En un mundo que parece obsesionado con alcanzar la felicidad, pero que jamás la encuentra, las palabras de Rafael Narbona, profesor de filosofía y escritor, consiguen hacernos pensar. Narbona, autor de obras que exploran la condición humana y el sentido mismo de la vida, pasó por Cuerpomente para concedernos una interesante entrevista, en la que nos dejó una reflexión que nos ha dado mucho que pensar.
Vivimos en una sociedad infeliz, así lo demuestran los números. Y por eso, precisamente, debemos detenernos a pensar, ¿qué estamos haciendo mal? Para Narbona la respuesta es mucho más sencilla, y a la vez compleja, de lo que pudiera parecer. Él la descubrió acompañado a su mujer, Piedad, a unas sesiones de quimioterapia. Hoy te traemos su profunda reflexión, que puede hacer que cambies la forma en la que ves tu vida.
El precio de la felicidad
Los datos no mienten. España es el país de Europa en el que se consumen más ansiolíticos y antidepresivos, un hecho que Narbona menciona como reflejodirecto de la insatisfaccióngeneralizada que vivimos. Cabe destacar, además, que somos unos de los climas más envidiados del continente, razón por la que nuestro país es elegido como destino turístico preferido de otras muchas regiones europeas. Y, sin embargo, a pesar de las horas de luz y el clima amable, seguimos siendo los más infelices.
Las tasas de depresión y ansiedad continúan aumentando, afectando tanto a jóvenes como a adultos, y plantean preguntas que es urgente responder: ¿en qué está fallando nuestra sociedad?
“Hay mucha gente que se siente tremendamente infeliz con su trabajo o su pareja”, afirma Narbona. Y es que, posiblemente, nos enfrentemos a un problema de expectativas sociales que, en muchas ocasiones, nos empujan hacia metas que no están alineadas con nuestras verdaderas necesidades. El estrés laboral, la insatisfacción con la vida personal y la desconexión emocional son síntomas de un problema más profundo: hemos perdido de vista lo esencial.
El núcleo de la verdadera felicidad
"Los ancianos mueren solos; los niños están solos en casa", explica Narbona, subrayando cómo la falta de conexión humana agrava la sensación de infelicidad. Aunque el profesor no es el único que lo hace: la OMS ha declarado la soledad no deseada como un peligro contra la salud pública.
En este mundo moderno, en el que la velocidad y la productividad son prioritarias, las relaciones interpersonales han quedado relegadas a un segundo plano.
Sin embargo, la evidencia es más que clara: la verdadera felicidad se encuentra en el afecto y la cercanía, no en la acumulación de bienes materiales o logros superficiales. Así lo prueba el Estudio de Desarrollo Adulto de Harvard, el más ambicioso en materia de bienestar y salud mental, que asegura que el principal predictor de la felicidad son las relaciones personales.
Narbona lo ha visto con sus propios ojos: “Acompañando a Piedad, mi mujer, a las sesiones de quimioterapia, me he encontrado con personas que se quejaban de que sus parejas las habían dejado o no se habían ocupado de ellas”. Estas historias reflejan una carencia fundamental de apoyo emocional y compromiso, que son los pilares de una vida plena.
Los espejismos del consumismo
¿Cómo es posible que nos hayamos alejado tanto del camino? Cuesta imaginar cómo hemos abandonado el calor del hogar, de la familia, del amor y de las relaciones que merecen la pena, en pro de un sistema tan rápido, de usar y tirar. Pero es la realidad. Vivimos en una sociedad que nos impulsa constantemente a consumir más, con la promesa implícita de que la felicidad está a la vuelta de la esquina, en el siguiente reloj de lujo o en el último modelo de teléfono móvil.
Esto, sin embargo, es solo una ilusión. Un espejismo. “Nadie encuentra la verdadera felicidad en un reloj de cuatrocientos mil euros, porque la auténtica felicidad está en sentirte querido por tu familia, tus amigos o tu pareja”, explica Narbona.
El consumismo nos distrae de lo esencial, enfocándonos en metas externas en lugar de en nuestro bienestar interno. Es por eso que es esencial tomar conciencia de este enfoque materialista, que puede llenar vacíos momentáneos, pero que jamás satisfará nuestras necesidades más profundas de conexión y significado. Como bien apuntó Narbona, la felicidad no se mide en cifras, sino en la calidad de nuestras relaciones y en el amor que somos capaces de dar y recibir.