Entre los héroes griegos, Ulises es el que más destaca por su astucia. No es para menos: gracias a su ardid del caballo de Troya, los griegos lograron acabar una guerra que se alargaba ya diez años. No obstante, Ulises no es el único que puede presumir de astuto. Le antecede el no menos ingenioso y poco escrupuloso Sísifo, nombre que, para los antiguos griegos, podía interpretarse en el sentido de “muy sabio”. 

La gran diferencia entre ambos es que Ulises disfrutó de la protección de dioses tan poderosos como Atenea, mientras que Sísifo se vio condenado por esas mismas divinidades a un castigo tan ejemplar como terrible.

Sísifo, EL verdadero PADRE DE ULISES

Según una tradición mítica recogida por el mitógrafo romano del siglo I a.C. Cayo Julio Higino, Sísifo y Ulises no estaban unidos solo por su astucia, sino también por el parentesco. Así, Sísifo, y no Laertes, era el verdadero padre del rey de Ítaca. 

Todo fue por el robo de uno de sus rebaños. Sísifo siguió su rastro y descubrió que el ladrón era Autólico, el más consumado maestro del hurto de la mitología griega, digno hijo del dios de los comerciantes y ladrones Hermes. Sísifo decidió vengarse y, para ello, no se le ocurrió otra cosa que seducir a la hija de Autólico, Anticlea, el mismo día de su boda con Laertes. La muchacha concibió un hijo, Ulises, que heredó el ingenio de su auténtico padre, aunque pasara en vida como vástago de Laertes.

LA FAMILIA DE SÍSIFO

En lo que se refiere a Sísifo, era hijo de Eolo, no el viento del mismo nombre, sino el antecesor de la tribu de los eolios que habitaban en la región de Tesalia, situada en el centro de Grecia y a orillas del Egeo. 

Su esposa era Mérope, una de las Pléyades, las hijas del titán Atlas y la oceánide Pléyone. De esa unión nació Glauco, un personaje sumamente inquietante del que se decía que alimentaba a sus yeguas con carne humana.

UN BRIBÓN POCO RECOMENDABLE

Aunque a Sísifo se le atribuye la fundación de Corinto y de los Juegos Ístmicos que, cada dos años, se celebraban en honor del dios de los mares, Poseidón, lo que le hace especial no es su labor como rey o fundador, sino su carácter. Sencillamente, era un bribón capaz de todo para obtener provecho y salirse con la suya. Ni siquiera los dioses le merecían respeto. 

Pudo comprobarlo el todopoderoso y siempre enamoradizo Zeus cuando raptó a la ninfa Egina. Fue precisamente Sísifo quien lo delató al padre de la muchacha, el río Asopo, que la buscaba desesperado. A cambio, le pidió que hiciera brotar una fuente en la fortaleza de Corinto, a lo que el río aceptó. Como no podía ser de otro modo, con esa delación Sísifo se ganó la inquina de Zeus.

Esa delación, sin embargo, es solo una anécdota comparada con otros actos de Sísifo. De él se cuenta, por ejemplo, que consultó un oráculo para saber cómo podía matar a su hermano Salmoneo, al que odiaba. El oráculo respondió que debía engendrar hijos con la hija de Salmoneo, y eso es lo que hizo Sísifo, utilizando la fuerza. 

A Sísifo se le atribuía también el asesinato, por aplastamiento con una enorme roca, de los viajeros que pasaban por Corinto.

EL ENGAÑO A LA MUERTE

No es extraño así que Sísifo se ganara la animadversión tanto de dioses como del resto de humanos. La situación llegó a tal punto, que Zeus se hartó de él y le envió a Tánato, la muerte. 

No se sabe bien cómo, pero Sísifo logró sorprender a esa lúgubre divinidad y encadenarla. Las consecuencias fueron inmediatas: para desgracia de Ares, el dios de la guerra, y de Hades, el señor del inframundo, las muertes cesaron en el mundo de los humanos mientras duró ese cautiverio. 

Bien Zeus, bien Hades, Tánato fue liberado y, como puede suponerse, Sísifo fue su primera víctima. Pero si los dioses pensaban que se iban a librar por fin de un humano tan insidiosamente incómodo, se equivocaban. En su último aliento, Sísifo aún tuvo tiempo de ordenar a su esposa que no le brindara las pertinentes honras fúnebres. Ella, aunque sorprendida ante tal demanda, obedeció.

Sísifo se presentó así en el inframundo en un estado lamentable. Tanto, que no cesó de importunar a Hades para que le dejara volver a la Tierra para castigar la impiedad de su esposa. El dios accedió, siempre que luego regresara al mundo de las sombras. Justo lo que Sísifo, de nuevo entre los vivos, no estaba dispuesto a hacer.

Al final, murió de puro viejo.

EL CASTIGO DIVINO

Sea porque Hades quiso evitar una nueva evasión del inframundo, sea porque los dioses quisieron castigar de modo ejemplar su impiedad y crímenes, Sísifo fue condenado a hacer rodar una piedra hasta la cima de un promontorio, piedra que luego rodaba hasta la llanura y había de ser de nuevo empujada hacia arriba. Se trata, por tanto, de una tarea reiterativa y eterna, pero, sobre todo, inútil, de ahí que sea aún más atroz. 

Para filósofos como el latino Lucrecio, del siglo i a.C., esa tarea es todo un símbolo de lo absurdo de la vida humana.