Medea es uno de los personajes femeninos más potentes de la mitología griega. Su nombre se ha relacionado con el término médomai, que significa “idear” o “inventar”, y eso es precisamente lo que hace en los mitos en los que interviene. Sobre todo en el de Jasón y los argonautas, en el que da cuenta de una fuerza y una voluntad que hacen palidecer a los personajes masculinos.
Quién es Medea, la princesa bárbara
Medea era hija del rey Eetes y de la oceánide Idia, aunque algunas tradiciones afirmen que su madre era en realidad Hécate, la oscura diosa de las encrucijadas, la magia y la brujería. Por parte paterna, era nieta nada menos que de Helio, el Sol, y de la maga Circe, famosa por haber transformado a los compañeros de Ulises en animales. Sea cual sea su origen, lo cierto es que Medea estaba relacionada con la magia.
El padre de Medea reinaba en la Cólquide, un territorio situado en la costa oriental del mar Negro, en lo que hoy es Georgia, y que los antiguos griegos veían como extraño, bárbaro e irracional. En él se guardaba el vellocino de oro, la piel y lana dorada de un maravilloso carnero alado sacrificado a Zeus. Eetes estaba tan orgulloso de ese tesoro, que lo hizo custodiar por dos fieros toros que escupían fuego y un dragón que nunca dormía.
Medea y la llegada de los extranjeros
El vellocino de oro fue lo que atrajo a Jasón y sus compañeros (los argonautas, así llamados porque viajaban en la nave Argo) hasta la Cólquide. Querían llevárselo a su hogar en Grecia y así se lo hicieron saber a Eetes. Este accedió a ello, siempre que Jasón consiguiera doblegar a los toros y el dragón.
Con lo que el rey no contaba es con que su hija Medea se había enamorado del líder de los extranjeros. Fue Medea, pues, la que brindó a Jasón el modo de reducir a los toros y la que, gracias a sus hechizos, adormeció al dragón, de modo que el griego pudo hacerse con la dorada piel.
Una vez con ella en su poder, los argonautas se hicieron a la mar. Les acompañaban Medea, con la que Jasón, a cambio de su ayuda, había prometido casarse, y Apsirto, el hermano de la hechicera, al que se llevaron como rehén.
Empieza la tragedia
Apsirto fue la primera víctima de Medea: cuando Eetes envió sus naves en persecución de los argonautas para recuperar el vellocino, Medea mató a su hermano, lo descuartizó y fue arrojando los pedazos por la popa para detener el avance de sus perseguidores.
Los argonautas consiguieron llegar así a Yolcos, la patria de Jasón. Reinaba en ella su tío Pelias, un usurpador.
Medea también acabó con él, aunque de un modo más artero. Así, convenció a las hijas de Pelias de que conocía un remedio infalible de rejuvenecer a cualquier ser vivo. Incluso les hizo una demostración: mató un viejo carnero, lo despedazó y tiró los trozos a un caldero que había puesto al fuego y en el que cocía una poción mágica. Al poco, el carnero salió entero y como un vivaz corderillo.
Pelias fue sometido por sus propias hijas al mismo trato. Ni que decir tiene que del sanguinolento caldo resultante no salió nada.
El horror máximo
La muerte de Pelias fue un crimen tan aterrador, que Jasón prefirió entregar el reino a su primo Acasto y exiliarse a Corinto. Medea le siguió.
Todo fue bien en esa ciudad hasta que su rey Creonte decidió ofrecer la mano de su hija Creúsa a Jasón. Este aceptó gustoso. Tampoco puso reparos a la propuesta de su suegro de desterrar a una Medea que se había convertido en una figura demasiado incómoda.
Medea, por supuesto, llevó mal ese desprecio. Su esposo olvidaba que, por él, había traicionado a su padre Eetes y asesinado a su hermano Apsirto. Olvidaba también que, sin ella, nunca habría conquistado el vellocino de oro. Medea incluso le había abierto la vía para recuperar el trono de Yolcos. ¿Y cómo se lo pagaba Jasón? Echándola de su lado para casarse con otra.
Decidió vengarse. A su rival Creúsa le envió una túnica y unas joyas rociadas con un veneno especial que se inflamaba al contacto con la piel. Creúsa murió así consumida por las llamas y lo mismo su padre Creonte, que se lanzó sobre ella para salvarla.
Pero eso no era suficiente para Medea, quien mató por su propia mano a Mérmero y Feres, los dos hijos que había tenido con Jasón.
La huida de Medea a Atenas
Tras el parricidio, Medea huyó a Atenas en un carro tirado por caballos alados. Allí contrajo matrimonio con el rey Egeo, al que dio un hijo, Medo. La maga ambicionaba el trono para él, por lo que trató de envenenar al otro vástago de Egeo, Teseo. No obstante, su plan fue descubierto.
Expulsada de Atenas, Medea marchó a Italia, donde, según una tradición latina, enseñó a los pueblos que allí vivían a curar las mordeduras de las serpientes y a usar su veneno para combatir las enfermedades. La huella que dejó allí fue tan profunda, que acabó siendo venerada bajo el nombre de Angitia.
No obstante, Medea no se quedó en Italia, sino que siguió hasta su tierra natal, la Cólquide, donde ayudó a su padre Eetes a recuperar el trono que le había arrebatado su hermano Perses.
Medea y Eurípides, una historia manipulada
Medea, por tanto, ha quedado como una figura que, por su capacidad de amar y de odiar sin término medio, es puro exceso. Ahora bien, el más terrible de sus crímenes, el del parricidio, parece ser que fue una invención interesada.
La tradición mítica refiere que, en realidad, Mérmero y Feres no fueron muertos por su madre, sino por los corintios, que los lapidaron como castigo por haberle llevado a Creúsa los regalos que causaron su fin.
Ese crimen, tan violento como injusto, llenaba de oprobio a sus perpetradores y no menos a sus descendientes. Por ello, ya en el siglo v a.C., decidieron pagar al más célebre de los trágicos de la época, Eurípides, para que escribiera una obra en la que Corinto se viera absuelta de culpa y el crimen recayera sobre la bruja extranjera, sobre Medea.
La operación fue todo un éxito, como lo demuestran las obras literarias, plásticas, musicales y cinematográficas que abundan en esa imagen de una Medea parricida.