Desde la infancia, nuestro impulso natural es el de intentar encajar, ser como los demás para obtener la aceptación del grupo. Sin embargo, ¿nos ayuda eso a ser más felices? La respuesta es "no". Un requisito esencial para la autoestima es reconocerse y aceptarse en aquello que nos hace únicos y especiales.

Todo el mundo se ha sentido alguna vez un bicho raro. A partir de la adolescencia es común percibirse diferente, tener la impresión de que nadie nos comprende, lo cual nos lleva al aislamiento y podemos llegar a entrar en una crisis existencial. Recuerdo a un amigo y artista que, en su juventud, me confesó que le habían dado "un traje demasiado grande" al venir a la vida. Me parece una buena imagen para lo que es saberse extraño en un mundo rutinario, como Bowie caminando por la playa vestido de payaso en su vídeo Ashes to Ashes. Tal vez porque es la época de reconocer la propia singularidad, a esta edad temprana se leen novelas como "El lobo estepario", de Hermann Hesse, donde el protagonista entra en un teatro mágico donde un cartel reza: «Entrada solo para locos, la entrada cuesta la razón». Quizás ese teatro representa el mundo en el que vivimos, y no solo el de ahora.

 

¿Hay alguien normal?

Solo los locos pueden ser interesantes, concluye el neurólogo francés Boris Cyrulnik, conocido por su trabajo con la resiliencia: "La vida es una locura, ¿no es cierto? Por eso es apasionante. Imaginen que somos personas equilibradas con una vida apacible, no habría ni suceso, ni crisis, ni trauma que superar, únicamente rutina, nada que recordar; ni siquiera seríamos capaces de descubrir quiénes somos. Si no hay sucesos, no hay historia, no hay identidad. No podríamos decir: ‘mira lo que me sucedió, sé quién soy porque sé de lo que soy capaz ante la adversidad’. Los seres humanos son apasionantes porque su vida es una locura".

Si alguna vez te has sentido "más raro que un perro verde", quizás puedes darle la vuelta a la cuestión y preguntarte si hay alguien normal. En una ocasión, aquí en Cuerpomente, hablamos con Gabor Maté tras haber publicado justamente el libro "El mito de la normalidad". Su tesis es que estar hipersensible, deprimido o ansioso no es "un giro cruel del destino o un misterio nefasto, sino una consecuencia esperada y, por lo tanto, normal de circunstancias anormales y antinaturales".

Y no solo la enfermedad, sino también el arte en sus cotas más altas viene de la anormalidad. Como aseguraba el filósofo Baruj Spinoza, "Todo lo excelso es tan difícil como raro". Siguiendo esta línea, el Dr. Sergi Rufi ha publicado "La belleza de la rareza", que reivindica la libertad de ser diferente. Se puede ser "demasiado sensible" o "demasiado inteligente" sin por ello sentirse culpable por el hecho de no encajar socialmente en lo que se considera "normal". Porque, ¿quién dicta lo que es normal?

Formas de conocerte mejor

No podemos confiar en las redes sociales, ni en lo que vemos por la tele o lo que la sociedad considera, como una convención, que es correcto y deseable. De hecho, la historia nos dice que las personas más "respetables" del mundo tienen una vida secreta con sus propias locuras. En cuanto rascamos la superficie de la normalidad, debajo aparece lo singular, que es lo que nos hace humanos. En su libro, el autor y terapeuta al que podemos reconocer por los tatuajes que lo adornan de la cabeza a los pies, establece cuatro modos distintos de vivir la existencia:

  • Fusión familiar. "Nos sentimos vinculados al hogar familiar, vivimos tranquilos, seguros y fusionados con la familia. Seguimos al dedillo las reglas y los dictados de la unidad familiar a la que pertenecemos. Copiamos naturalmente sus tendencias políticas, gustos, preferencias y tradiciones. Somos un apéndice del organismo, una pieza más del engranaje familiar". Atribuye a este primer grupo una "mentalidad replicante", es decir, se basa en repetir patrones y conductas psicosociales automáticos. Retrata a la persona conformista, tradicional, que intenta seguir la lógica de las cosas.
  • Vergüenza y culpa familiar. De acuerdo con Sergi Rufi: "Seguimos los dictados y reglas de nuestra familia, aunque sentimos cierto conflicto de intereses y en el fondo vivimos limitados, incompletos y frustrados. Tenemos la percepción de vivir a medio gas, obligados, con una sensación de fondo de carencia, incompletitud e inercia estéril". A este grupo pertenecerían las personas que, sabiéndose distintas, no se atreven a romper con lo establecido.
  • Vergüenza y culpa individual. "Nos hemos apartado de los dictados y reglas familiares, vivimos al margen del núcleo, separados, siguiendo nuestro propio ritmo, aunque por ello pagamos el precio de tener sentimientos de resentimiento, culpa e inadecuación personal. Sentimos resistencias familiares en nuestro camino, ser la oveja negra o el renglón torcido de la familia nos pesa". Esta tercera forma de vivir conlleva el peso de sentirse un inadaptado, alguien que no es digno de las expectativas familiares y las de la sociedad.
  • Camino individual. "Vivimos de-fusionados del sistema familiar. Hemos adquirido autonomía y protagonismo con nuestro movimiento propio, nuestro camino personal, con sentido y convencimiento. Nos hemos distanciado, aunque no separado de la familia, y llevamos un camino fértil de crecimiento, encuentro y aprendizaje". Esta cuarta vía, Sergi Rufi la identifica con la "mentalidad evolutiva", propia de las personas que cuestionan y renuevan sus patrones. Son aquellas que se sienten incómodas en la "zona de confort" y les atrae la excepción, lo extravagante, la novedad y el cambio. Este último grupo me hace pensar en la cita que eligió Ray Bradbury para abrir su novela "Farenheit 451". Es de Juan Ramón Jiménez y dice: "si os dan papel pautado, escribid por el otro lado".

Al final, la libertad de ser raros te permite vivir más allá de la validación, sin necesidad de ser acepta- do para sentirte completo y feliz. De hecho, si observamos la vida de las personas que han logrado grandes cosas en el mundo, la rareza suele ser marca de la casa. Lord Byron fue expulsado de la universidad por meter en ella a un oso, y la escritora Maya Angelou no podía crear en su casa por encontrarla "demasiado bonita" y necesitaba escribir en moteles rancios y degradados. Quizás porque allí encontraba emociones que la conectaban con su más íntima creatividad.