¿Dices a todo que sí? ¿Primas el bienestar ajeno por encima del tuyo? ¿Te sientes mal cuando crees que provocas enfado en otras personas? ¿Te cuesta poner límites a terceros? ¿Te gusta quedar siempre bien? ¿Te rodeas siempre de personas con mucho carácter? Podrías tener el síndrome de la niña o el niño bueno. Te damos las pautas para descubrirlo.
Ser "bueno" por Miedo al rechazo
Las personas tienen y viven emociones y lo sano es experimentar todas y cada una de ellas, incluida la ira o el enfado, de forma bien canalizada y gestionada. Cuando esto no sucede, aparece el popularmente conocido como síndrome de la niña buena o, lo que en términos psicológicos, se denomina hematofobia, que consiste en evitar a toda costa los conflictos. "Estas personas piensan que es malo enfadarse y anulan una parte emocional que forma parte de sí, por miedo a ser rechazados, juzgados o abandonados", explica Pilar Muñoz, psicóloga.
El buenismo se basa en una actitud de sumisión de cara a las relaciones sociales e interpersonales. "Esto supone anular una parte del ser humano, porque no es agradable, pero no podemos evitar el conflicto en nuestra vida por temor a las reacciones de terceros", aclara Muñoz.
Cuando solo cuentan los demás
Las personas con el síndrome de la niña buena, que afecta tanto a mujeres como a hombres, se caracterizan por tener un comportamiento que implica la negación de las propias necesidades.
"Dan prioridad a los otros. Por ejemplo, se quedan sin dinero, pero se lo dan a la pareja, para que no se crea que soy mala persona o se enfaden conmigo", continúa Muñoz.
Esta experta hace referencia a la escasa asertividad o capacidad de expresar las propias necesidades y poner límites de estas personas: "Les cuesta mucho decir no, por miedo a que el otro se enfade y esa actitud va acumulando malestar, porque no es una elección voluntaria, sino que nace de una imposición propia por miedo".
La inseguridad es otra de las particularidades de estas personas, que provoca en bloqueo en su toma de decisiones. "Tomar una determinación requiere confianza y seguridad en uno mismo, pero cuando se vive en función de los demás, es decir, cuando las reacciones y emociones van en función del exterior, no resulta fácil decidir. Hay miedo a molestar a la familia o la pareja y que se enfaden", asegura la especialista.
Muñoz destaca también la dificultad que se genera para establecer límites con el mundo, para preservar el propio bienestar. "El ser humano puede estar dispuesto para la paz o la guerra y debe tener la libertad y coherencia para elegir lo que desea en cada momento", añade.
El círculo vicioso de no poner límites
La tendencia a querer ser siempre buenos crea la disolución del establecimiento de los propios límites frente a otras personas. "Esto es debido a que se quiere agradar en exceso y se actúa constantemente intentando conseguirlo, de forma consciente o inconsciente", advierte la psicóloga. "Esta dinámica puede dar pie a que la persona resulte dañada por terceros y eso genera un círculo vicioso, porque cada vez cuesta más poner esos límites".
Según Muñoz, las personas que responden a estos patrones tienden a dejarse comer el terreno y a mantener constantemente una máscara de agrado y de bienestar a través de posturas impostadas, porque no son personas que elijan esa aparente bondad de forma voluntaria, como un acto generoso o altruista. Su forma de actuar nace del temor, lo que les provoca un profundo malestar.
La pareja y las relaciones que busca quien tiene estos rasgos de personalidad serían contrapuestas a su forma de ser y actuar. "El sumiso siempre busca al agresivo, que no tiene por qué ser en el aspecto físico, sino con respecto a su tono o forma de ser", explica la especialista.
¿Más "mujeres buenas" que "hombres buenos"?
El origen de que la acepción del síndrome de la niña buena se centre en el género femenino se debe a que afecta muy habitualmente a mujeres, aunque no es exclusivo de ellas. "El cerebro de las hembras es más relacional, mientras que el de los machos es más práctico, y ello tiene que ver con las hormonas, como la serotonina o la dopamina", destaca Muñoz.
"Hay emociones que son más habituales en lo cerebros femeninos, como la tristeza y en el caso de los masculinos, se trata de la ira. Pero también influyen otros aspectos, como los sociales, porque la mujer se mantiene como referencia de cuidado y protección de la prole, además de como procuradora de placer al varón", explica la especialista.
Ella asegura que la mujer está educada para enmascarar las emociones consideradas desagradables, como el enfado, y tenderá a expresar otras con más facilidad, como la tristeza. Es una forma de adaptación al entorno donde priman las formas de actuación más masculinas, como la competitividad o la agresividad, para obtener los resultados deseados.
La forma de salir de la dinámica de este tipo de tendencia de la conducta es comenzar por poner límites desde el respeto y decir lo que se siente y necesita, sin descartar expresar todas las emociones, incluso las consideradas menos amables, como el enfado.