El verano en el que di accidentalmente con un vídeo sobre cómo viven y mueren los animales en granjas y mataderos me quedé sobrecogida. Atascada entre intentar contarme que aquello no podía ser lo normal y la completa desolación de comprender que muy probablemente sí lo era.
Durante los siguientes días me dediqué a revisar información durante horas sobre el tema. Había dos preguntas que me asaltaban constantemente. ¿Cómo es posible que haya silencio frente a esto? ¿Cómo puede ser que nuestra sociedad no se encuentre alarmada y consternada ante semejante crueldad?
2.000 animales son asesinados cada segundo
Lo que me resultaba realmente incomprensible y atronador era el silencio. Una tragedia de tal magnitud solo puede llamarse guerra, hablamos de 60.000 millones de animales matados cada año para satisfacer nuestros hábitos de consumo.
345 millones de animales terrestres y 145 millones de toneladas de peces al día. Porque los peces ni siquiera se cuentan por individuos, sino por toneladas. 2.000 animales cada segundo. Cada segundo.
Las cifras son tan escandalosas que cuesta imaginarlo. Es difícil ver a los animales tras esos números, comprender que cada uno de ellos ha protagonizado una historia de miseria y crueldad.
Hay pocas cosas tan violentas como la industria de explotación animal y esas fábricas de animales donde el valor de sus vidas viene determinado por el precio del mercado. Son considerados recursos de los que sacar la mayor rentabilidad posible y por tanto, son tratados como tal.
El maltrato contra los animales en las granjas
Los animales en las granjas industriales viven una pesadilla desde su primer día.
Para abaratar costes, son hacinados en naves donde nunca entra la luz del sol ni el aire fresco, pasando día y noche en espacios tan reducidos que apenas pueden darse la vuelta o extender sus alas.
Para abaratar costes, los animales enfermos no suelen recibir atención veterinaria, resulta más económico dejarlos morir cuando sus heridas se infectan o son atacados por enfermedades.
Para abaratar costes, son sobrealimentados e inmovilizados, así alcanzan en menos tiempo el peso suficiente para ser enviados al matadero.
Para abaratar costes, los cerdos bebés son castrados sin anestesia y los pollitos macho que no son útiles a la industria del huevo son triturados vivos.
El pasado 10 de diciembre se celebraba el Día Internacional de los Derechos Animales, fecha que se hace coincidir con el Día de los Derechos Humanos. Las fechas coinciden para recordarnos que los mismos valores de respeto y solidaridad que defendemos para nuestros semejantes, deben ser extendidos también a nuestros compañeros de planeta.
La industria cárnica oculta la realidad de lo que ocurre tras sus muros
Esos compañeros de planeta que pese a ser millones, son invisibles y pasan por el mundo como sin hacer ruido. Sus llamadas de auxilio son acalladas por poderosas industrias que invierten presupuestos ingentes en campañas de publicidad para asegurar que consumamos sus productos sin la menor incomodidad.
Para abaratar costes son sometidos a una tortura diaria
Así, encontramos con facilidad anuncios donde los animales nos ofrecen felizmente su carne en bandejas, pollos alegres en el asador, vacas que ríen. Horas de televisión y anuncios a toda página para reforzar la cultura de la carne y sus valores asociados. Productos en los supermercados tan procesados, tan limpios de sangre, tan envasados al vacío, tan envueltos en su papel film que en nada nos recuerdan su procedencia.
Así se construye el silencio: invisibilizando a las víctimas.
Así se rompen los muros: con información.
Veganismo: la revolución empieza en tu plato
Ver a los animales es el primer paso para construir una sociedad menos violenta con ellos. Verlos desde una mirada de responsabilidad, sabiendo que cada decisión cotidiana que tomamos puede impactar directamente en sus vidas. Atrevernos a mirar sus ojos al otro lado de los barrotes y sentir su absoluta indefensión.
Ponernos las gafas de rebobinar antes de elegir nuestro menú y hacernos así conscientes de lo que ha tenido que ocurrir para llenar algunos platos. Posicionarnos, al fin y al cabo, del lado de quienes no pueden defenderse, de los más débiles, los más olvidados, los que ni siquiera tienen voz para reclamar sus derechos. Los animales necesitan urgentemente nuestra solidaridad y tenemos un gran poder para ayudarlos.
Por eso defiendo empezar la revolución con nuestro carro de la compra. Con lo que elegimos para llenar nuestras cestas y lo que decidimos dejar en las estanterías para decir NO a la guerra contra los animales.
En este mismo momento hay millones de animales encerrados, enfermos, angustiados, aterrorizados mientras esperan su turno en el matadero.
Para todos ellos, somos su única esperanza.