Puede que la llames ‘corazonada’ o bien que pienses en ella como un ‘sexto sentido’. Pero, la llamemos como la llamemos, nadie ignora el valor de la intuición, esa alerta interna que nos ayuda a evitar algunos peligros o a dar con soluciones difíciles de encontrar.
La intuición no es un don de pocos, ni un asunto de dotados ni menos aún, un asunto de género. Quiero decir que, en mayor o menor medida, todos somos intuitivos. Todos llevamos una brújula interior que, aunque no comprendamos del todo cómo funciona, está dispuesta a guiarnos en el difícil arte de navegar por nuestra propia vida.
Los que tenemos hijos o hermanos pequeños nunca olvidaremos la desarrollada percepción de la que gozan todos los bebés: es sorprendente comprobar cómo saben de inmediato quiénes los aman bien y mucho, o en qué vínculos de su entorno abundan los conflictos y la tensión.
Cuando la razón se impone
El intelecto de las personas tiene, por definición, un único recurso para intentar comprender la realidad externa: la razón. Por ello repite, una y otra vez, los mismos mecanismos. La razón fija creencias, saca conclusiones, compara y sopesa para, en el mejor de los casos, discutir la realidad, reemplazando lo percibido por una versión mejorada, por una interpretación.
Esta, a su vez, nos lleva a sustituir lo viejo por otras nuevas afirmaciones hasta llegar a algún concepto satisfactorio, aunque sea transitoriamente, de lo externo.
Dicho de otro modo, la lógica y la razón son, por definición, métodos “indirectos” que dan vueltas y más vueltas alrededor de la realidad, sumando miles o millones de percepciones e interpretaciones hasta lograr una imagen interna compatible con el propio y vigente sistema de creencias.
Dicen que un día la memoria y el orgullo discutían acaloradamente:
–Fue así –decía la memoria.
–No puede haber sido así –decía el orgullo.
Dicen que midieron sus fuerzas al mirarse... y que la memoria se dio por vencida.
Apoyarse en los sentimientos
A diferencia de la conclusión lógica de la razón, el “darse cuenta” elige un método casi opuesto: el de apoyarse en lo vivencial, en los sentimientos o en lo imaginario. Intenta relacionarse con las cosas, con las personas o con las situaciones súbita, global y espontáneamente.
Si la consecuencia de lo racional es entender un problema y evaluar posibles soluciones, la consecuencia del “darse cuenta” es, en cambio, intuir la esencia de lo que está sucediendo y visualizar una salida o una comprensión diferente de la realidad.
Hay distintos tipos de intuición. Para algunos autores, es incluso distinta en cada persona. Para la mayoría de nosotros, es una experiencia sensible en la que una sola mirada parece bastarnos para percibir por completo una situación o en la que una sola palabra nos deja captar las características de una persona que no conocíamos.
Solo la intuición puede ayudarnos a establecer relaciones útiles, similitudes y diferencias entre cosas aparentemente no vinculadas
Así, la intuición parece penetrar las cosas hasta captar su esencia, su estructura o su evolución, su pasado o futuro, empujando desde allí una serie de asociaciones que podríamos describir como respuesta básicamente espiritual.
Por definición, la intuición es el conocimiento inexplicable, instintivo y artístico de la realidad en un momento puntual que nos permite llegar a decisiones o a conclusiones sin necesidad de transitar los procesos explícitos o conscientes del pensamiento formal. Muchas veces, este proceso está asociado a la capacidad para presentir algún acontecimiento, para anticiparse a lo que seguirá o, por lo menos, para percibir lo que no todos perciben.
Por supuesto que también en esta área aparecen los incrédulos, quienes sostienen que estas intuiciones de futuro son el mero resultado de la casualidad. Cuando se argumenta a estos cientificistas acerca de la frecuencia de estos episodios, sugieren, no sin razón, que dicha estadística está siempre viciada por el hecho de que lo imaginado toma valor y es recordado cuando resulta coincidente, pero es olvidado por completo cuando no lo es.
El escritor Mark Twain ironizaba diciendo que “un hombre con una idea nueva es siempre un loco hasta que la idea triunfa. Entonces, se vuelve un genio”.
Para nosotros, y sin ánimo de ser conciliatorios, la intuición es una herramienta más de nuestra lista de recursos. No es ni la única ni la más importante, pero es una herramienta al fin y al cabo.
Se trata de un recurso que todos tenemos y cuyo mérito no deberíamos despreciar. De hecho, es un potencial que, como todos, podemos desarrollar y ejercitar.
¿Podemos intuir el futuro?
El destino es un concepto presente en casi todas las religiones y culturas; más o menos se define con la idea de que todo está predeterminado y/o es parte de un “plan” mayor. Desde este punto de vista, la intuición sería la capacidad de conectarnos con eso que ya “está escrito”.
Según la mirada de la razón, que evalúa la realidad como la compleja interacción de muchas relaciones causa-efecto, el futuro es siempre la consecuencia forzosa y lógica de la realidad ya existente. Desde este punto de vista, si se tuviera memoria suficiente de todo lo sucedido y se registrara exactamente todo lo que ahora ocurre, no sería difícil anticipar lo que sigue.
Intuir sería la expresión de un acceso momentáneo e inexplicable a esas bases de datos completas y globales que permiten conclusiones anticipatorias o geniales.
Todos sabemos que, muchas veces en lo cotidiano, nos basta con mirar a una persona conocida o cercana para darnos cuenta de que está cansada, enferma, triste o asustada, especialmente si la miramos con los ojos del corazón y más aún si esa persona es importante para nosotros. Pero, si este mecanismo intuitivo es normal y natural, ¿entonces por qué no lo tenemos siempre disponible?
Uno de los grandes componentes del poder de la intuición es el estar disponibles, el estar conectados incondicionalmente con la realidad interna, como lo hacen los niños. Como dice Antoine de Saint-Exupéry en su dedicatoria de El principito, “todas las personas grandes han sido antes niños. Pero pocas lo recuerdan”.
Es esta amnesia de lo que fuimos lo que parece condenarnos a perder, por lo menos, parte del maravilloso potencial intuitivo que teníamos de pequeños.
De adultos, mientras más rechazamos las cosas, menos las entendemos; mientras más deseos tenemos, menos disponibles estamos para otras cosasMientras más nos concentramos en una sola cosa, menos amplios nos volvemos.
Intuir es saber lo que pasa y, para eso, hay que estar dispuestos a ver. Abrirse al cambio, ceder el poder, tener una visión global y dejarse sorprender
Son características, todas ellas, asociadas por la ciencia moderna a la actividad del hemisferio cerebral no dominante (la mitad derecha del cerebro, en los diestros).
Cómo practicar la intuición
Es por lo dicho por lo que muchos de los métodos desarrollados por la neurociencia y que hoy sabemos que estimulan estas zonas cerebrales podrían servir con seguridad para fortalecer nuestra intuición.
Y, además, escuchemos nuestro cuerpo, imaginémonos haciendo lo que no hicimos, miremos el mundo con interés y atención casi infantil, riamos y juguemos como infantes más frecuentemente.
Aquí te propongo un sencillo ejercicio para poner en marcha nuestra intuición y poder escuchar nuestra poderosa brújula interna.
- Relajémonos sentados cómodamente.
- Imaginemos que nos adentramos en un frondoso bosque. Podemos sentir la frescura y el olor de las hojas.
- Llegamos a un claro, en el centro del bosque. Allí hay un círculo de piedras.
- Tomémonos nuestro tiempo y luego entremos en el círculo de piedras.
- Un anciano aparece en el claro y entra con nosotros en el círculo.
- Respiremos profundamente y hagámosle una pregunta de algo que nos importe.
- Atendamos su respuesta.
- Agradezcamos y despidámonos de la presencia y del lugar.
- Volvamos a nuestro lugar en el presente y meditemos la respuesta recibida.