Todos queremos ser felices. Nadie en este mundo ha nacido con el deseo de llevar una vida desdichada o insatisfactoria, pero lo cierto es que encontrar un camino hacia la felicidad sostenida parece siempre demasiado complicado. Son muchos los obstáculos que aparecen en el camino. Por suerte, científicos como Paul Zak comienzan a descubrir cuáles son los componentes claves de una vida feliz, para que podamos usarlos a nuestro favor.

Paul Zak es un conocido neurocientífico que, desde hace algunos años, comparte su mayor descubrimiento con el mundo. Dar ocho abrazos al día puede convertirte en una persona más feliz, y puede cambiar la sociedad en la que vivimos. Hoy te contamos cómo llegó a esta conclusión basada en la “molécula de la moralidad” y por qué estos ochos abrazos diarios pueden ser tan poderosos para el bienestar emocional.

La molécula de la moralidad

Paul Zak es, además de científico, un hombre que creció en el seno de la Iglesia. De ahí que, desde muy joven, haya sentido una curiosidad y una fascinación natural por la moralidad. De hecho, afirma que lo que diferencia al ser humano de otras especies animales es precisamente esto, la moralidad.

Pero ¿por qué somos seres morales? El filosofo Adam Smith, autor de La riqueza de las naciones, planteaba en uno de sus primeros trabajos que el ser humano es moral no por imposición, sino por convicción. Según su perspectiva filosófica, la capacidad de empatizar del ser humano hace que sintamos dolor cuando vemos a alguien sufrir, y, por tanto, evitemos replicar aquello que causa sufrimiento. De la misma forma, compartimos la alegría de quien se alegra, y por ello intentamos repetir aquellos comportamientos que generan alegría.

El Dr. Amor rescata esta idea en sus estudios para preguntarse si hay una fórmula química de la moralidad en nuestro organismo, y llega a la conclusión de que es así. Lo que él nombre como “molécula de la moralidad” es, en realidad, una de las famosas cuatro hormonas de la felicidad: la oxitocina.

En busca de una explicación científica

El día que Paul Zak plantea a sus colegas científicos que la oxitocina podría ser la “molécula de la moralidad”, estos se ríen. Les parece una estupidez, porque de hecho la oxitocina se considerado durante mucho tiempo una hormona exclusivamente femenina, dado que facilita las tareas del parto y la lactancia. Sin embargo, el cerebro masculino también la produce.

Es este dato, precisamente, el que hace que Zak insista en su empeño. Si el cerebro masculino también la produce, pese a no tener que ocuparse de la lactancia o el parto, debe ser para algo.

Empieza así una serie de experimentos que buscan demostrar que la oxitocina es la hormona que configura nuestro comportamiento como seres morales. Y para ello, debe encontrar en primer lugar una virtud cuantificable. Decide, de entre todas las posibles, que sus experimentos se basen en la confiabilidad.

La razón es sencilla: él mismo había demostrado años atrás que la confiabilidad es un indicador de riqueza en los países más desarrollados. Cuanto más confiables son los ciudadanos de un país, más sencillas resultan las transacciones económicas entre ellos, y más riqueza se genera.

Así pues, Zak diseñó su primer experimento para poner a prueba la confiabilidad de las personas y sus niveles de oxitocina.

La virtud y el dinero

El dinero mueve el mundo, y puede sacar nuestro lado más ambicioso, egoísta y amoral. Por eso, Zak decidió que fuera el objeto principal de su primer estudio. En el mismo, pagaron diez dólares a cada sujeto que decidió participar. Tras extraerles sangre y hacerle una serie de pruebas, les ofrecieron una opción. Enviar esos diez dólares a otra persona, a la que no podían ver y con la que no podían hablar, para que se triplicara.

Aquellas personas que recibían el dinero de otros participantes recibían un mensaje que les explicaba la situación. Alguien les había donado dinero, y en consecuencia, este se habían triplicado. En respuesta, podía devolver parte del dinero recibido a quien había hecho el regalo.

El experimento demostró varias cosas. En primer lugar, el 90% de las personas enviaron su dinero a otros participantes, y estos devolvieron parte del dinero generado en un 95% de las ocasiones.

Además, aquellas personas que generaban mayor oxitocina al sentir que alguien había confiado en ellos enviándole parte de su dinero, eran más generosos al devolver parte de las ganancias.

Confianza, oxitocina y generosidad

Con este primer experimento, el equipo de Zak pudo demostrar que hay una relación, al menos indirecta, entre la oxitocina y la confianza. Pero el Dr. Amor quería encontrar alguna prueba directa de esta relación.

Para ello, elaboraron un inhalador nasal con el que suministrar oxitocina a los sujetos de prueba y repitieron el experimento.

De esta forma consiguió al fin pruebas concluyentes. Aquellos sujetos a los que se les había administrado una mayor cantidad de oxitocina se mostraban más generosos al hacer sus donaciones y al devolver parte de las ganancias.

Los resultados se reprodujeron de forma similar cuando se probó con formas naturales de estimular la producción de oxitocina, como recibir un masaje.

¿Por qué hay entonces personas inmorales?

En sus investigaciones, Zak descubrió también que hay al menos un 5% de la población que no produce oxitocina de forma natural cuando alguien confía en ellos. Estas personas se quedaban el total del dinero recibido durante el experimento, independientemente de si lo habían recibido o no de otra persona.

Además, el Dr. Amor explica que hay diferentes claves que inhiben la producción de oxitocina. Es el caso de una nutrición insuficiente o de elevados niveles de estrés. La testosterona también parece ser un antagonista de la oxitocina.

Sin embargo, en el estudio Zak también descubrió que aquellos sujetos con un mayor nivel de testosterona en sangre tenían una mayor inclinación a castigar a quienes actuaban de forma inmoral.

De esta forma, el experto plantea que la oxitocina y la testosterona vienen a ser una especie de yin yang moral en nuestro organismo. La primera, nos conecta a los demás, por medio de la empatía. La segunda, nos da el impulso para castigar a quien no actúa de forma moral, de forma apropiada y justa.

¿Cómo producir más oxitocina?

Durante su estudio, Zak descubrió algo más. Las personas que liberan mayores cantidades de oxitocina son más felices, tienen relaciones interpersonales más plenas y contribuyen a hacer que el mundo sea un lugar mejor.

Y para incrementar los niveles de esta hormona en nuestro organismo basta con replicar cada día un sencillo gesto, un pequeño hábito: dar ocho abrazos al día.

Al abrazar a los demás, sean personas conocidas o desconocidas, nuestro cerebro libera grandes cantidades de oxitocina, lo cual logra que nos sintamos más conectados con los demás, que seamos más empáticos, más morales, y más felices.