El poder de la risa se ha demostrado en numerosos estudios e investigaciones. La risa es terapéutica, y, aunque no ayuda a curar ninguna enfermedad, sí la puede hacer más llevadera.
Es cierto que no es fácil ponerle humor a la vida cuando esta está completamente del revés; sin embargo, puede echarnos una mano, porque como dice Sergio de la Calle: “en medio del caos, el humor es la brújula para orientarse; en los accidentes emocionales, un airbag; y, en la oscuridad, un faro”.
El sociólogo, escritor y conferenciante publica su nuevo libro La risa asusta al miedo (Plataforma Actual), con el que ha conseguido el Premio Feel Good, y con el que, sobre todo, pretende compartir su experiencia personal y estudios sobre el poder del humor y la risa en nuestras vidas. Y es que, diciéndolo con sus propias palabras, siempre hay espacio para el humor, pase lo que pase.
Reivindicar el humor ante los problemas
¿Por qué escribiste este libro? ¿En qué te ha ayudado la risa para que le debieras un libro?
Me gusta eso de si le debía un libro a la risa. Diría que sí. Curiosamente yo encontré los mayores beneficios del humor en el sitio donde menos se ríe la gente: en el trabajo.
El humor, en el ámbito profesional, me ayudó bastante a ser más efectivo; a aclarar una idea, a hacer memorable un mensaje, a capturar la atención, a lubricar una negociación… Además, me sirvió como elemento diferenciador y diría que ha sido una ventaja competitiva en mi carrera. De ahí nació Lidera con sentido del humor, mi primer libro, y con el tiempo, los asistentes a mis conferencias sobre el tema me hicieron ver el poder del humor ante los problemas de la vida. Entonces pensé: estamos en el momento perfecto para reivindicar el humor, porque parece que nos vamos al carajo... Así afloró La risa asusta al miedo, que es mi quinto libro.
¿Tenemos miedo de reír? ¿Históricamente está mal vista la risa?
El humor se ha denostado desde el origen de los tiempos. Y de la mano de pensadores muy notables, como apunto en el libro. Ya Platón afirmó en La República que el humor distraía a la gente de asuntos más serios, y por eso los guardianes y las personas de mérito no debían reírse.
En el campo de las letras, para Aristóteles solo había dos géneros respetables, que eran la tragedia y la epopeya, y establece una diferencia clara entre la tragedia y la comedia. Según él, esta última se ocupa de caracteres de un tipo inferior y, desde el punto de vista estético, lo risible es entendido como un defecto. En La Poética, al referirse a las comedias, dice que presentan a los hombres peores de lo que son en la vida real, a diferencia de las tragedias, que los representan mejores.
Todo eso ha tenido un peso en la consideración de la risa. En nuestros tiempos, las redes sociales también han tenido un efecto negativo en el humor: han multiplicado el miedo a ofender. Eso ha inhibido a muchos a la hora de usarlo en el día a día.
La risa y el humor siguen teniendo enemigos hoy
Dedicas todo un apartado de tu libro que a los enemigos de la risa de hoy día. Háblanos de ellos, ¿quiénes son?
Son los que llamo en el libro, con ironía, los “humorodeprimidos”. Este trastorno se reconoce por la reducción gradual de la capacidad para generar (e incluso entender) el humor, al tiempo que se incrementa, en igual proporción, la capacidad para ofenderse o molestarse.
Los clasifico en 4 tipos: los primeros están relacionados con la crítica de los pensadores clásicos que mencionaba antes, pues consideran que las personas que utilizan el humor no son inteligentes; luego están los que no usan el humor por miedo a ofender a otros; también los que consideran que la vida ha sido muy dura con ellos y les consumió la cuota de humor que se les había asignado; finalmente, están lo que creen que la risa es para los pobres, par el pueblo llano y vil, por ser señal de bobaliconería, falta de elegancia o ambas cosas. Como toda afección, a cada uno le doy su receta en el libro.
Sin humor no hay empatía
Hemos interiorizado que poner notas de humor en sucesos graves está mal. Tú, sin embargo, ofreces una visión distinta. ¿Nos podrías explicar por qué?
Hemos entronizado la seriedad. Como explico en mi otro libro Divertirse trabajando, “serius” en latín significa “de peso, importante, verdadero”. Este adjetivo en latín clásico nunca se aplicaba como hoy a las personas, sino a las cosas. Para las personas se empleaba el adjetivo “severus”, que, como indica la RAE, tiene que ver con “áspero, duro en el trato o el castigo”. Con la ausencia del humor, no se consigue seriedad sino severidad, que no es nada bueno cuando alguien está pasando un mal momento.
Cuando afrontamos un problema, poder hacer una broma nos devuelve al control. De alguna forma, empezamos a dominar ese problema. Le quitamos poder y nos lo otorgamos a nosotros. El humor no soluciona el problema, pero es el primer paso para solucionarlo. La luz al final del túnel siempre empieza con una risa compartida.
¿Qué puede hacer la risa ante un problema de salud?
La risa no sana, eso hay que decirlo. Es buena para la salud, tiene efectos analgésicos en el sentido de reducir el dolor, pero no cura. Y sin embargo, sin sanar, es sin duda sanadora. Nos eleva y nos da perspectiva. Y tiene un efecto muy importante: tranquiliza a nuestros seres queridos. Les demuestra que tienes una enfermedad, pero no eres un enfermo.
En el libro, hablo de la propia experiencia de mis padres, con sendos cánceres y como su experiencia ayudó a la mía, cuando me diagnosticaron cáncer de tiroides en 2015.
En estos casos graves, donde parece que la risa no tiene cabida, pero sí la tristeza, dices no hay que forzarla, sino simplemente esperar a que vuelva. ¿Cómo se espera en esos casos a que vuelva la risa? ¿Podemos entrenarla?
En un libro que trata sobre el valor del humor en la vida hay que resaltar que tenemos derecho a sentirnos tristes de vez en cuando, y si ese sentimiento, por lo que sea, nos embarga de forma sostenida, no hay que enmascararlo con una sonrisa falsa. Es una pésima estrategia. El humor ayuda en muchos sentidos, pero no arregla nada por sí solo.
Si de forma persistente alguien se siente triste y vacío, desanimado, derrotista… no hay que ignorarlo o, peor, cometer el error de esconderlo tras su mejor sonrisa.
Hay que hablarlo. Hablar de determinados pensamientos rumiantes es difícil pero más difícil es escuchar. Tendemos a minimizar, relativizar o incluso resolver los problemas del otro pensando en que se sienta mejor. Un buen escuchador evita frases como “no es para tanto, te estás ahogando en un vaso de agua…”, “lo que tienes que hacer es dejarte de …” o “ eso no es nada, a mí me pasó algo similar…”.