imágenes de cerdos sufriendo, muestro cómo son verdaderamente estos animales. Muchas personas me han dicho. "Ojalá no me hubieras enseñado esto, no he podido volver a comer beicon nunca más". ¡Funciona!
"Hay una enorme desconexión entre nuestro cerebro inteligente y nuestro corazón amoroso"
-¿Cada persona, con sus acciones individuales, puede marcar una gran diferencia sobre el planeta?
-Cada día que vivimos deja un impacto u otro en función de lo que comemos, lo que compramos o cómo nos comportamos. Podemos escoger qué clase de impacto queremos dejar. Pero para lograr una diferencia es necesario que luchemos contra la pobreza, porque si eres pobre talas el último árbol para cosechar y dar de comer a tu familia, o compras la comida más barata sin preocuparte de dónde procede. No puedes permitirte pensar en ello, compras para sobrevivir. Y para luchar contra la pobreza tenemos que reducir nuestro nivel de vida.
-Su documental Jane recoge la muerte de Flint tras la muerte de su madre. ¿Un chimpancé puede morir de pena?
-Sí. Todas las emociones que los científicos suelen atribuir solo a los humanos, los animales también las sienten. Un perro puede visitar cada día el lugar en el que vio a su dueño por última vez, durante dos y tres años. A veces, al morir su dueño, se niegan a comer. La emoción puede ser tan intensa como en nosotros, o peor, porque nosotros podemos entender más la muerte.
-¿Ser mujer influyó en su forma de investigar a los chimpancés?
-No, no lo creo. Creo que fue más definitivo el no haber ido a la universidad y que siempre amé a los animales. También el haber tenido una madre que siempre me apoyó, y un perro, Rusty, con quien mantuve una relación maravillosa. Nadie había estudiado antes a los chimpancés salvajes. No había método, así que hice como cuando observaba a los pájaros de niña: me senté con paciencia a esperar a que en algún momento me aceptaran, y así sucedió. Leakey me dijo después que no había querido a un universitario, porque no quería a alguien que fuera a la selva a probar una teoría influida por la visión reduccionista de los científicos de entonces.
-Sobre todo al inicio de su carrera, hizo cosas nada habituales para una mujer. ¿Cree que las mujeres siguen teniendo un techo de cristal?
-El papel de las mujeres en el mundo ha crecido mucho desde la primera vez que fui a África. Yo nunca soñé con ser científica. Entonces era impensable. Lo sorprendente fue que mi madre me dejara ir. De hecho, las autoridades británicas no permitían a una mujer joven quedarse sola. Mi madre –de nuevo sorprendentemente– se ofreció a acompañarme. Cuando las jóvenes me preguntan hoy qué van a hacer en un mundo de hombres, les contesto: "Si sientes que es tu pasión, tendrás que demostrar que puedes hacerlo tan bien o mejor que un hombre. Pero no debe importarte: simplemente hazlo. Siempre encontrarás a alguien que apoye tu causa y cada vez irá siendo más fácil".
"Si no empezamos a respetar la naturaleza, las pandemias seguirán produciéndose"
-En perspectiva, ¿qué le impresionó más de los chimpancés?
-Aprendí mucho de las madres, aprendí cómo debía comportarme con mi hijo. Las madres chimpancés se divierten mucho con ellos, juegan juntos en los árboles, les hacen cosquillas y para un pequeño chimpancé resulta determinante tener una madre afectuosa, como hizo mi madre conmigo. El 14 de julio de este año se cumplieron sesenta años de mi primer día en Gombe y hemos comprobado que las hembras con una madre afectuosa que les apoya son mejores madres de adultas y los machos logran una mejor posición en la jerarquía del grupo.
-¿Qué siente cuando está a solas tantas horas en la naturaleza?
-Me siento muy conectada con un gran poder espiritual, y todas las cosas vivas que hay a mi alrededor poseen una chispa de ese espíritu, incluida yo. Es maravilloso: me olvido de que estoy allí, porque también formo parte de todo aquello. Por eso lo echo tanto de menos. Intento regresar a la naturaleza siempre que puedo. Esos días que viví sola en la selva, día tras día, fueron maravillosos, lo mejor de mi vida.
Con su constancia y mirada empática, Jane Goodall revolucionó la etología. Un mono de trapo que le regaló una persona ciega que no renunció a convertirse en mago le recuerda que no hay que tirar la toalla. "Míster H. simboliza el espíritu indómito del hombre, la idea de que nunca debes abandonar, y también mis razones para tener esperanza: la gente joven y la resiliencia de la naturaleza, capaz de restituirse si le damos tiempo. Incluso los animales al borde la extinción tienen una oportunidad. Este espíritu indómito me impide que me resigne a abandonar", concluye. Hoy su semilla crece con la acción de cada grupo de Raíces y Brotes, pero también con el camino que han seguido sus descendientes: su nieta está en el programa de Sudáfrica y su nieto en el de Tanzania.
No discutas con las personas, alcanza su corazón
"Si quieres cambiar la mente de las personas no discutas con ellas, alcanza su corazón", dice Jane y así lo hace en sus charlas al transmitir su enorme amor por la naturaleza y los animales. Se dirige mucho a los jóvenes, pues "el planeta les pertenece y se lo hemos robado", recuerda.
Los jóvenes son, para la primatóloga , la gran esperanza. Por eso les apoya desde el Instituto Jane Goodall a través del programa educativo Raíces y Brotes, que nació en 1991 en Tanzania con 12 estudiantes y hoy cuenta con 700.000 integrantes en más de 50 países. En los grupos se habla de medio ambiente y se trabaja en las soluciones, por ejemplo con campañas de reforestación y combatiendo la pobreza.
En España hay más de cien grupos. "El Instituto Jane Goodall de España está haciendo una gran labor. Tiene al frente gente muy buena y muchos voluntarios. En Senegal hacen un trabajo fantástico; no solo prosiguiendo la investigación con los chimpancés, sino mejorando las vidas de la gente", asegura.