“Tengo, tengo, tengo tres ovejas en una cabaña. Una me da leche, otra me da lana y otra me mantiene toda la semana.” ¿Quién no ha canturreado esta letra durante su infancia? Esta y otras canciones, así como la mayor parte de la información que podemos encontrar sobre los animales en contenidos infantiles e incluso en los libros de texto, nos ofrecen esta visión sobre ellos: están aquí para darnos cosas.
Y no solo existen para darnos cosas, sino que lo hacen encantados. Así nos lo muestran multitud de anuncios y campañas de marketing en las que los animales se nos ofrecen felizmente: vacas cocinando hamburguesas, pollos sonrientes con bandejas de alitas, cerdos cortando jamón... La perversión publicitaria no conoce límites cuando se trata de comercializar productos de origen animal. ¿Os habéis fijado?
Lo que la industria de la lana no te va a contar
Si hay un producto sobre el que existe verdadera confusión es la lana: suaves jerseys, cálidas bufandas, abrigados gorros cuyo material nos evoca la bucólica imagen de apacibles rebaños de ovejas en el campo, animales felices en libertad que de vez en cuando son esquilados “porque lo necesitan”.
Lo cierto es que la lana que consumimos hoy en día no tiene nada que ver con esa representación que habita en el imaginario colectivo, muy por el contrario, procede de una industria cuyos procesos son enormemente dañinos para las ovejas. Una industria en la que estos sensibles animales son terriblemente maltratados y utilizados como meras máquinas de producción.
Como la información es poder para el cambio, vamos a ver a continuación 5 razones para sustituir la lana en nuestros armarios.
1. Manipuladas genéticamente
Las ovejas no necesitarían ser esquiladas si no fuera por la intervención humana. De forma natural, las ovejas producen la cantidad de lana que necesitan para protegerse de las temperaturas extremas, tanto del frío como del calor.
Durante miles de años, estos animales se han seleccionado genéticamente para que produzcan una cantidad completamente desproporcionada y antinatural de lana, llegando en muchas ocasiones a suponer hasta la mitad de su peso corporal.
2. Amputaciones durante el esquilado
Como suele ocurrir en todas las industrias de explotación animal, el beneficio económico está siempre por encima del bienestar de los animales. La producción de lana no es una excepción y a los esquiladores se les suele pagar por oveja, no por hora.
Esto hace que el esquilado se lleve a cabo de forma extremadamente rápida y normalmente supone que las ovejas sufran heridas que van desde cortes en la piel hasta la amputación accidental de ubres, orejas, penes y otras partes del cuerpo.
3. Violencia y agresiones
Las ovejas son animales extraordinariamente sensibles y muy sociales que padecen un gran estrés cuando son alejadas de su grupo, por lo que cuando son conducidas a los establos de esquilado, suelen estar aterrorizadas, se resisten y tratan de huir.
La organización PETA publicó en 2014 una investigación mostrando cómo los operarios propinan golpes, puñetazos y patadas de forma habitual a las ovejas para inmovilizarlas, cómo las lanzan contra el suelo violentamente cuando tratan de escapar y cómo muchas de ellas salen del proceso de esquilado sangrando por la nariz por los golpes recibidos.
4. Mulesing, tortura en nombre de la producción
Debido a la modificación genética que han sufrido las ovejas, su piel es exageradamente arrugada: cuantas más arrugas, más lana produce un solo animal. Pero también más sudor y mayor riesgo de infecciones.
En Australia, el mayor productor de lana del mundo, es habitual el “mulesing” una práctica que consiste en cortar literalmente trozos de piel y carne de la zona que rodea el ano de los corderos, para favorecer que las moscas que depositan sus larvas en la sudorosa piel de las ovejas, lo hagan en esa zona desprotegida y no se dañe el resto de la lana. Así ahorran gastos veterinarios mutilando directamente el cuerpo de estos sensibles animales.
¿Te imaginas un día tras otro con una herida en carne viva?
5. Su efecto en el cambio climático
La industria de la lana no solo hace daño a los animales, sino también a los ecosistemas. Los excrementos de estos animales contribuyen significativamente al efecto invernadero, cuya fermentación equivale a un cuarto de las emisiones de metano.
En Nueva Zelanda, las emisiones de metano proceden en su mayoría de las ovejas y suponen un 90% de las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por el país.
Los residuos generados por la industria de la lana en países como Australia, China o Nueva Zelanda, que son los principales productores y exportadores del mundo, genera altos niveles de contaminación de la tierra y las aguas, encontrándose en zonas cercanas a las granjas niveles de contaminación que exceden los estándares sanitarios.
Como vemos, la realidad de lana no tiene nada de bucólico ni de natural para los más de mil millones de ovejas que se crían cada año en todo el mundo para su producción.
¿Qué podemos hacer para ayudar a estos indefensos animales? Mirar las etiquetas y sustituir la lana en nuestras prendas por tejidos sintéticos. Hoy en día tenemos a nuestra disposición una gran oferta textil para protegernos del frío sin hacer daño ni a los animales ni al medio ambiente.
Porque las ovejas no nos dan lana, a las ovejas se la quitamos.