En la antigua Grecia, cada ciudad tenía su héroe. En el caso de Atenas, esa condición recaía en Teseo, quien se hizo merecedora de ella, por un lado, por sus hazañas y, por otro, por su aportación como gobernante. En lo que se refiere a esta última, se le atribuyen tanto la unificación de todas las gentes del Ática, la región en la que se engloba la actual capital griega, como haber inspirado los principios del gobierno democrático que caracterizaron a la Atenas del siglo V a. C.
Teseo, el hijo secreto de un rey
Teseo (del griego Theseus, “el que funda”) fue hijo del rey de Atenas Egeo. Su concepción fue ciertamente peculiar, pues su padre, después de que sus esposas no le dieran ningún heredero, acudió a consultar el oráculo de Delfos. En el viaje de regreso paró en el palacio del rey Piteo, quien, sabedor de los deseos del ateniense, lo emborrachó y lo hizo yacer con su hija Etra, que quedó embarazada. Según otra versión, quien en realidad se unió a la joven fue el dios de los mares Poseidón, de modo que Teseo llevaría sangre divina en sus venas.
Teseo pasó su infancia al lado de su madre y abuelo, pues Egeo se negó a llevárselo consigo a Atenas por temor a que sus sobrinos, que ya se veían heredando el trono, atentaran contra él. Lo que sí hizo fue pedirle a Etra que no le dijera nada a su hijo acerca de su origen hasta que alcanzara el vigor suficiente para levantar una roca en la que había escondido una espada y unas sandalias. Entonces sí, Teseo podía dirigirse a Atenas.
Y así fue: al cumplir los dieciséis años, el joven fue informado sobre quién era su padre y, tras levantar la roca y hacerse con los objetos que allí se guardaban, partió en busca de su destino.
Teseo, el héroe benefactor
Teseo decidió ir al reino de su padre por la ruta más difícil, la terrestre. Le empujaba a ello el deseo de probar su valor, pues sabía que todo el camino estaba infestado de bandidos sedientos de sangre y de alimañas que sembraban la destrucción por doquier.
Uno tras otro fue aniquilando a todos esos elementos perniciosos: a Sinis, que desmembraba a sus víctimas atándolas a unos pinos doblados que luego soltaba; a la monstruosa cerda de Cromión, que destruía campos y vidas; a Escirón, que de una patada arrojaba a los incautos al mar, donde una tortuga gigante los devoraba; al fiero Cerción, que obligaba a los viajeros a luchar con él; a Procustes, cuyo demencial sentido de la hospitalidad le llevaba a cortar las extremidades de los huéspedes que no cabían en su cama y a estirar hasta la muerte a los que eran demasiado pequeños, y al gigante Perifetes, que mataba a quienes pasaban por sus dominios con su descomunal maza.
A todos ellos los liquidó sin esfuerzo Teseo, de modo que, gracias a esos seis trabajos, se ganó el título de héroe benefactor.
La entrada en Atenas del héroe Teseo
Una vez en el palacio de su padre, Teseo no quiso darse a conocer de inmediato. No obstante, fue reconocido por la nueva esposa de Egeo, Medea, que tenía poderes mágicos. Dado que el recién llegado podía impedir que su hijo se hiciera con el trono ateniense, intentó desembarazarse de él enviándolo a luchar contra otra bestia aterradora, el toro de Creta, que asolaba la llanura de Maratón. Teseo lo venció.
No por ello desistió Medea de su empeño de acabar con el hijo de su esposo. Teseo fue invitado a un banquete en palacio, pero antes de que pudiera probar el vino envenenado que Medea le había servido, Egeo reconoció la espada que había dejado a Etra y supo así que quien la llevaba era su primogénito.
Tras presentarlo como tal ante toda la corte, repudió a Medea, que hubo de abandonar Atenas.
Teseo en el laberinto de Creta
Como hijo de Egeo, Teseo hubo de luchar contra los cincuenta hijos de su tío Palante, que ambicionaban el trono ateniense.
Poco después de derrotarlos, supo que Atenas debía enviar un tributo de siete jóvenes y siete doncellas a Creta, donde serían entregados al Minotauro, una monstruosa criatura mitad hombre y mitad toro. En contra del deseo de su padre, Teseo se ofreció voluntario para encabezar esa expedición.
Ese Minotauro vivía encerrado en un laberintoconcebido para que nadie que entrara en él pudiera encontrar la salida. Mas Teseo contó con la ayuda de Ariadna, la hija del rey cretense, que se había enamorado de él. Fue ella la que le dio un ovillo de hilo que, una vez dentro de la construcción, debía ir desenrollando para no perderse.
A cambio de esa ayuda, Ariadna pidió a Teseo que se la llevara consigo y la convirtiera en su esposa.
Gracias a ese hilo, los atenienses pudieron salir del laberinto una vez Teseo dio muerte al Minotauro. De nuevo a bordo de su nave, emprendieron el camino de regreso a Atenas. Mas Teseo no cumplió la promesa hecha a Ariadna y, en lugar de casarse con ella, lo hizo con su hermana Fedra. A Ariadna la abandonó en la isla de Naxos.
Teseo, rey de Atenas
La llegada a la capital ateniense fue luctuosa, pues Teseo olvidó la petición que su padre le había hecho antes de partir: en caso de que su empresa en Creta se viera coronada por el éxito, debía sustituir las velas negras de la nave por otras blancas. De resultas de ello, Egeo, convencido de que su hijo había muerto, se precipitó al mar que desde entonces lleva su nombre.
Teseo se vio convertido así en rey de Atenas, ciudad que gobernó con justicia y sabiduría. Su mayor logro fue unificar las doce comunidades en que se dividía el Ática y darles leyes justas e instituciones que dieran voz al pueblo.
Esa labor no le impidió tampoco participar en guerras como la que su amigo Piritoo sostuvo contra los centauros o la emprendida contra las belicosas amazonas, con cuya reina contrajo matrimonio y tuvo un hijo, Hipólito.
Los mitos refieren también otras aventuras que Teseo tuvo con Piritoo, como el rapto de la hermosa Helena, la que años más tarde causaría la guerra de Troya. Más arriesgada fue su bajada a los infiernos, donde Hades, el dios del inframundo, invitó a los dos amigos a sentarse en unos asientos que, nada más sentir el peso de sus cuerpos, los agarraron con fuerza. Solo Teseo, y gracias a otro héroe, Hércules, logró salir de nuevo a la luz del mundo.
El fin del héroe Teseo
Los últimos años de Teseo fueron amargos. Fue él quien provocó la muerte de su hijo Hipólito, y todo porque creyó en lo que, entre lágrimas, le refirió su esposa Fedra: que el joven ardía de amor por ella. La realidad era muy otra: era Fedra la que se había prendado de su hijastro y, al no conseguir satisfacer sus deseos, transmutó el amor por odio y denunció falsamente a Hipólito ante su padre.
Poco después, Teseo decidió abandonar una Atenas que había aprovechado su ausencia en los infiernos para sucumbir a la anarquía.
Sobre su muerte, las versiones varían: según una, fue despeñado por el rey Licomedes de Esciros; según otra, se precipitó de lo alto de una roca accidentalmente.
La posteridad de Teseo
El recuerdo del héroe, sin embargo, perduró entre los atenienses. Tanto que, cuando los persas invadieron Grecia el 490 a.C., los ciudadanos que salieron a luchar contra ellos en Maratón creyeron ver a su antiguo rey peleando en su ejército. Catorce años más tarde, un grupo de atenienses viajó hasta la isla de Esciros para recuperar los restos de Teseo y devolverlos a Atenas, donde el octavo día de cada mes se le ofrecían sacrificios.
Aunque se desconoce el lugar exacto en el que fueron enterrados, una tradición lo situaba en el Hefestion, un templo de estilo dórico dedicado a Hefesto, el dios de la metalurgia, que todavía hoy puede verse en el Ágora ateniense.