La enigmática figura de un laberinto suele provocar una mezcla de sorpresa, fascinación e inquietud. Y esto es así porque se trata de un verdadero símbolo. Recordemos que los signos convencionales (por ejemplo una señal de tráfico), dan una información concreta y limitada.
Los símbolos, se trate de formas de la naturaleza o de especiales creaciones artísticas, contienen un mensaje más sutil dirigido a nuestro ser profundo, con diversos significados según la capacidad e intereses de quien lo percibe. Sin palabras, nos dicen algo que necesitamos saber.
El laberinto como símbolo
El símbolo del laberinto es uno de los más antiguos y extendidos. Lo encontramos, grabado en piedra, en las costas escandinavas o gallegas. También en el pavimento de iglesias medievales. Los peregrinos lo recorrían de rodillas, equivaliendo para ellos a un viaje a Tierra Santa, como en la basílica de St. Quentin (Amiens).
Son laberintos famosos el de Knossos (Creta), el templo de Amenemhet III en Fayúm (Egipto) y en Europa el de la catedral de Chartres (Francia).
El significado espiritual del laberinto
La estructura básica de un laberinto suele ser una figura geométrica de líneas rectas (con frecuencia una cruz) y círculos (espirales), a modo de caminos que se entrecruzan. Su entrada es conocida, no así la salida. Y ese es el reto: encontrarla.
El motivo, pues, de que ver o imaginar un laberinto despierte en nosotros una inevitable fascinación es que se trata de una imagen arquetípica del mundo.
Si bien a partir de la época barroca el laberinto presente en muchos jardines es un motivo lúdico o de divertimento, su origen antiguo es claramente ritual.
Respecto a su significado, simboliza la vida humana, con sus vicisitudes desde el nacimiento hasta la muerte.
Desde un punto de vista espiritual supone la búsqueda de la verdad. Representa la vía iniciática: la transformación alquímica de lo denso (plomo) en sutil (oro); el paso del yo inferior (ego) al verdadero yo (el Sí o Espíritu).
En la terminología cristiana, judia o islámica, supone obtener la salvación. Para los hindúes y budistas, equivale a salir de la rueda del Samsara y su círculo de sufrimiento.
Una de las características de lo laberíntico es que, a modo de juego de espejos, un enigma encierra a menudo otro enigma. Por eso cabe hablar de un gran laberinto construido con pequeños laberintos.
El primero de ellos es el universo mismo, con su infinitud hecha de luz y oscuridad: el firmamento, las órbitas celestes, las estrellas que nacen y mueren... En vano los físicos y astrónomos intentan, desde hace siglos, descubrir su origen y fin: la entrada-salida del laberinto.
El segundo laberinto viene dado por nuestra limitada percepción de la realidad. El tiempo y el espacio nos condicionan, no sabemos qué pasará dentro de una hora, lo que hay a pocos kilómetros o simplemente al doblar la esquina. Los propios sentidos tienden a crear situaciones un tanto laberínticas.
El tercer laberinto es nuestra propia alma o psique, con todos sus recovecos y pasadizos. Sólo con darnos cuenta del sinnúmero de imágenes, ideas, emociones y sentimientos que se mueven en nuestro interior de forma más o menos incontrolada reconoceremos que la experiencia del laberinto es algo bastante cotidiano.
Curiosamente, si observamos la forma exterior del cerebro, con sus sinuosas circunvoluciones, vemos que semeja un laberinto. También si ampliamos nuestras huellas digitales (recordando que son personales y se localizan en la extensión del cerebro que son las manos), comprobamos que se trata de formas que crean misteriosos laberintos. Incluso el propio intestino, con sus curvas y cambios de dirección, lo puede recordar.
Los sabios y poetas han hablado a menudo, sin nombrarlo, del laberinto interior. Como en la célebre paradoja taoísta: "Chuantzú soñó un día que era una mariposa, pero al despertar tuvo la duda de si no sería en ese momento una mariposa que soñara ser Chuantzú... ".
Significado emocional del laberinto: miedo y esperanza
Muchos sufrimientos y angustias derivan de problemas que creemos irresolubles, es decir, de situaciones "laberínticas" aparentemente sin solución.
Hablar del laberinto siempre debería suponer darnos cuenta de su realidad. De nada serviría decir que no existe, que todo es claro y diáfano, que las noticias de injusticias y catástrofes que de continuo aparecen en el televisor son algo irreal.
Estamos pues en un laberinto, es decir, solemos tener problemas... que a menudo creamos nosotros mismos a nivel personal o colectivo.
El laberinto nos habla, en suma, de las dos experiencias básicas de la vida: el miedo y la esperanza. Todas las demás derivan de ellas.
La estructura que adopta nuestra sociedad, lo que incluye desde sus instituciones a sus edificios y sus diversiones, se basa en querer sentirnos lejos del miedo y cerca de la esperanza. Esos son los materiales, a modo de ladrillos psicológicos, con los que está construido el laberinto de nuestras vidas.
Pero esta ansiedad existencial, en aumento debido al trepidante modo de vida actual, no es la única cara de la moneda. De la misma forma que no hay oscuridad sin luz (aquella es solo ausencia de esta), no hay motivo para el completo pesimismo.
El símbolo del laberinto señala los problemas, pero también que hay siempre una salida. Vivimos continuamente pequeñas y grandes experiencias luminosas, pero a menudo no nos damos cuenta. Del mismo modo que quien recorre un laberinto puede pasar delante de la buena dirección sin seguirla y vuelve así al punto de origen o a un callejón sin salida.
Tan importante es liberarse de los falsos miedos (por ejemplo, "Si no gano mucho más dinero todo irá mal..."), como de las esperanzas vanas ("todo será perfecto de ahora en adelante..."), sin entender que siempre hay dificultades.
Es más recomendable apreciar las cosas buenas de la vida, a menudo más sencillas e inmediatas de lo que creemos, y tener confianza en la luz que hay detrás de las apariencias, pues el laberinto es siempre relativamente ficticio, una construcción mental.
¿Cómo se sale de un laberinto interior?
Salir del laberinto supone ir más allá del miedo y la esperanza en el sentido de limitaciones ilusorias. Pues ambas actitudes tienden a aprisionarnos, a reforzar las paredes del laberinto. Y la verdadera libertad se encuentra fuera de él.
Vivir es aprender a vivir, aunque suene redundante. Tanto de lo que gusta como de lo que desagrada, siempre se aprende. Esa experiencia que cada cual va teniendo con el paso de los años es algo precioso si sabemos destilar su esencia.
El simbolismo fundamental del laberinto indica la necesidad de alcanzar un centro, un espacio de verdadera paz. Supone pasar de las tinieblas de la ignorancia a la luz del conocimiento, del amor limitado al universal.
No son palabras bonitas, es lo que han dicho grandes personajes de la historia como Jesús o Buda. Curiosamente, su mensaje no es de angustia o desánimo.
El primero recomendaba vivir como los pájaros, confiando en la Providencia. El segundo aconsejaba calmar la mente y el corazón, para purificar las percepciones y ver las cosas tal como son en su esencia: luminosas y amables.
Todos aquellos que han alcanzado la iluminación o plenitud constatan dos verdades: que existe el sufrimiento (entrar en el laberinto) y que es posible hallar solución al mismo (salir del laberinto).
Elevados simbolismos, mitologías, cuentos infantiles o pasatiempos como el juego de la oca, hablan de estas mismas cosas. Que hay problemas y sufrimientos, que la vida está llena de pruebas, pero que estas pueden superarse.
Para salir del laberinto el budismo recomienda no generar harma negativo, es decir, abstenerse de las malas acciones, palabras y pensamientos. Asimismo, purificar el harma ya generado mediante las prácticas espirituales.
Cabe poner aquí el ejemplo del budismo, pero todas las vías de sabiduría hablan de modo semejante. También nos avanzan un secreto: no hay que buscar la salida fuera, sino dentro, en lo profundo del corazón.
El laberinto señala un problema, dificultad o confusión, pero que hay siempre una salida, una esperanza real.
Para no perderse en el laberinto...
Nadie puede evitar problemas e inconvenientes. Pero está en nuestras manos cultivar aquello que en vez de generar más confusión (sensación de laberinto) aclare la percepción de las cosas, como por ejemplo:
- Sentir. Ser conscientes de las sensaciones corrientes (comer un melocotón, oler una flor, tocar una piedra ... ), como si se tratara de la primera vez, purifica nuestros sentidos de la inercia del tiempo.
- Pensar con calma. La sociedad actual tiende a la inmediatez. Demasiado a menudo las imágenes generan emociones automáticas. Analizar tranquilamente un problema, profundizar en sus causas, ayuda a solucionarlo.
- Respirar profundo. El simple hecho de inspirar y espirar nos comunica con el mundo exterior e interior. Hacerlo profundamente y con un ritmo tranquilo ayuda a apaciguar la mente y cambiar una visión distorsionada de las cosas.
- Amar sin interés. Expandir el amor natural que sentimos por los nuestros en forma de respeto y calidez hacia el mundo en general, es una manera de contribuir al bien común. El amor desinteresado es una luz en el camino para hallar antes la salida del laberinto.
- Bellas artes. Muchas obras ayudan a crear armonía al basarse en proporciones humanas y cósmicas adecuadas: arquitectura egipcia, griega o cristiana medieval; pintura paisajística china; música hindú o árabe, folklórica, del barroco; etc.
- Meditar. Tener momentos de recogimiento interior es como descansar junto a un oasis. Creer en algo superior, bueno y luminoso ayuda a superar las pruebas de la vida, como reconocen hoy médicos y psicólogos. Rezar o meditar supone orientar la conciencia hacia su fuente y sentir que no se está solo en medio del laberinto.
El mito del laberinto y el hilo de Ariadna
De entre los mitos y leyendas relativos al laberinto, destaca el que se refiere al construido en Creta en el palacio de Knossos por el arquitecto Dédalo, siguiendo las órdenes del rey Minos.
Era subterráneo y en él vivía el Minotauro, con el cuerpo en forma humana y la cabeza de toro, al que se sacrificaban cada año jóvenes atenienses de ambos sexos.
Para terminar con esta situación, el valiente Teseo decidió adentrarse en el laberinto y matar al monstruo. Pero la verdadera dificultad consistía en lograr salir de las tortuosidades del antro.
Para ello tuvo la ayuda de Ariadna, hija de Minos, quien le dio un ovillo de lana que él fue soltando conforme avanzaba y le permitió rehacer el camino.
Este simbolismo puede explicarse, por ejemplo, a la luz de la metafísica hindú debido a su universalidad.
Para esta, tanto el alma del mundo como la nuestra propia son como un tejido constituido por tres tipos de hilo que representan las tres cualidades esenciales (gunas): luminosa o ascendente (satva), horizontal y pasional (rajas) y descendente u oscura (tamas).
El mito del Minotauro representa un viaje al interior de uno mismo para vencer las fuerzas oscuras personificadas en la figura del monstruo (lo tamásíco en nosotros).
Teseo es el héroe, la energía rajásica en el sentido de la parte más noble y activa de nuestra alma. Por su parte Ariadna simboliza la inspiración de lo alto, la luz sátvíca que permite orientarse en medio de la oscuridad. De lo profundo emergió Teseo transformado por su combate interior.
No es que el Minotauro no debiera existir, del mismo modo que sin la energía de la cohesión material no existiría nuestro universo. Lo que sucedía es que cada vez exigía más y más sacrificios, del mismo modo que el excesivo apego a lo material enturbia la visión de la realidad.
El Minotauro era el origen del laberinto y el que impedía la libertad, al igual que lo hace nuestro ego inferior. Vemos pues que, como sucede en todos los relatos simbólicos, se está en el fondo hablando de nosotros mismos.
Todos somos Teseo y podemos vencer la tiranía del Minotauro con ayuda de la sabiduría personificada en Ariadna.
Libros de laberintos
- Laberintos; Gernot Condolini. Parramón Ediciones
- El libro de los laberintos; Paolo Santarcangeli. (Pról. de Umberto Eco). Ed. Siruela