Desde que en el siglo II, el escritor romano Lucio Apuleyo escribiera el relato de Eros y Psique, pocos mitos han tenido tanta influencia en la filosofía y las artes.
Psique significa en griego “mariposa” y también “alma”, y la princesa Psique es la encarnación misma de la mente o el alma humana y de la pura belleza.
La historia de Eros y Psique
Cuenta Apuleyo que era tan hermosa que la gente acudía de todas partes a verla y honrarla, hasta el punto que su fama comenzó a eclipsar a la propia Venus. Indignada de que una simple mortal recibiera tales honores, la diosa encargó a su hijo Eros (Cupido) que la hiciera enamorarse del hombre más miserable que encontrara.
Por su parte, Psique detestaba secretamente su belleza. Mientras sus hermanas se habían casado, ella ni siquiera tenía pretendientes. El padre, preocupado, consultó al oráculo y la respuesta no pudo ser más desoladora: debía abandonar a la muchacha, engalanada para la boda, en lo alto de una montaña y allí la recogería el que habría de desposarla: un monstruo cruel, con alas y veneno de serpiente y tan poderoso que los mismos dioses le temían.
Con gran dolor dejó a la muchacha en la cima, pero cuando se encontraba sola y desesperada, el viento céfiro la recogió, posándola sobre un lecho de césped en un profundo valle. Se quedó dormida y al despertar vio que se hallaba junto a una floresta de grandes y frondosos árboles, en medio de la cual había un palacio prodigioso. Allí se dirigió y una voz le invitaba a gozar de los placeres que albergaba el misterioso lugar.
Al caer la noche, Psique sintió a su lado la presencia del esposo vaticinado por el oráculo y, aunque no podía verlo, no le pareció en absoluto repulsivo, de modo que se amaron dulcemente en la oscuridad. Antes de amanecer, aquella presencia desapareció, y a partir de entonces a cada noche de amor sucedía un día de soledad sin que en ningún momento la esposa vislumbrara el rostro del amado.
El peso de la desconfianza
Al cabo de unas semanas, Psique sintió deseos de ver a su familia e insistió tanto a su esposo que consiguió que pudieran venir sus hermanas a visitarla. Cuando estas llegaron, vieron la opulencia en la que vivía y tuvieron envidia, y al saber que estaba embarazada, sembraron dudas en su corazón sobre la naturaleza del niño que habría de tener con una bestia tan horrible como la anunciada por el oráculo.
Al acostarse, Psique siguió el consejo de sus hermanas, esperó a que su esposo se durmiera y se acercó con un candil encendido y armada con un cuchillo. Pero en el lecho vio a la más mansa y dulce de las fieras: el joven dios del amor, el hermoso Eros. Contempló su cuerpo embelesada y por descuido dejó caer una gota del aceite hirviente de la lámpara sobre él.
Eros despertó dolorido y antes de abandonarla le reprochó muy enfadado: “Por ti he desobedecido a mi madre y en vez de darte a un hombre indigno, me he herido a mí mismo enamorándome de ti”. Psique, afligida, vagó por el mundo buscando a su amado, pero este se encontraba postrado por la llaga que le causara la quemadura, de tal forma que el amor desapareció del mundo.
No había ya placer, ni gracia ni hermosura, se había perdido el encanto de la vida y la naturaleza se ensombreció, tornándose todo grosero y sucio. Venus, enojada, sometió a Psique a toda clase de trabajos y humillaciones, pero finalmente Amor, que tampoco podía vivir sin Psique, ascendió al Olimpo para pedir a Júpiter que bendijera su matrimonio. Júpiter intercedió ante Venus, logró la reconciliación y otorgó la inmortalidad a la muchacha, antes de celebrar las bodas que unieron para siempre a Eros y Psique.
La lección tras el mito de Eros y Psique
La historia de Eros y Psique coloca a la pura y desnuda belleza en el camino del espíritu. Podemos así entenderla como un estado del ser, más que como un rostro o una apariencia física. Por eso, cuando Psique reniega de su propia naturaleza o cede al miedo y la desconfianza, comienza el desencuentro y la enfermedad que solo el amor puede curar.
Los cuentos hacen continua referencia a este conflicto. Nada más empezar, nos dicen que el príncipe era apuesto; la princesa, bellísima; el sapo o la bestia, feos y repulsivos. Pero el conflicto forma la parte esencial de una historia universal cuyo desenlace ha de ser la restauración de la justicia y la belleza para que el reino recobre su armonía. La oruga se convierte en mariposa y el patito feo en cisne, los enamorados se casan y viven felices...
En el mundo real, como en el cuento, hay tantas resonancias entre afuera y adentro, el que contempla y lo contemplado, que podemos afirmar que creamos el mundo que nos crea y sostiene.
No hay belleza sin amor en la mirada del que contempla, y cuando Eros y Psique dejan de mirarse a los ojos, el universo entero se vuelve frío y estéril, la vida pierde sentido y es preciso instaurar un nuevo orden.
La dimensión alegórica y poética del relato revela esa relación sublime que determina el equilibrio del alma, pero también de la sociedad y de nuestro mundo. Porque Eros es el dios que amalgama la vida, une a las criaturas y forja los vínculos que nos permiten relacionarnos con el alma de cada ser, pero también con la “psique” que posee todo lo que tiene alguna entidad: una habitación, una casa, una calle, un paisaje, un país, un planeta...
El conflicto de Psique fuera del cuento
Caminando por las calles de algunas de las ciudades del País Vasco en los años ochenta, se percibía que el fin de la cultura y el paisaje tradicional, la muerte del bosque y del río y el triunfo de una industria contaminante, sórdida y gris, sin ética ni estética, la pérdida en suma de la identidad y la memoria, eran el germen del conflicto político, social y ecológico.
Gran parte de los males que aquejan a los seres humanos y al planeta en el que vivimos se deben a esa falta de empatía, entendimiento y afecto hacia nosotros y lo que nos rodea, y rara vez hallaremos remedio en los actos épicos y heroicos a los que la humanidad se entrega con tanta facilidad so pretexto de salvar el mundo.
Como dijera Miguel de Cervantes: “la hermosura que se acompaña con la honestidad es hermosura y la que no, no es más que un buen parecer”. Es la clave para recomponer todo aquello que se corrompe y degenera.
Hemos visto demasiadas veces a Psique morir de dolor y renacer de sus cenizas, como cuando llegó a nuestras costas la marea del Prestige y nos convertimos en hormiguero, formando una marea blanca de dignidad y solidaridad. Hacen falta muchas mareas blancas para eliminar el chapapote, la fealdad y la decadencia que asolan la vida social y política; para defender la cosa pública, el agua, el árbol, la tierra. Para solucionar los conflictos que se producen dentro y fuera de nosotros mismos.
Llenar el mundo de poesía
La poesía nos ayuda siempre a levantarnos de nuevo. Es el último reducto de humanidad y conciencia. No sabe, no produce, no se doblega, no tiene doctrina ni fluye por cauces establecidos, no se conquista ni se acumula y siempre, siempre, se opone a la mediocridad y la injusticia. En todas sus versiones, el amor es el norte, un medio y un fin, y Psique lo atrae como la llama a la mariposa. El juego de la vida es así de misterioso y apasionante. Amor y Belleza se retroalimentan y crecen, o bien dejan de mirarse y el mundo se detiene.
Impregnarnos, rodearnos y vestirnos de belleza, disfrutarla y cultivarla desde los pequeños gestos, tiene un efecto inspirador y una capacidad restauradora de nuestro espíritu de la que pocas veces somos conscientes. Sin embargo, es enorme la influencia que ejerce sobre nuestro ánimo una música, un poema, un rostro, un jardín o un paisaje...
El universo que nos rodea y alienta y se mira en nosotros. En uno de los más hermosos cantos a la Belleza, la Oda a Psique, John Keats venera como a una diosa a la mítica doncella: “Seré tu sacerdote y levantaré un templo en alguna región virginal de mi mente. (...) y habrá para ti una ventana abierta en la noche para que entre el cálido amor”. La receta del poeta inglés es infalible: “cultiva la belleza y recorre todos sus senderos”, parece decirnos.
Eros ha vuelto a fijarse en nosotros cuando dejamos que la poética venga a rescatarnos a través de los versos de Eugenio Montejo:
La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
ni siquiera palabras.
Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,
pero tan intenso que el corazón palpita
demasiado veloz. Y despertamos