Cantares gallegosFollas novas y En las orillas del Sar son las obras más relevantes de esta escritora gallega que se atrevió a escribir en su propia lengua cuando esta solo se vinculaba al mundo rural. Sin embargo, el reconocimiento de la importancia de su papel en las letras españolas, que bien se puede entender tras leer estos 22 poemas de Rosalía de Castro, tuvo que esperar hasta que apareció la influencia de sus versos en escritores modernistas de la talla de Rubén Darío o miembros de la Generación del 27, como Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. 

 

En cualquier caso, los 36 poemas que componen Cantares gallegos, y en los que Rosalía de Castro alaba con añoranza la belleza de su tierra y de su gente, supone el origen del Rexurdimento, la etapa cultural de Galicia que tiene como característica principal la recuperación del gallego como lengua literaria después de un período de decadencia conocido como Séculos Escuros

De alguna manera, Rosalía de Castro comparte parte de este logro y el resto de su éxito literario con su marido, Manuel Murgía, un periodista y escritor que la apoyó desde que hizo su primera publicación, un folleto de poesías en castellano titulado La Flor. Por aquel entonces él trabaja en el periódico La Iberia y le dedicó una apasionada reseña. Siempre la animaba a seguir escribiendo, llegando incluso a publicar alguna de sus obras sin su consentimiento. 

Rosalía de Castro: su biografía y su relación con la tristeza

Rosalía de Castro no tuvo una vida fácil. Hija de una joven que pertenecía a la nobleza gallega y de un sacerdote, fue criada por su tía paterna, hasta que en la adolescencia se fue a Santiago de Compostela con su madre. Conocería sus orígenes con el paso de los años y esto la sumiría en una profunda pena. Además, su siempre precaria salud, las dificultades económicas que vivió junto con su marido, así como los continuos cambios de residencia entre Galicia, Madrid y Valladolid, tiñeron su obra de tristeza, pesimismo y melancolía.

La muerte de su madre, a la que le dedicó A mi madre, y de dos de sus hijos alimentarían su carácter depresivo. En su obra En las orillas del Sar habla desuhijo pequeño, que falleció sin llegar a cumplir los dos años tras una mala caída. Valentina, su última hija, ya nació muerta. La inmensa tristeza que le provocarían estas pérdidas la acompañarían hasta el final de sus días. Rosalía de Castro no superó un cáncer de útero y murió a los 48 años. Se dice que sus hijos cumplieron su último deseo: quemar los manuscritos no publicados, por lo que es una suerte poder disfrutar de esos trabajos literarios que sí llegaron a ver la luz, como estos 22 poemas de Rosalía de Castro que debes conocer.

LA SEMILLA FEMINISTA EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

En una época en la que el papel de la mujer se ceñía a las tareas del hogar, Rosalía de Castro defendía su libertad e independencia. La escritora gallega fue propulsora del feminismo, cuando lejos estaba aún esta palabra de pronunciarse. Basta analizar sus poemas y novelas para descubrir cómo reivindica el valor de las mujeres. También aprovechó el altavoz que le ofrecían distintos medios, como El Imparcial, un periódico de Madrid, donde en 1881 publicó un artículo criticando la costumbre que se tenía en algunos pueblos de Galicia de ofrecer una mujer de la casa al marinero que acaba de llegar tras una larga temporada en alta mar.

Sin embargo, Rosalía de Castro ya había publicado lo que se considera uno de los primeros manifiestos feministas. En el Álbum del Miño (Vigo, 1858), bajo el título de Lieders, escribió:

“Jamás ha dominado en mi alma la esperanza de la gloria, ni he soñado nunca con laureles que oprimiesen mi frente. Solo cantos de independencia y libertad han balbucido mis labios, aunque alrededor hubiese sentido, desde la cuna ya, el ruido de las cadenas que debían aprisionarme para siempre, porque el patrimonio de la mujer son los grillos de la esclavitud.

Yo, sin embargo, soy libre, libre como los pájaros, como las brisas; como los árboles en el desierto y el pirata en la mar.

Libre es mi corazón, libre mi alma, y libre mi pensamiento, que se alza hasta el cielo y desciende hasta la tierra, soberbio como el Luzbel y dulce como una esperanza.

Cuando los señores de la tierra me amenazan con una mirada, o quieren marcar mi frente con una mancha de oprobio, yo me río como ellos se ríen y hago, en apariencia, mi iniquidad más grande que su iniquidad. En el fondo, no obstante, mi corazón es bueno; pero no acato los mandatos de mis iguales y creo que su hechura es igual a mi hechura, y que su carne es igual a mi carne.

Yo soy libre. Nada puede contener la marcha de mis pensamientos, y ellos son la ley que rige mi destino”.

ROSAlíA DE CASTRO: 22 POEMAS QUE DEBES CONOCER

Rosalía de Castro, como ya has podido comprobar, es una de las escritoras más representativas de la literatura española y hemos decidido acercarte su trabajo con esta muestra de 22 poemas que debes conocer.

8 . Al oír las canciones

Al oír las canciones

que en otro tiempo oía,

del fondo en donde duermen mis pasiones

el sueño de la nada,

pienso que se alza irónica y sombría,

la imagen ya enterrada

de mis blancas y hermosas ilusiones,

para decirme: —¡Necia!, lo que es ido

¡no vuelve!; lo pasado se ha perdido

como en la noche va a perderse el día,

ni hay para la vejez resurrecciones...

¡Por Dios, no me cantéis esas canciones

que en otro tiempo oía!

9. Recuerda el trinar del ave

Recuerda el trinar del ave

y el chasquido de los besos,

los rumores de la selva

cuando en ella gime el viento,

y del mar las tempestades,

y la bronca voz del trueno;

todo halla un eco en las cuerdas

del arpa que pulsa el genio.

Pero aquel sordo latido

del corazón que está enfermo

de muerte, y que de amor muere

y que resuena en el pecho

como un bordón que se rompe

dentro de un sepulcro hueco,

es tan triste y melancólico,

tan terrible y tan supremo,

que jamás el genio pudo

repetirlo con sus ecos.

10. Son los corazones de algunas criaturas

Son los corazones de algunas criaturas

como los caminos muy transitados,

donde las pisadas de los que ahora llegan,

borran las pisadas de los que pasaron:

no será posible que dejéis en ellos,

de vuestro cariño, recuerdo ni rastro.

11. Muda la luna y como siempre pálida

Muda la luna y como siempre pálida,

mientras recorre la azulada esfera

seguida de su séquito

de nubes y de estrellas,

rencorosa despierta en mi memoria

yo no sé qué fantasmas y quimeras.

 

Y con sus dulces misteriosos rayos

derrama en mis entrañas tanta hiel,

que pienso con placer que ella, la eterna,

ha de pasar también.

12. Hora tras hora, día tras día...

Hora tras hora, día tras día,
entre el cielo y la tierra que quedan
eternos vigías,
como torrente que se despeña,
pasa la vida.

 

Devolvedle a la flor su perfume
después de marchita;
de las ondas que besan la playa
y que una tras otra besándola expiran.
Recoged los rumores, las quejas,
y en planchas de bronce grabad su armonía.

 

Tiempos que fueron, llantos y risas,
negros tormentos, dulces mentiras,
¡ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
en dónde, alma mía?

13. Cuido una planta bella

Cuido una planta bella

que ama y busca la sombra,

como la busca un alma

huérfana, triste, enamorada y sola,

y allí donde jamás la luz del día

llega sino a través de las umbrosas

ramas de un mirto y los cristales turbios

de una ventana angosta,

ella vive tan fresca y perfumada,

y se torna más bella y más frondosa,

y languidece y se marchita y muere

cuando un rayo de sol besa sus hojas.

Para el pájaro el aire, para el musgo la roca,

los mares para el alga, mayo para las rosas;

que todo ser o planta va buscando

su natural atmósfera,

y sucumbe bien pronto si es que a ella

oculta mano sin piedad la roba.

 

Sólo el humano espíritu al rodar desquiciado

desde su órbita a mundos tristes y desolados,

ni sucumbe ni muere; que del dolor el mazo

fuerte, que abate el polvo y que quebranta el barro

mortal, romper no puede ni desatar los lazos

que con lo eterno le unen por misterioso arcano.

 

Por eso yo que anhelo que el refulgente astro

del día calor preste a mis miembros helados,

aún aliento y resisto sin luz y sin espacio,

como la planta bella que odia del sol el rayo.

 

Ya que otra luz más viva que la del sol dorado

y otro calor más dulce en mi alma penetrando

me anima y me sustenta con su secreto halago

y da luz a mis ojos por el dolor cegados.

14. Cuando en las nubes hay tormenta

Cuando en las nubes hay tormenta

suele también haberla en su pecho;

mas nunca hay calma en él, aun cuando

la calma reine en tierra y cielo;

porque es entonces cuando torvos

cual nunca riñen sus pensamientos.

15. Ya siente que te extingues en su seno

Ya siente que te extingues en su seno,

llama vital, que dabas

luz a su espíritu, a su cuerpo fuerzas,

juventud a su alma.

 

Ya tu calor no templará su sangre,

por el invierno helada,

ni harás latir su corazón, ya falto

de aliento y de esperanza.

 

Mudo, ciego, insensible,

sin goces ni tormentos,

será cual astro que apagado y solo,

perdido va por la extensión del cielo.

16. Te amo... ¿por qué me odias?

—Te amo... ¿por qué me odias?

—Te odio... ¿por qué me amas?

Secreto es éste el más triste

y misterioso del alma.

 

Mas ello es verdad... ¡Verdad

dura y atormentadora!

—Me odias, porque te amo;

te amo, porque me odias.

17.  Las campanas

Yo las amo, yo las oigo
cual oigo el rumor del viento,
el murmurar de la fuente
o el balido del cordero.

Como los pájaros, ellas,
tan pronto asoma en los cielos
el primer rayo del alba,
le saludan con sus ecos.

Y en sus notas, que van repitiéndose
por los llanos y los cerros,
hay algo de candoroso,
de apacible y de halagüeño.

Si por siempre enmudecieran,
¡qué tristeza en el aire y el cielo!,
¡qué silencio en las iglesias!,
¡qué extrañeza entre los muertos!

18.   Los Robles

    I

Allá en tiempos que fueron, y el alma
han llenado de santos recuerdos,
de mi tierra en los campos hermosos,
la riqueza del pobre era el fuego,
que al brillar de la choza en el fondo,
calentaba los rígidos miembros
por el frío y el hambre ateridos
del niño y del viejo.

De la hoguera sentados en torno,
en sus brazos la madre arrullaba
al infante robusto;
daba vuelta, afanosa la anciana
en sus dedos nudosos, al huso,
y al alegre fulgor de la llama,
ya la joven la harina cernía,
o ya desgranaba
con su mano callosa y pequeña,
del maíz las mazorcas doradas.

Y al amor del hogar calentándose
en invierno, la pobre familia
campesina, olvidaba la dura
condición de su suerte enemiga;
y el anciano y el niño, contentos
en su lecho de paja dormían,
como duerme el polluelo en su nido
cuando el ala materna le abriga.

                

                 II

Bajo el hacha implacable, ¡cuán presto
en tierra cayeron
encinas y robles!;
y a los rayos del alba risueña,
¡qué calva aparece
la cima del monte!

Los que ayer fueron bosques y selvas
de agreste espesura,
donde envueltas en dulce misterio
al rayar el día
flotaban las brumas,
y brotaba la fuente serena
entre flores y musgos oculta,
hoy son áridas lomas que ostentan
deformes y negras
sus hondas cisuras.

Ya no entonan en ellas los pájaros
sus canciones de amor, ni se juntan
cuando mayo alborea en la fronda
que quedó de sus robles desnuda.
Sólo el viento al pasar trae el eco
del cuervo que grazna,
del lobo que aúlla.

             

                 III

Una mancha sombría y extensa
borda a trechos del monte la falda,
semejante a legión aguerrida
que acampase en la abrupta montaña
lanzando alaridos
de sorda amenaza.

Son pinares que al suelo, desnudo
de su antiguo ropaje, le prestan
con el suyo el adorno salvaje
que resiste del tiempo a la afrenta
y corona de eterna verdura
las ásperas breñas

Árbol duro y altivo, que gustas
de escuchar el rumor del Océano
y gemir con la brisa marina
de la playa en el blanco desierto,
¡yo te amo!, y mi vista reposa
con placer en los tibios reflejos
que tu copa gallarda iluminan
cuando audaz se destaca en el cielo,
despidiendo la luz que agoniza,
saludando la estrella del véspero.

Pero tú, sacra encina del celta,
y tú, roble de ramas añosas,
sois más bellos con vuestro follaje
que si mayo las cumbres festona
salpicadas de fresco rocío
donde quiebra sus rayos la aurora,
y convierte los sotos profundos
en mansión de gloria.

Más tarde, en otoño,
cuando caen marchitas tus hojas,
¡oh roble!, y con ellas
generoso los musgos alfombras,
¡qué hermoso está el campo;
la selva, qué hermosa!

Al recuerdo de aquellos rumores
que al morir el día
se levantan del bosque en la hondura
cuando pasa gimiendo la brisa
y remueve con húmedo soplo
tus hojas marchitas
mientras corre engrosado el arroyo
en su cauce de frescas orillas,
estremécese el alma pensando
dónde duermen las glorias queridas
de este pueblo sufrido, que espera
silencioso en su lecho de espinas
que suene su hora
y llegue aquel día
en que venza con mano segura,
del mal que le oprime,
la fuerza homicida.

             

                      IV

Torna, roble, árbol patrio, a dar sombra










































 

cariñosa a la escueta montaña

donde un tiempo la gaita guerrera

alentó de los nuestros las almas

y compás hizo al eco monótono

del canto materno,

del viento y del agua,

que en las noches del invierno al infante

en su cuna de mimbre arrullaban.

Que tan bello apareces, ¡oh roble!

de este suelo en las cumbres gallardas

y en las suaves graciosas pendientes

donde umbrosas se extienden tus ramas,

como en rostro de pálida virgen

cabellera ondulante y dorada,

que en lluvia de rizos

acaricia la frente de nácar.

¡Torna presto a poblar nuestros bosques;

y que tornen contigo las hadas

que algún tiempo a tu sombra tejieron

del héroe gallego

las frescas guirnaldas!

19. Busca y anhela el sosiego

Busca y anhela el sosiego...,

mas... ¿quién le sosegará?

Con lo que sueña despierto,

dormido vuelve a soñar;

que hoy, como ayer y mañana

cual hoy en su eterno afán

de hallar el bien que ambiciona

—cuando sólo encuentra el mal—

siempre a soñar condenado,

nunca puede sosegar.

20. Justicia de los hombres, yo te busco

Justicia de los hombres, yo te busco,

pero sólo te encuentro

en la palabra, que tu nombre aplaude,

mientras te niega tenazmente el hecho.

 

—Y tú, ¿dónde resides —me pregunto

con aflicción—, justicia de los cielos,

cuando el pecado es obra de un instante

y durará la expiación terrible

mientras dure el infierno?

 

21. Los tristes

               I

De la torpe ignorancia que confunde

lo mezquino y lo inmenso;

de la dura injusticia del más alto,

de la saña mortal de los pequeños,

¡no es posible que huyáis! cuando os conocen

y os buscan, como busca el zorro hambriento

a la indefensa tórtola en los campos;

y al querer esconderos

de sus cobardes iras, ya en el monte,

en la ciudad o en el retiro estrecho,

¡ahí va! —exclaman—¡ahí va!, y allí os insultan

y señalan con íntimo contento

cual la mano implacable y vengativa

señala al triste y fugitivo reo.

 

               II

 

Cayó por fin en la espumosa y turbia

recia corriente, y descendió al abismo

para no subir más a la serena

y tersa superficie. En lo más íntimo

del noble corazón ya lastimado,

resonó el golpe doloroso y frío

que ahogando la esperanza

hace abatir los ánimos altivos,

y plegando las alas torvo y mudo,

en densa niebla se envolvió su espíritu.

 

               III

 

Vosotros, que lograsteis vuestros sueños,

¿qué entendéis de sus ansias malogradas?

Vosotros, que gozasteis y sufristeis,

¿qué comprendéis de sus eternas lágrimas?

Y vosotros, en fin, cuyos recuerdos

son como niebla que disipa el alba,

¡qué sabéis del que lleva de los suyos

la eterna pesadumbre sobre el alma!

 

               IV

 

Cuando en la planta con afán cuidada

la fresca yema de un capullo asoma,

lentamente arrastrándose entre el césped,

le asalta el caracol y la devora.

 

Cuando de un alma atea,

en la profunda oscuridad medrosa

brilla un rayo de fe, viene la duda

y sobre él tiende su gigante sombra.

 

               V

 

En cada fresco brote, en cada rosa erguida,

cien gotas de rocío brillan al sol que nace;

mas él ve que son lágrimas que derraman los tristes

al fecundar la tierra con su preciosa sangre.

 

Henchido está el ambiente de agradables aromas,

las aguas y los vientos cadenciosos murmuran;

mas él siente que rugen con sordo clamoreo

de sofocados gritos y de amenazas mudas.

 

¡No hay duda! De cien astros nuevos, la luz radiante

hasta las más recónditas profundidades llega;

mas sus hermosos rayos

jamás en torno suyo rompen la bruma espesa.

 

De la esperanza, ¿en dónde crece la flor ansiada?

Para él, en dondequiera al retoñar se agosta,

ya bajo las escarchas del egoísmo estéril,

o ya del desengaño a la menguada sombra.

 

¡Y en vano el mar extenso y las vegas fecundas,

los pájaros, las flores y los frutos que siembra!

Para el desheredado, sólo hay bajo del cielo

esa quietud sombría que infunde la tristeza.

 

               VI

 

Cada vez huye más de los vivos,

cada vez habla más con los muertos,

y es que cuando nos rinde el cansancio

propicio a la paz y al sueño,

el cuerpo tiende al reposo,

el alma tiende a lo eterno.

 

               VII

 

Así como el lobo desciende a poblado,

si acaso en la sierra se ve perseguido,

huyendo del hombre que acosa a los tristes,

buscó entre las fieras el triste un asilo.

 

El sol calentaba su lóbrega cueva,

piadosa velaba su sueño la luna,

el árbol salvaje le daba sus frutos,

la fuente sus aguas de grata frescura.

 

Bien pronto los rayos del sol se nublaron,

la luna entre brumas veló su semblante,

secóse la fuente, y el árbol nególe,

al par que su sombra, sus frutos salvajes.

 

Dejando la sierra buscó en la llanura

de otro árbol el fruto, la luz de otro cielo;

y a un río profundo, de nombre ignorado,

pidióle aguas puras su labio sediento.

 

¡Ya en vano!, sin tregua siguióle la noche,

la sed que atormenta y el hambre que mata;

¡ya en vano!, que ni árbol, ni cielo, ni río,

le dieron su fruto, su luz, ni sus aguas.

 

Y en tanto el olvido, la duda y la muerte

agrandan las sombras que en torno le cercan,

allá en lontananza la luz de la vida,

hiriendo sus ojos feliz centellea.

 

Dichosos mortales a quien la fortuna

fue siempre propicia... ¡Silencio!, ¡silencio!,

si veis tantos seres que corren buscando

las negras corrientes del hondo Leteo.

22. Creyó que era eterno tu reino en el alma

Creyó que era eterno tu reino en el alma,

y creyó tu esencia, esencia inmortal,

mas, si sólo eres nube que pasa,

ilusiones que vienen y van,

rumores del onda que rueda y que muere

y nace de nuevo y vuelve a rodar,

todo es sueño y mentira en la tierra,

¡no existes, verdad!